La enseñanza a examen

Ingresamos en la última parte del año. Se aproximan las reuniones de profesores y el período de exámenes. La verdad las cosas no pintan bien para la señorita Educación. No salvó las previas que traía de años anteriores y no alcanzó un rendimiento satisfactorio en la mayoría de las materias. De acuerdo a los resultados se puede deducir que su calificación no llegará siquiera a un regular y que por el contrario andará por los matices del deficiente. Esto es así tanto en la esfera pública como privada, por más que esta sea objeto de menores comentarios.

Nuevamente nuestros jóvenes han “perdido” mucho y ganado muy poco dentro de las aulas, hemos postergado aspectos trascendentes como la significatividad de los contenidos y la conquista del involucramiento. Lamentablemente, cada vez más, los centros de enseñanza se asemejan más a un templo donde se va a cumplir un ritual, que un espacio decisivo en la formación del individuo. Este hoy está solo, librado a su suerte y a merced de los vaivenes de otras influencias. Hay claras pruebas de ese reprobar de la educación.

Un reciente informe sobre el Plan Ceibal, al que tanto se apostara políticamente, ha demostrado lo erróneo que significó apostar a que por sí mismo sería capaz de transformar la realidad de los centros educativos. Es falso centrar el debate en si es conveniente o no introducir el uso de computadoras en el aula. El verdadero debate debe girar en torno a que no se puede pretender colocar un motor de una Ferrari a una cachila herrumbrosa.; apenas se encienda es evidente que aparecerán los viejos y nuevos problemas.

La Facultad de Ingeniería, luego de evaluar los alumnos que ingresan determina que sólo un 8 % aproximadamente estaría en condiciones de seguir los cursos y estamos hablando de jóvenes que han sobrevivido a más de una docena de años de estudio formales, varios cursos paralelos y no provienen de los sectores más vulnerables. Son jóvenes pertenecientes a los sectores medios y altos de la sociedad. Se señala en particular las serias dificultades en el dominio básico de la lectoescritura. ¿Es esto un hecho aislado y puntual? Para nada. Ahí están los resultados de las pruebas PISA que marcan alarmantes porcentajes insatisfactorios tanto en cálculo como en lenguaje, involucrando en esto a alumnos tanto del sector público como del privado.

Tengo el profundo convencimiento de que como país tenemos una enseñanza que sólo en la ficción constituye un sistema. Si se me permite la metáfora, la enseñanza es un archipiélago formado por cuatro grandes islas (primaria, secundaria, enseñanza técnica y la Universidad) y una serie de islotes de muy variado origen. Así encontraremos centros privados que orbitan en derredor de esas grandes islas, junto con atolones de muy baja proyección dependientes del propio Ministerio, de las diferentes intendencias o de un conjunto de ONG(s) que procuran llenar los vacios existentes y tender puentes. Cada una de estas “islas” e “islotes” no deja de ceder a la tentación de proclamar su independencia del resto.

Como si lo anterior no fuera suficiente insistimos en crear nuevos islotes que nadie tiene muy claro cuál será en realidad su incidencia en un cambio positivo de la situación. Actuamos como meros aprendices de brujos que intentamos transformar la realidad mediante un acto único y aislado. Cuando la terca realidad señala el fracaso, siempre se tiene a mano el recurso del reparto de culpas.

Sumado a todo ello es posible apreciar la presencia de un planteo educativo, muy adornado con gran cantidad de expresiones de moda pero que no es capaz de servir de instrumento para la lectura de nuestra realidad y fuente sobre la que construir la praxis necesaria. No en pocas oportunidades se llega al extremo de un verdadero cantinfleo tragicómico que nace de muchos flautistas de Hamelin, los que con trajes de expertos, pretenden “vender” panaceas que todo lo solucionan de modo rápido y eficiente y que nunca asumen la responsabilidad del fracaso.

Está próximo el verano. En las vacaciones, la infraestructura lamerá sus heridas, sin ser atendida debidamente, sin que se procese una intervención masiva y efectiva que la haga capaz de afrontar el nuevo año lectivo. En consecuencia sobrevendrá la historia de siempre: los reclamos, las respuestas insatisfactorias y por sobre todo el cruce de acusaciones. En tanto que

año electoral, todo ello se empleará como maquinaria de captación de votos, sin que, como sociedad, avancemos un sólo paso hacia la solución.

Nuevamente nuestra enseñanza no satisface. ¿Cómo eso se reflejará en la vida futura de quienes pasan por sus aulas? ¿Cuánto más perderán, esta y futuras generaciones, concurriendo a clases? ¿Es suficiente que insistamos en que asistan a clase, sin que ello signifique en los hechos un cambio sustancial en su vida? ¿Resulta válido que nos preocupemos de que sean capacitados tempranamente para un puesto de trabajo, que necesariamente será precario, proyectado en el tiempo?

Es lógico plantearnos un esencial y directo ¿qué hacer? Claro que la respuesta no puede ser constreñida al corto espacio de una nota, sin embargo, y apenas como el borrador de un sucinto croquis, adelanto algunos aspectos que debieran tenerse en cuenta:

A diferencia de una fábrica, la enseñanza no puede cerrarse para remodelarla y ponerla a cero, por ello, se debe hacer de modo perentorio un plan de emergencia que atienda los principales problemas, que dé respuestas efectivas al hoy de cada centro educativo. Respuestas construidas con mucho diálogo y exigiendo, a su vez, compromiso de todos y no reparto variado de culpas. Por sobre todas las cosas, se ha de cultivar la actitud de escuchar y valorar al otro, sin entrar en descalificaciones ramplonas como escuchamos con mayor frecuencia que la deseada.

Ese plan de emergencia debe apuntar a poner fin a esa atmósfera de malestar que está instalada en todos los centros educativos; a sembrar de una buena vez, confianza, esperanzas y optimismo. Todo ello sin perder de vista que todo equilibrio que se alcance será necesariamente precario, inestable y transitorio. Es un ganar tiempo mientras procedemos a crear las bases materiales y teóricas para un nuevo modelo educativo. Un nuevo modelo que signifique cambios en lo institucional, lo organizativo, las culturas institucionales y docentes, y que por sobre todas las cosas llegue a las aulas con un aire renovador y removedor.

Debemos atender lo urgente, pero sin dejar de pensar y crear. Para ello es imprescindible un sistema efectivo de enseñanza, integrado, coherente y con una comunión de objetivos bien definidos. Un camino que no tendrá el horizonte de lo inmediato, ni el corto plazo, sino que apuntará a consolidar el trabajo de sucesivas generaciones de docentes y educandos. Si una caminata larga comienza con un primer paso, creo que ya es hora de darlo, el problema está en determinar el rumbo hacia donde nos encaminaremos. Para ello hemos de robustecer instrumentos, construir una estrategia que fomente la participación real, no meramente simbólica, de todos y por sobre todo la de aquellos que no tienen voz.

Si no afrontamos los problemas inmediatos que emanan de un reconocido déficit instalado en nuestro sistema, especialmente público, si no tendemos a una transformación radical que nos comprometa a todos, estaremos condenados a seguir presenciando conflictos y enfrentamientos de intensidad variada como los que acabamos de padece que sólo alimentarán la sed de “espectáculo” que consumen unos y venden otros. Nuestros jóvenes seguirán esperando ser satisfechos en su demanda de una enseñanza significativamente diferente.

 

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