EDITORIAL

Psicosis de inseguridad

Una tragedia enluta a una familia y conmociona a toda la sociedad: en el barrio de Carrasco, un hombre disparó un arma de fuego contra quien supuso era un ladrón pero le dio en el tórax a una de sus hijas, de 24 años, que volvía de madrugada a su hogar. La infortunada joven falleció en el acto y su padre fue presa de una crisis nerviosa que obligó a internarlo en un sanatorio.

De acuerdo con la información brindada por los diversos medios, esa familia había sufrido tiempo atrás un copamiento en su residencia; padre e hijos fueron maniatados y la vivienda fue desvalijada. Luego de esa funesta experiencia, el dueño de casa decidió comprar un arma con el objeto de defender su patrimonio de una eventual nueva acción delictiva; la desgracia quiso que estrenara su pistola disparando contra su propia hija.

La dolorosa peripecia vivida por esta familia podría ser tema para una obra de narrativa que se propusiera ilustrar acerca del error en que caen quienes sostienen que la gente debe armarse para defenderse de los ladrones. Lamentablemente, ante el incremento de la violencia delictiva, ha hecho carne en la población la idea de que la mejor respuesta a la inseguridad que se vive ­y ante una supuesta inoperancia policial­ es armarse para repeler las rapiñas.

Nadie niega que las modalidades delictivas son particularmente violentas y que los delincuentes (sean menores o mayores) exhiben una especial agresividad. Asimismo, es perfectamente explicable que en ese contexto cualquier hijo de vecino sienta el impulso instintivo de resistir cualquier acción que implique, además del riesgo de ser agredido físicamente, la perspectiva de verse despojado de sus bienes. Es perfectamente comprensible la desagradable sensación de impotencia y la consiguiente indignación que se experimenta cuando se es víctima de una rapiña o aun de un simple hurto.

Pero lo cierto es que la sociedad ha empezado a transitar por un camino peligroso en el que la indignación va cediendo el paso a la ira, y la impotencia se transforma en sed de venganza. La tenencia de armas por parte de ciudadanos comunes y corrientes, pequeños o grandes comerciantes, empresarios, oficinistas, empleados, obreros y asalariados en general, ha sido una y otra vez desaconsejada desde el gobierno y fundamentalmente desde el Ministerio del Interior. El gran argumento esgrimido por las autoridades ­perfectamente razonable­ consiste en advertir que los malhechores están, por lo general, mucho más familiarizados con las armas que sus víctimas potenciales y en una situación de enfrentamiento aquellos llevan las de ganar.

El doloroso episodio que ha motivado estas reflexiones muestra que, con ser cierto lo que se ha expresado desde el gobierno, la presencia de un arma en el hogar conlleva, además, el riesgo real de un accidente trágico de consecuencias irreversibles.

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