Bajo ningún concepto, jamás

Antes de la dictadura, las imprentas de diarios imprimían precisamente éso: diarios. La ganancia devenía de la publicación en ellos de publicidad privada y estatal, y de una venta de diarios aún muy importante aunque en incesante decadencia en un mercado de lectores ya deficitario.
Pero la “razón de ser” fundamental de esos talleres era de carácter principalmente político: la inmensa mayoría de los diarios era esencialmente un reproductor de ideología de la clase dominante, una fábrica de “opinión pública” flechada a favor de los partidos políticos que representaban los intereses empresariales hegemónicos y al Estado capitalista que los protegía (y los sigue protegiendo).

Durante la dictadura y después de ella, se desarrolló un decisivo “cambio de rumbo” empresarial hoy completamente consolidado: además de reproductores mediáticos de dominación cultural y de vendedores de publicidad conseguida sobre todo por “muñeca política”, los diarios son actualmente gigantescas infraestructuras industriales-comerciales cuya mega ganancia procede de la realización de volúmenes siderales de publicaciones comerciales de la índole que sea, realizadas a bajísimos costos de producción gracias al rendimiento de la más sofisticada tecnología, a la consiguiente y brutal reducción de mano de obra y a un impresionante abaratamiento general del salario heredado de la dictadura. (No se ha hecho aún un cálculo serio de hasta dónde fueron elevándose las ganancias capitalistas en la industria gráfica, pero sí puede afirmarse que se llegó a cifras verdaderamente astronómicas jamás conocidas anteriormente).

Hoy, resulta inimaginable la existencia de una imprenta de diario que solamente produzca ideología política bajo la forma de un periódico, y, mucho menos, que lo haga principalmente con mano de obra “militante”, como sí ocurría antes de la dictadura con “El Popular”, por ejemplo, único diario de izquierda por entonces hecho fundamentalmente por trabajadores gráficos en forma honoraria, luego de sus respectivas jornadas de trabajo asalariado en otros talleres del gremio. (La imprenta de “El Popular”, propiedad del Partido Comunista del Uruguay, no realizaba trabajos comerciales).

Tratándose de empresas donde el diario es apenas una de las publicaciones menores y donde la mayor parte de la ju-gosísima producción comercial demanda la intervención de mano de obra gráfica altamente calificada, los empresarios están necesariamente obligados a establecer relaciones laborales con operarios gráficos propiamente dichos, y, naturalmente, exponerse al “riesgo” de la presencia en sus talleres de las Comisiones Internas del Sindicato de Artes Gráficas, que, aun perseguidas y sometidas a mil presiones, tratan de mantener el respeto patronal por condiciones y derechos laborales básicos no sólo en el plano salarial.

Al poco tiempo de restaurada la llamada “legalidad democrática”, apareció un nuevo diario de nombre “La Juventud”, impreso en Cidesol SA, imprenta propiedad del grupo político “Movimiento 26 de Marzo”, en ese entonces integrante del Frente Amplio. Se intentó producir allí enteramente con mano de obra militante sin experiencia en el oficio gráfico y a duras penas se logró una publicación diaria de bajísima calidad tanto en la fase de pre-impresión como en la de impresión mismo. Pero resultó imposible el encare de trabajos comerciales para terceros sin recurrirse a personal con oficio. Luego de múltiples intentos sin avances, de pérdidas económicas considerables y alejamiento de “tentadores” clientes desconformes, Cidesol SA fue incorporando a su personal operarios gráficos asalariados que hicieron posible que la empresa pudiera competir en calidad y precios con los megatalleres clásicos de diarios y del sector obra, como ocurre hasta hoy.

Comenzó así una experiencia de convivencia laboral entre gráficos de oficio y funcionarios afines políticamente, en su mayoría muy jóvenes y fungiendo de peones, más que nada, recibiendo una paga a modo de “viáticos” naturalmente muy alejada de la paga del personal asalariado, que, por otra parte, trabajaba sin que se hubiera podido acordar con la empresa, a través del Sindicato, una necesaria evaluación de tareas y nuevas categorizaciones reclamadas por el SAG por la aplicación de las nuevas tecnologías especialmente en el área de pre-impresión digital.

La dureza de agotadoras jornadas laborales y la cercanía con trabajadores afiliados al SAG que trataban de hacer com-prender a los demás la existencia de derechos inalienables y universales más allá de afinidades partidarias y la necesidad del vínculo sindical, fueron haciendo posible que paulatinamente se desdibujara en los trabajadores-militantes la idea de que el trabajador gráfico asalariado era algo así como un privilegiado que no contemplaba las características “especiales” de Cidesol SA, cuyo funcionamiento y sus ganancias comerciales, se argumentaba, tenían por destino financiar las actividades partidarias.

En resumidas cuentas, esa convivencia terminó por instalar espontáneamente en “La Juventud” al menos un espíritu crítico entre gente muy joven con las mismas necesidades vitales de cualquier trabajador en cualquier lugar de trabajo, y en más de una ocasión se produjo el alejamiento del taller de militantes que demandando un mejoramiento económico, especialmente una vez alcanzada cierta experiencia laboral, no eran atendidos.

En los últimos doce años, hubo en el taller de “La Juventud” una presencia asalariada que –hoy está más que claro— resultó muy molesta para sus responsables: Loreley Corbo, obrera especializada en las tareas de fotomecánica, desde muy joven afiliada al SAG, activa militante y actualmente integrante del Consejo Directivo de él. Puede afirmarse que es “la mujer maravilla” que realizó verdaderos actos de “magia gráfica” trabajando en condiciones de gran precariedad, pero logrando resultados de gran calidad en esa fase decisiva del oficio gráfico y permitiendo así que Cidesol SA se asegurara la permanencia de muy importantes clientes comerciales.

Lo mismo podría decirse acerca de la calidad de su trabajo sindical como delegada del taller: su presencia impuso como algo absolutamente natural el funcionamiento de la Comisión Interna –antes inexistente– y una dinámica de reivindicaciones colectivas asumidas no solamente por el personal afiliado al SAG.

El 17 de marzo fue despedida, y el argumento de la empresa fue el de un altercado que Loreley Corbo mantuvo con uno de los militantes de la plantilla de personal.
Pero el detonante inmediato real es muy otro: hacía semanas que la compañera venía negándose a enseñarle el oficio –su oficio– a un militante que en definitiva terminaría cumpliendo sus tareas por una retribución económica sensiblemente por debajo del laudo. Y así se lo hizo saber a quienes, lejos de pretender una “gauchada”, pretendían de hecho el cumplimiento de una “orden de trabajo”.

Lo del “altercado” es tan inconsistente que hasta en el Ministerio de Trabajo se le preguntó al representante de Cidesol SA por qué solamente era sancionada drásticamente la trabajadora y no también el otro protagonista del “altercado”. Y la “respuesta” fue: cero.

Después de haber oído a ese mismo representante gritar que si se insistía con el reintegro de Loreley Corbo con medidas sindicales, “la imprenta va a cerrar”, y después de un mes de silencio total del diario “La Juventud”, solamente cabe una única conclusión:
LORELEY CORBO FUE DESPEDIDA PORQUE SIGNIFICABA LA PRESENCIA FIRME DEL SINDICATO DE ARTES GRÁFI-CAS EN UN TALLER EN EL QUE COSTÓ CERCA DE DIEZ AÑOS ACOSTUMBRAR A LA EMPRESA A QUE DONDE HAY TRABAJADORES ASALARIADOS, DEBE HABER NECESARIAMENTE ORGANIZACIÓN SINDICAL Y RESPETO INNEGO-CIABLE POR LOS DERECHOS Y LAS CONQUISTAS DE LOS TRABAJADORES ORGANIZADOS SINDICALMENTE, más allá de cuáles son sus afinidades del orden que sea.
Así de sencillo: lo del diario “La Juventud” es, indiscutiblemente, un despido abusivo y represivo que ninguna trabajadora ni ningún trabajador, gráfico o no, puede admitir bajo ningún concepto, jamás.

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