41 años después

 

Pertenezco a una generación que nació y dio sus primeros pasos entre las dos últimas dictaduras que ha atravesado Uruguay, la de Terra en los años 30 y el llamado proceso cívico militar. Esto me permite escribir a la vez desde la reflexión así como de la condición de testigo directo de los hechos.
El golpe de estado del 27 de junio de 1973, no fue, sino el cierre de un prolongado proceso de quiebre institucional que se venía produciendo. Una consagración de la fractura social instalada en nuestro país. Junto a ello asistimos a la muerte de una forma de vernos a nosotros mismos. A partir de entonces dejaríamos de hablar de la Suiza de América, de la tasita de plata, del país de cercanías. No tuvimos entonces una idea clara pero, junto con el modelo neobatllista de estado de bienestar, muy a la uruguaya, moría también una forma de imaginar y percibir el país.
Ya las misiones socio-pedagógicas y estudios como el del recordado Gonzalo Penela (El Uruguay y su sombra), daban cuenta de un país desconocido, corroído por el abandono y la miseria. Un país que, tras su cultura de puerto, ocultaba enormes bolsones de la más extrema pobreza
Los entonces denominados pueblos de ratas, rancheríos, de nuestro territorio profundo, comienzan a ser percibidos a formar parte de una nueva mirada que nos acercaba a la realidad latinoamericana y a la vez daba por tierra con nuestras ilusiones.

Como bien ha cantado el flaco Zitarrosa, Fuimos un balcón al frente // De un inquilinato en ruinas// -el de América Latina //
frustrada en malos amores-“
Las luchas de los trabajadores del arroz contra la salvaje explotación a que eran sometidos, la resistencia de los cañeros y sus marchas en reclamo de tierra, son claros ejemplos de una realidad que nos presentaba una cara desconocida de nosotros mismos.
Desde el poder se procuraba, mantener formalmente, determinada estructura insttucional, mientras en los hechos se procedía a vaciarlas de contenido. Una de las armas empleadas fue una enloquecida inflación y toda la gama de consejos del FMI, que reducían los ingresos de los sectores populares.
En el crisol de la resistencia popular a esa política es que nace la CNT. Se producen en su alumbramiento dos hechos trascendentes para la época. Por un lado la unidad de los trabajadores que dejando de lado sus diferencias, pasan a consolidar una unidad ya presente en la calle. Por otra parte el Congreso de Pueblo, levanta una plataforma de medidas alternativas a la situación del país.
Por aquellos años asistimos a una sistemática siembra de descontento y conflictos en el marco de una política económica que descargaba el peso de la crisis sobre la espalda de los sectores populares. Junto a ello se cultivó la respuesta violenta a los reclamos. Por esos años se privilegiaron los aparatos represivos, con injerencia directa de expertos estadounidenses los cuales, entre otras cosas, entrenaban en métodos de tortura sistemática.
Se deterioró la enseñanza. Se gestó un déficit de inversiones que nos afecta hasta nuestros días. Se anularon y persiguieron experiencias pedagógicas trascendentes como las llevadas adelante por Miguel Soler y Martínez Matonte; se cercenaron fondos destinados a la Universidad. Se pretendió doblegar a esta con la asfixia económica primero y con la sangre de estudiantes después. Todo ello complementado con un ataque sistemático a través de los grandes medios, empleando como pretexto la falta de laicidad.
El estancamiento productivo reinante no dejaba mayor campo de maniobra como en el pasado al sector hegemónico fue entonces que muchos comenzaron a coquetear con la posibilidad de un golpe de estado que pusiera la casa en orden.
La crisis se devoró el sistema colegiado de gobierno y volvimos a un régimen presidencialista más marcado que nunca. En las elecciones triunfa la fórmula compuesta por el Gral Alvaro Gestido, militar de prestigio a través de su desempeño en diversas funciones públicas, acompañado de un oscuro diputado el Sr Jorge Pacheco Areco.
El electo presidente desde el comienzo intentó desplegar un diálogo amplio con diversos actores de la sociedad. En su gabinete dio entrada a dirigentes del ala progresista de su partido, si bien colocó al inefable César Charlone (viejo sobreviviente del gobierno de Terra), como Ministro de Hacienda.
Pero sus buenas intenciones personales chocaron contra el poder que lo había consagrado. A ello se sumó la atomización de los partidos tradicionales, fruto del sistema clientelista en que se apoyaban y que determinaba que políticamente existieran múltiples bloqueos que en los hechos imposibilitaban la adopción de cualquier medida.
Los intentos de diálogo naturalmente fracasaron y la repentina muerte de Gestido determinó el ascenso de Pacheco Areco. A partir de ese momento se dividieron las aguas y el poder se decidió a transitar el camino que desembocaría en el golpe de estado. A través de la conculcación sistemática de los derechos del pueblo, del vaciamiento institucional y apoyado no en la sociedad civil, sino en un conjunto de militares reaccionarios, comenzamos a caminar hacia el abismo. Se planteó la salida estratégica de proceder a un ajuste de cuentas definitivo con todas las formas de resistencia creadas. A partir de una tabla rasa se procedería a practicar una ingeniería social regresiva.

Lo que siguió es historia conocida. Se adueñaron de un país con problemas y dejaron detrás un país arruinado, con enormes grietas socio culturales.
Mirando en perspectiva esos años podemos apreciar que se gestó una deuda social que no se mide en dinero sino en oportunidades negadas, en múltiples expresiones de vida y aspiraciones frustradas una y otra vez. Deuda de raíz social con muchas caras, a la que poco se menciona y de la que apenas se han hecho algunas pequeñas entregas a cuenta, mientras se toman decisiones que la llevan a crecer significativamente.
Deuda con la verdad. Aún hoy cada 20 de mayo exponemos nuestro paso silencioso reclamando saber qué pasó con nuestros hermanos, con nuestros compañeros. Hoy todo parece que lo hizo Gavazzo y cuatro más. ¿Dónde están esos que la Suprema Corte protege? ¿Dónde los que se beneficiaron con los negociados, los que movían los piolines de las marionetas de uniforme? Hemos asistido apenas a alguna entrega a cuenta totalmente insuficiente. El tiempo pasa y parecería que se espera que se arraigue el olvido y el silencio.
Parece que no somos conscientes que esa situación ha provocado un profundo quiebre ético en nuestra sociedad. Hay una deuda moral que saldar. Saldar esta deuda es vital para una transformación de la realidad en el marco de una praxis profunda.
Deuda social. La pobreza engendrada en aquel momento se vio incrementada en los gobiernos posteriores. A pesar de las innegables mejoras de este último período en lo que se refiere a los ingresos, esto no termina de solucionar el problema.
La pobreza es mucho más que la carencia de determinados medios, implica la instalación de una cultura de supervivencia que termina bloqueando los esfuerzos voluntaristas por cambiar la situación. Esa cultura de supervivencia crea, a su vez, una identidad por oposición que determina una profundización de la separación en el entramado social el que se debilita cada vez más. Esto se refleja con particular intensidad en lo educativo en donde los resultados son claramente deficitarios.
Vale la pena recordar lo que decía Alfredo Palacios, el político argentino de comienzos del siglo XX, refiriéndose a los reclamos emanados de los estudiantes de Córdoba: “Mientras subsista el actual régimen social la Reforma no podrá tocar las raíces recónditas del problema educacional…”
Lo anterior le da una dimensión trágica a esta manifestación de la deuda. Se está hipotecando la capacidad de ser de generaciones enteras de uruguayos. Se les está robando junto con el presente, el futuro.
Deuda política. Los miembros de las estructuras políticas han evidenciado a lo largo de todo este período una clara resistencia a favorecer la participación directa de la ciudadanía. Aún cuando se han instrumentado instancias de consulta, las mismas han sido realizadas en opciones cerradas y ante hechos consumados.
Hemos asistido a mucha participación simbólica, pero poca real y efectiva. Se considera que las instancias en que se reúne un conjunto de personas, es para hacer terapia de grupo y no para tomar decisiones a respetar.
Con el argumento de que son representantes de la soberanía popular se consideran con impunidad para tomar decisiones que afectarán la vida de esta y futuras generaciones. Tenemos una deuda política desde el momento en que la democracia cabal es un problema sin resolver, que no pasa únicamente por elecciones periódicas y campañas de sloganes. De lo que se trata es de profundizar la construcción de democracia real. Pensar el futuro ha sido privilegio de unos pocos que se han arrogado el derecho de trazar el gran rumbo a seguir, tiempo es de que se hagan presentes las voces de todos, que volvamos a la raíz misma del hacer y pensar democrático.
Deuda con el futuro. Esta es quizá la principal deuda que se padece. Todos parecemos condenados a movernos en un presente continuo, donde todo es efímero, fútil, uso y tiro. Tenemos grandes dificultades a la hora de imaginar dónde estaremos dentro de diez años. Estamos en un escenario dominado por un gran signo de interrogación.

A lo anterior contribuyen: la inestabilidad laboral instalada, la precariedad de todo el entorno sujeto a los vaivenes de una política de mercado; una vulnerabilidad de nuestra estructura productiva, dependiente cada día más de las decisiones que toman las grandes corporaciones.
Un medio ambiente al que a la par de saquearlo se lo destruye sistemáticamente; a la puesta en riesgo de recursos vitales para la vida como es el agua. ¿Cuántos agro-tóxicos, cuántos transgénicos estamos ingiriendo y qué consecuencias tendrá ello en el futuro? Evidentemente en este y otros terrenos similares solo encontramos un gran silencio.
Nuestra soberanía es cuestionada y con ello la viabilidad como país en un futuro inmediato. Ahí está los ejemplos de las decisiones de Phillips Morris, que pretende negarnos el derecho a cuidar nuestra salud; las actitudes de un lobby argentino, empeñado en trabar el normal relacionamiento de nuestros países, a fin de mantener posiciones de privilegio en la región. Pero también está, y no miremos para otro lado, la actitud de ceder permanentemente a las exigencias del capital.
Creo que fechas como estas sirven para exigir, en nombre de quienes han sido sacrificados por esta situación, del presente y especialmente del futuro, la cancelación de este conjunto de deudas.
Han pasado 41 años desde el golpe de estado, hace casi 30 que recuperamos lo básico de la democracia, hace ya casi medio siglo del pachecato, creo que hemos sido pacientes no nos vengan con que tenemos que seguir esperando.
Al comienzo de esta nota cité una canción del inolvidable flaco Zitarrosa, permítaseme que la cierre con una estrofa de otra de sus creaciones:

“Dice mi pueblo que puede leer
en su mano de obrero el destino
y que no hay adivino ni rey
que le pueda marcar el camino
que va a recorrer.”

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