Para que la «tristeza» tenga fin

 

No estoy de acuerdo con tus ideas, pero
defiendo tu sagrado derecho de expresarlas
Voltaire

“Deme por elimina’o
del montón de pretendientes
que se han afila’o los dientes
pa’ prendérsele al asa’o.”
José María Alonso y Trelles

A fin de responder algunas afirmaciones que se han vertido sobre mi publicación anterior, permítanme presentar estas dos expresiones – de muy diferente origen – que han contribuido a definir, junto a otras, una determinada postura ética que he ido construyendo. Sin mengua alguna de lo anterior, permítaseme así mismo, ejercer mi derecho de elegir con quienes polemizo. Todo intercambio de ideas es valioso cuando el fin que mueve a ambos es la búsqueda de la verdad. Es en ese sentido es que Platón concebía el diálogo. Ambas partes deben estar básicamente de acuerdo en esto. Pero si una, emplea la descalificación como herramienta argumentativa, o pretende deformar la realidad, todo intento unilateral de dialogar es vano.
Por otra parte vienen bien tener presentes las palabras de Bertolt Brecht que sostenía: “El que desconoce la verdad es un ignorante; pero el que la conoce y la desmiente, es un criminal.” A quien le quepa el sayo que se lo ponga.
Aclarado lo anterior, concentrémonos en el debate que se abre a partir de la “experiencia Silva”. Éste debate no puede ser saldado con grandes consignas, verborragia vacía o limitándonos a señalar la culpabilidad de un individuo. Creo que hay que ir más allá y ver, eso que denomino “experiencia Silva” como un reclamo de acciones profundas de cara al futuro.
La pregunta surge de inmediato. ¿Cómo capitalizamos estos hechos de modo de asegurar que no se repitan? Ello suponer ir más allá de la lógica indignación que despiertan este tipo de conductas. Dado que no me considero poseedor de todas las respuestas y estar convencido que las mismas deben surgir del más amplio diálogo procederé a plantear una serie de grandes interrogantes que, a mi modesto modo de pensar, pasan a ser materias pendientes.
Desde la central sindical se ha manifestado que los trabajadores eligen a sus representantes. Totalmente claro y obvio, para quienes como yo, estamos de acuerdo en la representación de los trabajadores. Sin embargo, tras ese gran titular, comenzamos a entrever problemas referidos a cómo llevar esto adelante.
No voy a entrar en mecanismos a seguir a la hora de materializar la elección, sino en algo previo y esencial.

Forma parte de la mejor tradición de la Central de Trabajadores el haber efectuado, a lo largo de su historia, planteos estratégicos que iban mucho más allá de sus reivindicaciones puntuales. Han sido propuestas que han apuntado al mejoramiento de la vida de las grandes mayorías, lo que marca una inequívoca actitud en pro del bienestar público.
La “experiencia Silva” demuestra que hay elementos dentro del movimiento de los trabajadores que, abandonando la línea esencial de la organización y al grito de esta o aquella consigna “radical”, han cultivado el espíritu corporativo, donde lo único que importa es lo personal, lo sectorial. Desde esta posición, no han dudado en chantajear a toda la sociedad, con el sólo propósito de obtener beneficios particulares. Los ejemplos son conocidos por todos. Ello plantea las siguientes interrogantes:
¿El representante de los trabajadores en calidad de qué accede? ¿Es representante, acaso, exclusivamente de los funcionarios de sectores y no tiene otro horizonte que defender sus intereses particulares? ¿En un servicio público masivo – como lo es salud pública por ejemplo -, resulta legítimo que su designación surja exclusivamente de los funcionarios del área? ¿Si involucra un número considerable de otros trabajadores, por qué no ir a formas directas, ampliando la base de electores?
Tenemos pues dos cuestiones básicas frente a nosotros: ¿Admitimos la presencia de intereses corporativos en un servicio esencialmente público? o ¿Exigimos que la actuación se ciña a un respeto a los intereses de la población en general, sindicalizada o no, trabajadora o no?
Como complemento de lo anterior nos interrogamos: ¿Es suficiente confiar exclusivamente que la trayectoria y capacidad, el grado de compromiso, la honestidad, sean las únicas garantías de un buen desempeño? Evidentemente la “experiencia Silva” demuestra lo equivocado de esta apuesta. Esos supuestos controles son fácilmente superables como es el caso del protagonista de los hechos.
Es evidente que quien ocupe el cargo deba llegar con un plan concertado de acción, plan que no puede ser una cuestión de transacciones entre las cúpulas, sino que debe darse a conocer a toda la población, discutirlo en todos los ámbitos y generar un respaldo social amplio. Cabe preguntarse entonces
¿Cuál sería ese plan que se llevará adelante, sobre qué principios estratégicos está elaborado y qué sustento de viabilidad tiene? Responder esto en el marco que he propuesto impone el abandonar las prácticas burocráticas que se han instalado y esa suerte de “funcionarización” de la tarea sindical y volver al viejo espíritu que impulsara al movimiento sindical en el pasado.
Sigamos adelante. Una vez establecido un plan de acción respaldado por la ciudadanía, concreto y viable, no un montón de titulares sueltos, ¿qué controles se prevén a los efectos de asegurar que no caigamos de nuevo en una “experiencia Silva”? ¿Qué garantías se nos ofrecen a los ciudadanos contra la corrupción o el desacierto de los elegidos?
Todas estas cosas deben ser discutidas en el seno de la sociedad. No creo que nadie tenga todas las respuestas y si lo hay, que las comparta y rompa su silencio. Sólo de esa manera la participación significará un avance y tendremos garantías frente a determinadas conductas.
Si siempre hemos criticado que se colocaban al frente de los organismos públicos políticos que habían fracasado electoralmente, como una especie de premio consuelo, ahora está demostrado que, es necesario colocar barreras a los arribistas que envueltos en supuestos planteos radicales y empleando las históricas banderas para esconder tras ellas sus apetitos, no buscan sino satisfacer sus deseos de poder.
Todo esto simplemente para que la “tristeza” tenga fin y no sea como en la canción.

 

 

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