“Antígona Oriental”, teatro de la Revolución

Casi seguro que han de sobrar los dedos de una mano para contar los médicos forenses que entre 1972 y 1985, en Uruguay, se negaron a firmarle a los dictadores actas de defunción que falseaban las causas reales de muerte de aquellas compañeras y aquellos compañeros asesinados en la tortura o fusilados en el correr de esos casi 13 años de terrorismo de Estado impulsados y avalados por los parlamentarios blancos y colorados –por la oligarquía cipaya– que a mediados del ´72 votaron un “estado de guerra interno” que daría luz verde a las fuerzas fascistas “cívico-militares” conjuradas para destruir al movimiento popular organizado en su conjunto y no solamente a sus organizaciones clandestinas armadas, ya derrotadas antes de la formalización del golpe el 27 de junio de 1972.

En la mayor parte de los casos en los que sus familiares pudieron velar a los asesinados, se impidió a punta de fusil que las vigilias de los deudos se hicieran con el féretro descubierto; el mero aspecto de los cuerpos, revelaba fehacientemente las causas verdaderas de esas muertes, imperdonables así pasen todos los siglos del tiempo humano.

Hoy, 40 años después del golpe de Estado, y a 28 del repliegue militar a los cuarteles, hay decenas y decenas de familias que siguen sin poder velar y dar sepultura, “cristiana” o no, o cremar, a los restos mortales de padres, hijos o hermanos, más que desaparecidos, secuestrados, aún, por el crimen organizado que hace de los “desaparecidos” su “método” actual principal del terrorismo de un Estado tan solo formalmente “disculpado” por sus delitos de lesa humanidad del “pasado reciente”, sin hacer nada por conminar a la mafia “cívico-militar”, hoy, a que indique claramente cómo ubicar “las cenizas del pasado y del presente” de tantas y tantos luchadores sociales víctimas de delincuentes que siguen conjurados –cometiendo delitos de lesa humanidad ahora mismo– contra el pueblo trabajador, diciéndonos con desparpajo criminal que ahí están, ellas y ellos, muy viejitos y no tanto, “siempre listos” para golpear como sea sobre los explotados y los oprimidos de un pueblo que ni olvida ni cede a los dictámenes obsecuentes de la institucionalidad jurídico-coercitiva del mismo Estado que “pide disculpas” y amenaza con más represión de la clase dominante, si cuadra…

Esta noche –domingo 30 de junio del año 2013 del siglo de los indignados–, en la Villa del Cerro, en este inmenso páramo urbano otrora industrial que ha sido la cuna proletaria de muchísimas y muchísimos de quienes siguen secuestrados y sin sepultura digna; en el Teatro Florencio Sánchez de la calle Grecia entre Norteamérica e Inglaterra (¡!), a la hora 20:30, una veintena de “locas” con los ojos en la nuca y la nuca cual frente esperanzadora apuntando hacia la revolución emancipadora de los explotados y los oprimidos, volverá a revivir sus propias vivencias en el punto culminante del “fascismo corriente” alentado por el parlamento y por jueces y forenses cómplices, para señalarnos sin pelos en la lengua y en el lenguaje de la “tragedia griega” mezclado con el de la calle, con palabras del genial Sófocles prohibido en los liceos por los asesinos del “proceso” y las propias palabras de estas luchadoras “imprescindibles”; para señalarnos que es responsabilidad –derecho y deber– del pueblo trabajador, ahora y siempre, arrancarle al Estado terrorista “la verdad, toda la verdad” sobre los crímenes de lesa humanidad, para que luego, “alguien” o “algo”, haga justicia, y para que luego, muy luego o no tanto, el terrorismo de Estado sepa que nada sale gratis en esta vida más trágica que la tragedia griega, en la que la consigna “Nunca Más” será verdaderamente histórica si el “Nunca Más” significa la derrota total y definitiva de un sistema social que es la encarnación misma de Don Creonte, ese miserable de las tablas copiado de la realidad atemporal, que pretendía acallar los gritos contra la injusticia impidiendo que las víctimas de la lucha de clases tuviesen digna sepultura, como ocurre aquí y ahora, en un Uruguay en el que la representación de “Antígona Oriental”, en el Cerro al menos, tal vez debería haberse llamado, en honor a nuestro Sófocles ácrata, “Barranca Abajo con disculpas oficiales”…

Quien pretenda tan solo un par de horas de recreación entretenida, que se quede viendo los “Teletubis” o alguna otra basura por el estilo; de irse al Florencio Sánchez buscando eso, saldrá trasquilado, sin dudas, pues estas mujeres “actoras” de la vida y la muerte acompañadas por excelentes “actores profesionales”, este tsunami de dolor combativo y estallidos lacerantes de verdad revolucionaria, le harán moquear y preguntarse “¿qué hacer?”, “¿qué hago yo?” ante tanta ignominia sostenida por una clase despótica y mezquina que aun no ha podido comprender que la injusticia y la desigualdad no son “el libreto”, el “argumento”, la “trama”, de una manga de “radicales” que se morfan los nenes crudos y se deliran con “otro mundo posible” y un “hombre-mujer nuevo” por el que seguiremos dando hasta la vida y que con los restos de ella seguiremos siendo, cada vez más y más multitudinariamente, las “Antígonas” y los “Antígonos” de nuestra propia tragedia capitalista en su último acto universal de genocidio y humillación y de alborada de una redención popular que ya va abrazando al planeta tierra con la misma calidez y el mismo amor con que “Ximena” abraza a “Antígona” al reconocerse ambas, víctimas del poder, pero también triunfadoras en la dignidad activa de los que no se resignan a caer bajo la impunidad cobarde de todos los Creontes de este mundo.

Es muy obvio que quien redacta estos renglones atrevidos, no es ni crítico teatral ni muy entendido en el lenguaje épico-poético de la tragedia griega u otra manifestación artística parecida; pero sí me siento autorizado a afirmar que “Antígona Oriental”, aunque pueda parecer lo que algunos especímenes podrían calificar de “teatro panfletario”, es una obra maestra de la cultura popular más allá de fronteras; un impresionante acto militante, enérgico e invencible, pletórico de esas capacidades espirituales contenidas y reprimidas en el alma del pueblo por condiciones sociales que también en este plano nos dicen elocuentemente cuán amplio y profundo es el sometimiento que sufre la humanidad que merece llamarse tal, a manos de los que se habían creído que el teatro de los pobres era también su “territorio controlado” y que desde él nadie podría hacer lo que el Che nos decía unos minutos antes de su fusilamiento: “El deber de todo revolucionario es hacer la revolución…”.

Estas “locas”, nuestras locas raspando los 60 pirulos, cumplen nuestro deber con la palabra, con sus gritos, con sus testimonios nada novelescos, con su clamor liberador imposible de silenciar, con su nítido y sincero llamado a la acción social contra el poder, como también lo siguen haciendo el Che y todas y todos los que siguen gritando “¡Revolución!” desde la tumba o desde los ocultos confines fascistas de la “desaparición forzada”.

En tiempos de auge de carnavales mercantilizados y polícromos audiovisuales muy estudiadamente “murgueros” preparadores de megaespectáculos a estadio lleno y megarecaudaciones formidales, propongo agitar la idea de que “Antígona Oriental” sea declarada por nosotros mismos, simples caminantes, como “Primera Obra Teatral Revolucionaria”, y que sea puesta en escena, todas las veces que sea necesario, en lugares que ofrezcan el acceso a miles de personas, reivindicando esto, también, como uno de los derechos humanos básicos del pueblo: el derecho a la cultura popular sin condicionamientos de ninguna especie.

Estoy bien seguro de que la polenta peleadora de estas mujeres revolucionarias, da para soñar este sueño de una noche de invierno en que podríamos ahorrarnos muchísima energía térmica y mucho pesimismo, oyendo la estridente y ardiente canción cabaretera del final de “Antígona”, en la que nuestras admirables “vestales” orientales vestidas de rojo sangre y de rojo dignidad, nos preguntan sin soberbia, desafiantes, cariñosa y certeramente desafiantes:

“¿Dónde estás, izquierda?”…

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