Más creíble, todavía (a la hora de las cartas)

Ante la persistente arremetida mediática del novelón «suspense» de «El Reciclado Amodio Pérez y la Cándida Historia Verdadera», me siento autorizado y obligado a reeditar esta carta –publicada virtualmente hace más de un mes– que ningún diario publicó ni publicará, porque la prensa “formal” no está para hablar claro e informar, sino para vender diarios y «noticieros» y distraer la atención de la gente sacándole de sus verdaderos y duros problemas cotidianos.

Para mí, por lejos, esta es la mejor «carta de Amodio» –la más creíble–, y pienso que fue una lástima no haber difundido antes las otras cartas que se le atribuyen como de «puño y firma»; haciéndolo, difundiéndolas sin ocultar nada, al menos se les hubiese estropeado el negocio a los cuervos del «cuarto poder» asociados con los expertos en montar fábulas antipopulares y contra revolucionarias que no detienen la historia aunque logren hacernos perder el tiempo por algunas semanas.

En todo caso, si de algo sirven las ediciones «agotadas» de la prensa amarilla de estos días, es para confirmarnos a todos que, efectivamente, Héctor Amodio Pérez ha muerto fusilado por lo menos por su propia lengua sin cirugía plástica.

Disculpen la reincidencia, pero ahí va «la carta creíble» del 12 de abril de 2013:

 “El que saliva donde come, es de otra manada; al primer escupitajo, por pequeño que sea, vuélvelo a su redil o ciérrale la boca; jamás te arrepentirás…”.

Esta mañana, a sabiendas de que trato de valerme, como muchas y como muchos, de las armas virtuales que el capitalismo también pone en nuestras manos en este jugar con fuego de la “democracia” y la “libre expresión de ideas y pensamientos” de la burguesía, alguien me envió la siguiente misiva, a cuyo pie luce un garabato que sugiere la firma de un tal “Héctor Amodio”.

No me entretengo, por supuesto, en someterla a la consideración de grafólogos, arqueólogos o antropólogos de ninguna academia, y la transcribo tal cual la he recibido, sin reenvío ni al diario “El País” de Montevideo o Madrid, ni a Radio Carve o Telemundo.

No me ocupo tampoco de las moralejas, que caen de suyo nomás:

“(…) He podido sobremorir más de 40 años sin que hayan pesado sobre mi conciencia esas cosas que pesan en las conciencias de algunos de los personajes más jodidos de Shakespeare o Dostoievski, y que en general terminan en el suicidio o el autoflagelamiento masoquista como una manera de la contrición cristiana o algo parecido.

Nada que ver.

No me he suicidado porque no tengo ni un solo rasgo psicológico, moral o espiritual, nada, absolutamente nada, que pueda hacerme comparable al peor de los individuos, al más ruin y venal, que, sin embargo, de algún modo busque sentirse redimido o aliviado por el duro arrepentimiento y la autoeliminación al menos en los momentos culminantes de su vida.

Soy, sí, uno de los peores y más abyectos individuos que han pisado esta tierra, pero no hay nada de ficción literaria o arrebatos místicos de compunción conventual en mi prolongado y autoelegido sobremorir.

Nada hay en mí de esos remordimientos de conciencia que habitualmente afectan a la gente que ha tenido algún severo traspié moral y pretende redimirse imponiéndose drásticas rectificaciones de conducta que permitan hacerlo sentir, todavía, gente, aunque conviviendo con angustias infranqueables.

Soy el único desaparecido del Uruguay del que alguna gente cree poder esperar aún una carta suya, pues mi desaparición no es de la misma categoría que la del resto, del cual, en algunos casos, soy coautor de las torturas y los asesinatos que precedieron a la desaparición.

La mía no es una desaparición vulgar ni fruto de lo que algunos llaman erróneamente “traición”. Muy por el contrario, desaparecí, empecé a sobremorir, a tener la apariencia de un enigma, cuando alcancé el grado más elevado de consecuencia respecto a mis propias pautas de vida, que nunca oculté aunque los demás no fueran capaces de percibirlas en mis propios actos cotidianos, al menos en el entorno de la primera etapa de las dos de mi vida que me han hecho famoso como sin duda lo soy.

“Traición” hubiese sido no actuar como actué indefinidamente.

Desaparecí en el ejercicio de la más absoluta y muy meditada coherencia que ha regido mi vida y que sigue rigiendo mi sobremorir desde por lo menos aquel año de 1972 a partir del cual la historia no puede ser contada sin mí.

Desaparecí protegido por ladrones, torturadores y asesinos con y sin uniforme militar, pertenecientes a mi mismo mundo de seres que viven gustosamente en la miseria moral, aunque vivan empleando palabras como “honor”, “principios”, “rectitud”, etc., etc., etc. Me hice humo amparado por especímenes de mi misma calaña, por más que yo, entre ellos, fuese nada más que un pinche, un obsecuente, un advenedizo, un colado, un vocacional del vivir la vida garroneando y ventajeando a diestra y siniestra por mandato heredado de una estirpe que no era la mía, precisamente (soy hijo de gente humilde, de trabajo, y no sé muy bien cómo a pesar de ello, salí como salí: taimado y retorcido a más no poder).

Empecé a sobremorir en mi muy especial desaparición, asistido por mafiosos con rango de gobernantes y defensores de la patria, la democracia y la libertad, a los que no podés darles la espalda ni mamado, mucho menos si tenés cosas serias que contar sobre qué, cómo y hasta cuándo hicieron durante una docena de años y más, pues en algunas de esas cosas yo fui coautor, cómplice, encubridor, socio, hasta instigador de muy buena gana y con tanta idoneidad como el mejor graduado en la universidad militar de la muerte y en los escuadrones de Acosta y Lara, Campos Hermida, Castiglione y otros que no nombro porque muchos aún viven y podrían caer en manos de alguna jueza o fiscal desnorteado.

Si ustedes creen que yo puedo escribir cartas aún, que puedo andar lo más campante por el mundo con identidad trucha sin que nadie lo sepa o sabiéndolo solamente los servicios yanquis; si creen que las cartas recibidas por algún medio, son mías mismo y no fraguadas por las mismas oficinas de la CÍA que redactan editoriales del diario “El Paìs” de Montevideo o de Madrid; si algún medio alienta expectativas de contar con mis servicios para vender la mejor primicia de primera plana, estarán o no en lo cierto…

Pero nadie puede esperar de mí un arranque de sinceramiento culpable que arrastre de las patas a algunos de mis congéneres de la miseria burguesa para sacarlos de la impunidad… y ¡vaya si tendría para decir!. ¡Vaya si hay delitos de lesa humanidad que podrían aclararse muy bien si yo cantara!.

Nadie espere un solo dato que me haga fácilmente ubicable como para exponerme a la tentación de alguna Mariana Mota que ande por el mundo cazando ladrones y asesinos a pesar de la heroica campaña de la SCJ uruguaya.

A todos debe quedarles claro:

1.- Siendo muy joven –antes del accionar sistemático del MLN–, cuando trabajaba como operario gráfico en el diario BPcolor, de Montevideo, y a veces arrimaba al Sindicato de Artes Gráficas y me veía con Gerardo Gatti y otras obreras y obreros gráficos, le robaba plata de los bolsillos de sus ropas, en los vestuarios del diario, a mis propios compañeros del taller; no lo hacía en grandes cantidades a cada cual, pero sumando una y otra “punga”, me hacía la extra del día prácticamente día por medio. Nadie pudo acusarme fehacientemente nunca, aunque muchos estaban convencidos de que era yo el chorro furtivo y, sin embargo, la dejaban pasar para no pudrirla o no meterse en líos. Así hasta que pasé a la “clande” y me empezaron a promover en la “orga” por mi parla, mi capacidad de observación, mi iniciativa, mis dotes organizativos y otras supuestas virtudes que parecían ser “mi forma de ser”.

2.- En una de las primeras expropiaciones del MLN, me llevé un televisor para mi uso personal. Lo consideré algo natural, un derecho que compensaba la vida sacrificada y arriesgada que implicaba la “lucha clandestina” y sus obvias limitaciones.

3.- Obviamente que cuando pude meter mano a una parte de otra expropiación bastante más importante como fueron las libras esterlinas sacadas de la mansión de los Mailhos (familia involucrada en la industria del tabaco y el negocio financiero), no titubeé un segundo y supe quedarme con unas cuantas que, por otra parte, resultaron un buen auxiliar para horas más difíciles de mis andanzas.

4.- Cuando fracasé en mi propósito de salir del Uruguay, tratando de desvincularme del MLN allí, pero actuando a distancia, en otro país, como dirigente-delegado suyo, me juramenté en perjudicar de alguna manera a quienes se opusieron tajantemente a esa alternativa. Lo mismo hice con algunos de los que se atrevieron a mirar con codicia a “La Negra Mercedes”, mi mujer, pretendiéndola. De algún modo, algún día, me las cobraría, como efectivamente lo hice, con creces, por cierto.

5.- En la fuga de fines del ´71 del Penal de Punta Carretas, “El Abuso”, a la salida del túnel nos entregaban a cada cual un arma de fuego con la que nos desplazaríamos de ahí en más. Me tocó un revólver que no me gustó; así que convencí al que salía atrás mío con una pistola automática, de mayor calidad y capacidad de fuego, de que el revólver era mejor fierro, e hicimos el desigual trueque que en cierto modo fue posible gracias a “mi prestigio militante” y a mi conocimiento de fierros.

Estos son apenas cinco detalles, cinco anécdotas, que pintan de cuerpo entero lo que yo llamo coherencia y consecuencia. No enumeraré otras posteriores, ésas que significan mi realización íntegra como escoria social irrecuperable y que son, precisamente, lo que otros llaman “traición”.

Y que quede claro: no es que yo haya estado de colado en el lugar y en el momento equivocados. Estuve donde estuve y cuando estuve, porque otros creyeron que individuos como yo podemos ser revolucionarios; lo que sí puede ocurrir es que en el desarrollo aleatorio, caprichoso y tumultuoso de la historia, de no ocurrir ciertas circunstancias, especímenes como yo podamos seguir de largo y llegar vaya a saber uno hasta dónde, hasta que ¡zas!…

(aquí la carta se torna ilegible casi por completo, y sólo pueden descifrarse, como codificadas y al final, estas palabras: “alguien me busca como para terminar de matarme, pero mi sobremorir cierto o imaginado es buen negocio editorial al menos, todavía, y tal vez sirva para que algunos pierdan unas horas de sueño…”. Debajo de la supuesta firma, dice, ostensiblemente agregado por alguien que no parece ser el que firma: “El que saliva donde come, es de otra manada; al primer escupitajo, por pequeño que sea, vuélvelo a su redil o ciérrale la boca; jamás te arrepentirás…”).

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