Trump Tower en Punta del Este, lujos que ofenden

Hoy discutimos con un amigo. Él me decía. “Dejalos que vengan a gastar. Nosotros le vendemos y ellos nos compran. Ellos se divierten, nosotros nos hacemos la platita…” Yo traté de hacerle entender por qué estos faraónicos proyectos no me gustan.

Me resulta chocante la ostentación de poder económico de estos señores. Hablan de complejo hotelero, barrio privado, centros educativos y deportivos, y hasta zona franca y centros comerciales exclusivos. Este proyecto nos recuerda (por si lo habíamos olvidado) que hay en el mundo personas que se pueden pagar ciertos lujos, que tienen la plata necesaria para apoderarse de una parte de Punta del Este, lo que es decir, una parte de mi país. Todo tiene un precio en su mundo donde manda el dinero.

Mi amigo piensa que no es tan así. Que hay que ver las cosas sin tanto idealismo, que hay que ser prácticos. “Fijate que los tipos van a precisar cocineras, mucamas, choferes, guardias de seguridad, jardineros y niñeras. Van a pagar albañiles, electricistas, sanitarios, carpinteros, pintores y vidrieros. ¡Dejalos que vengan a gastar! ¿No te das cuenta que hay un montón de gente que se va a rebuscar con la guita que van a invertir?”
Mi respuesta me salió desde el fondo del alma, fue como una confesión para aliviar la conciencia: “¿Sabés una cosa?: A mí me duele pensar que mis compatriotas se alegran porque van poder comer las migajas que caen de la mesa de un rico.

Y es así. Me duele, me despierta cierta rebeldía, la noticia del mega emprendimiento puntaesteño TRUMP TOWER, que le pagó la licencia a Donald Trump para usar su nombre, y con ello sonar más glamoroso. Me parece que en lugar de alegrarse con estas “inversiones”, habría que preguntarse: ¿Cómo puede ser que se consideren aceptables extravagancias como éstas, concebidas exclusivamente para un puñado de ricachones?

¿Cómo es que a tanta gente parece no importarle que la plata que le sobra a los que pueden pagarse éstos lujos, es la que le falta a millones de personas que apenas sobreviven comiendo peor que las mascotas de esos señores? ¿Cómo se perdieron la sensibilidad y el sentido de justicia que hacen repugnantes esas desigualdades?

¿Qué tan eficiente operación política inyectó esa resignación que lleva a la mayoría de la gente a conformarse con tratar de ver alguna parte buena de una realidad tan injusta, convencidos de que “es lo que hay” y nadie puede cambiarlo?

Mi amigo se fastidió y abandonó lo que le parecía una discusión inútil. “Soñador, te dejo porque tengo unos negritos a los que darle de comer…”

Yo me quedé pensando en la frase de Pablo Coelho: “Es justamente la posibilidad de realizar un sueño lo que hace que la vida sea interesante.” Aníbal Terán Castromán

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