Si la historia la escriben los que ganan, eso quiere decir que hay otra historia. (Lito Nebbia)

Que terminara como la mejor de América y entre las cuatro mejores del mundo, era un sueño que ningún uruguayo tenía cuando su Selección dejó Montevideo con rumbo a Sudáfrica. El mundial era, Tabárez dixit, «una fiesta a la que no nos habían invitado».

Sin embargo, como tituló el domingo La Nación de Buenos Aires, la celeste «entró por la ventana y salió por la puerta grande», entre el respeto, la admiración de todos y la sana envidia y enfervorizado apoyo de los que quedamos en el camino.

Uruguay tuvo todo lo que todos hubiéramos querido y debido tener. En primer lugar la modestia, que supone respeto por los adversarios, conciencia de las limitaciones propias y la certeza de que el mundial tiene niveles de exigencia y azar que combinados pueden descartar -como efectivamente ocurrió- al más pintado de los «candidatos».

La modestia cuando no es falsa no es falta de autoestima, ni desvalorización; es puro realismo, sin el cual los mejores proyectos y las más legítimas ambiciones terminan naufragando en la frustración.

La celeste además funcionó como un equipo, demostrando que el todo era siempre mucho más que cualquiera de sus partes, por importantes que éstas fueran.

Y la conducción, siempre medida -no por eso carente de pasión- de Tabárez y sus colaboradores, demostrando que a la voluntad conviene siempre acompañarla de experiencia y formación. Después de cuatro décadas, Uruguay vuelve por sus fueros a los grandes escenarios del fútbol mundial.

Con los dos últimos partidos perdidos, que nos llenaron los ojos de alegría, porque no fueron derrotas.

Porque una vez más se demostró que lo de la «garra charrúa» era algo más que un eslogan que hablaba de rudeza innecesaria y viveza criolla; la garra es lo que mostró Uruguay en este mundial: coraje, entrega sin especulaciones, limpieza de juego y fútbol, ese fútbol que se aplaude aunque sea con lágrimas y con un resultado adverso.

Por todo esto y seguramente por mucho más, Uruguay ha hecho historia en este Mundial. Ha vuelto a gritar ¡Presente! con una convicción que preanuncia el inicio de una nueva historia, esa otra historia que no es sólo la que escriben los vencedores, sino aquella que protagonizan los que pierden con la dignidad que otorga el haberlo entregado todo.

¡Gracias Uruguay! por habernos permitido desde esta orilla, vivir el Mundial más allá de nosotros mismos.

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