El asesino ciego

Uno

En una emisión televisada recientemente se vio al presidente de los Estados Unidos de Norteamérica, Barack Obama, llorando al referirse a la horrible matanza perpetrada en una escuela primaria de la ciudad de Newton, Connecticut, donde adultos y niños fueron muertos a balazos, en un hecho que ya resulta lastimosamente habitual en este país.

Sin duda sus lágrimas fueron sinceras. Fue un momento cargado de emoción, donde un líder se comunica con su pueblo y le expresa su sentimiento.

Dos

En varias publicaciones electrónicas se leía, durante el correr de 2012, un titulo más o menos así: “178 niños muertos, saldo de ataques de drones estadounidenses en Paquistán y Yemen”, o este otro: “Atribuyen a ataques con aviones no tripulados la muerte de 168 niños en Pakistán”. Incluso esta frase: “Los aviones teledirigidos estadounidenses fueron utilizados, principalmente, durante el mandato del presidente norteamericano George W. Bush y su uso se ha intensificado durante el mandato de Barack Obama, para llevar a cabo misiones de espionaje y ataques.”

La pregunta surge inevitable: ¿De qué manera procesa, este presidente de raza mixta –alguien que tiene antepasados que sufrieron horrorosas humillaciones, mutilaciones y muerte – estar en este momento representando ese mismo poder? ¿Cómo es que demuestra sentir un dolor auténtico por los niños masacrados en su territorio y no lo conmueve la muerte de más de 160 niños en otros países a manos de sus propias fuerzas armadas y bajo su orden? ¿Es que hay niños de diferente valor? ¿Es que cuando se mata por razones políticas las muertes son justificables, aun perdonables?

Los drones, son aviones controlados remotamente. No tienen tripulación, matan ciegamente, al barrer, caiga quien caiga. ¿Se podría aplicar aquí el viejo refrán “ojos que no ven corazón que no siente?.

Tres

Los Estados Unidos de Norteamérica tienen un origen muy similar a todos los estados creados por los descendientes de los conquistadores en esta bendita tierra que luego llamaron América.

Es un origen violento, de saqueo, de genocidio, de esclavismo, de ocupación de tierras ajenas, justificado por la santa palabra de dios y la monarquía. Pero en este país naciente, el reparto de la tierra entre los nuevos colonos se definió en forma diferente a los demás. Mientras en el resto del continente, aunque también con violencia, las tierras pasaron a ser controladas por quienes estaban mejor acomodados socialmente y por ende poseedores de una cultura más refinada y tendiente a apaciguarse y disfrutar la vida una vez conseguidos sus propósitos.

En la nación del norte, a punta de rifle o de pistola los más desesperados, los de las clases más bajas, se ganaban el derecho de ocupación de aquellas tierras mayormente áridas. No importaba cual de las carretas llegara primero a levantar aquella banderita que serviría de prueba, sino quién la portara a la autoridad para reclamar su parcela, aunque en la realidad el portador hubiera llegado tarde y eliminado a sus justos ganadores.

Nace de esta forma una idiosincrasia de la idealización del trabajo y del fanatismo religioso que justifica cualquier desmán con tal de mantener lo que considera propio, aunque se haya conseguido por la violencia. En los Estados Unidos de Norteamérica, el derecho se midió con pólvora desde su inicio como nación. La fuerza se impuso a la razón y la pólvora se seguiría oliendo para perpetuar la razón de la fuerza en el desarrollo de esta sociedad, que aun hoy sigue presa de su fanatismo y ausencia de honradez para reconocer su origen tramposo y asesino.

Cuatro

El resto, nosotros, asistimos a este espectáculo infernal, con los ojos y la boca abiertos por el estupor. No importa donde estemos ubicados en el planeta, su máquina mediática nos alcanzará, como un tremendo tsunami de excremento para envenenarnos con sus prepotentes películas, donde con actitudes arrogantes, su razón se impone por la fuerza, con sus series de televisión, donde sus “héroes” son personajes despreciables, egoístas y violentos. Con su estilo publicitario donde al consumidor se le humilla y desprecia, pintándolo como egoísta o estúpido.

Finalmente, buena parte de nuestra sociedad, termina imitando sus gestos de arrogancia, copiando sus expresiones, su lenguaje, su actitud ignorante y violenta. Consumiendo pasivamente sus productos y alimentando a los niños con su comida chatarra y sus juegos violentos, instalando en ellos el germen de un futuro delincuente.

No es casualidad que en el resto del mundo, las generaciones más jóvenes estén desarrollándose entre la cultura del arma y la droga

¿Es tan difícil entender que tenemos el poder de decir no y negarnos a consumir su basura mediática? Simplemente decir no. No al terrorismo cultural.

Es tiempo ya de buscar una sociedad más sana, más justa, más solidaria, menos violenta.

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