Conflicto en la enseñanza: van… y se vienen más

Un gran educador brasileño – D. Saviani – nos señalaba en una oportunidad que “comprender la realidad implica superar las apariencias, implica captar lo que está oculto”. Considero que ante el conflicto que atraviesa la enseñanza pública las palabras citadas cobran cabal importancia. Debemos ir mucho más allá de los aspectos puntuales e inmediatos. Ir de una buena vez a la raíz y dejar la consideración de la noticia-espectáculo.

No se trata de si se han aportado mayores recursos, lo que es cierto, como también lo es el hecho de que los resultados alcanzados no están en relación al esfuerzo materializado. Es verdad que se ha mostrado buena voluntad y que existen límites en las posibilidades presupuestales. Pero también lo es que a lo largo de dos períodos de gobierno, pese a introducirse mejoras, al amparo de condiciones excepcionales, no se ha modificado sustancialmente el esquema de prioridades ni el de reparto de la renta. Resulta claro que el progresismo tiene límites muy claros que se resiste a traspasar. Considero que tampoco es válido concentrarse en lo que pierden los alumnos no concurriendo a clase, sino que la pregunta que hemos de hacernos es cuánto pierde nuestra juventud asistiendo diariamente a un sistema educativo que se muestra incapaz de dar respuestas efectivas a las demandas que plantea el presente momento.

Nuestro sistema público viene padeciendo una larga crisis que ha ido deteriorando su imagen y sus resultados. Ello es aprovechado por los sectores conservadores para promover el desarrollo de la privatización de la enseñanza, apostando exclusivamente a un “producto” pasible de ser comercializado y cuyos resultados puedan ser medidos. Mientras se reservan para sí la condición de analistas simbólicos, imaginan para los demás conocimientos básicos imprescindibles, pasibles de ser presentados con diversos adornos como surge del marketing.

Esa crisis que ya era evidente en la década del “60”, se profundizó durante el período dictatorial en el que se consolidó un déficit en diferentes aspectos que ha sido imposible en el marco de las políticas implementadas, solucionar. Es bueno tener memoria y recordar que pasamos en poco más de una década de ocupar uno de los primeros puestos a los últimos en lo referente a gasto educativo en el continente. Una Sra Ministra de triste recuerdo declaró con énfasis triunfal que se había conseguido bajar el gasto al 2%.

Los sucesivos gobiernos democráticos intentaron administrar dicha crisis sin mayores resultados. Esta siguió avanzando. Hay una “deuda” que aumenta día tras día. En este momento continuamos verificando el rezago de las respuestas ante las demandas planteadas por la sociedad y la propia cultura de nuestros días. Vivimos la experiencia de la “Reforma Rama” que pese a transformar el discurso pedagógico e iniciarse con una expectativa positiva, no fue capaz de consolidarse y mantenerse en el tiempo. Paulatinamente la realidad de las aulas desnudó sus múltiples errores y un enfoque equivocado de los problemas educativos. Salvo un discurso polisémico – vacío de contenido – es poco lo que nos quedó de todo aquello.

Las dos administraciones frenteamplistas han apostado a un incremento histórico de los recursos pero han chocado con la incapacidad de un sistema que evidencia una cultura institucional que tiene alta capacidad de bloquear intentos de cambio. Por otra parte, la lectura que hace el propio sistema de los problemas que atraviesa es de una pobreza franciscana. Está pendiente lo salarial, la formación docente y la propia estructura que se muestra ineficiente y con un nivel de burocratización kafkiano. Ha quedado en evidencia que el sistema educativo es incapaz de proceder a su propia reforma. Esto nos obliga a plantear la discusión más allá de porcentajes y montos. Considero que se debe dimensionar el déficit total que existe en el sistema y entonces comenzar a marcar los avances que se realizan. ¿Cuántas aulas son necesarias, cuántas acciones de mantenimiento profundo se requieren, cuál debería ser el salario de modo que se le pueda exigir al docente dedicación plena a su tarea, como atraemos a los mejores estudiantes hacia la enseñanza, como formamos mejor a los docentes? Estas y otras muchas preguntas están pendientes.

Determinados sectores del periodismo reclaman una autocrítica de los docentes como arma para descalificar las movilizaciones y los reclamos planteados. Lo que se desconoce es cómo funcionan los centros educativos, como es su intimidad. Si no existiera la crítica y la autocrítica, toda la industria proveedora de textos, libros y materiales didácticos no tendría demanda. Los docentes no asistirían como lo hacen a las decenas de cursillos, talleres y múltiples otros encuentros, buscando perfeccionarse profesionalmente y solventando de su propio bolsillo los gastos que ello implica.

Tal como lo señala un pedagogo como Michel W Apple, ser crítico es bastante más que limitarse a señalar las carencias. “Implica comprender el conjunto de las circunstancias, históricamente contingentes y de las contradictoras relaciones de poder que crean las condiciones en que vivimos.”

De una buena vez hemos de tomar consciencia de que el sistema nacional de enseñanza se mantiene en pié sobre la espalda de los docentes. Estos con sus errores y aciertos, con sus contradicciones y carencias, pero también con la voluntad de hacer, son quienes mantienen en funcionamiento un sistema que se cae a pedazos. De una buena vez debemos comenzar por iniciar nuestra reflexión a partir de la realidad concreta que se vive en los diferentes centros de enseñanza, dejar definitivamente de hacerlo a partir del debería ser.

Tal como lo señalamos en el título este conflicto no es sino uno más y tras él sea cual sea su resultado vendrán más. Mientras se manejen estos niveles salariales, mientras se continúe utilizando galerías y contenedores como aulas, estaremos dentro de coordenadas de múltiples conflictos.

Solo cuando como sociedad seamos capaces de encarar una auténtica revolución educativa, comenzaremos a superar estas situaciones.

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