Los 101 años de Peloduro

Peloduro, nacido en Salto, cumpliría 101 años el 3 de mayo. Es inútil que lo nombre como Julio Evaristo Suárez Sedraschi (de ahí que firmara JESS), porque nadie lo reconocería. En cambio todo el mundo sabe quién fue Peloduro. Su personaje pasó a ser él mismo, en una simbólica trasmutación. Lo recuerdan en esa fecha en el local del Ministerio de Educación y Cultura de San José 1116.

En aquella tarde gris del 15 de agosto de 1965 llevamos su féretro a pulso desde la sede de la Asociación de la Prensa Uruguaya (APU), en la Plaza Cagancha, sobre el Sorocabana, por 18 de Julio y luego Yaguarón hasta el Cementerio Central. No hubo discursos porque había pedido que lo recordaran con alegría, no con una oratoria entre cipreses. Durante un par de años en esa década actuamos juntos en el Consejo Directivo de APU. Nos llamaban «la bancada comunista». En las reuniones semanales, ante la mesa elíptica yo me sentaba a su izquierda, y Amalia Yern de Bianchi Altuna a su derecha, los tres frente a Carlos Borche, que presidía. Peloduro escuchaba atentamente, y de pronto se mandaba un chiste que cruzaba el aire como una saeta, una creación sobre la marcha. Y dibujaba permanentemente sus personajes entrañables, en todas las actitudes y estados de ánimo: el Pulga, el Pulguita y la Porota, Peloduro y la Choronga, el Pileta y la barra del Dulce. Dejaba de lado las hojitas (que Amalia recogía subrepticiamente) y pasaba a revisar su audición de esa tarde con el personaje de Juan Julio, que se irradiaba por El Espectador, ubicada frente a la Intendencia. Una tarde llegó a la reunión del Consejo, se arrimó al mostrador del bolichito a tomarse una «asquerosa vieja» y miró emocionado las paredes tapizadas con los dibujos de sus personajes. No dijo nada, pero se le humedecieron los ojos.

En 2005, en el 40º aniversario de su muerte, el Museo Blanes organizó una estupenda exposición de una selección de sus caricaturas. Yo llevé a la inauguración una fotografía de una reunión del Consejo Directivo de APU de aquellos viejos tiempos. Me la había regalado Amalia Yern, que había sido correctora de confianza de Luis Batlle en «Acción» (le dictaba los editoriales desde Camino de las Tropas) y luego trabajó en LA REPUBLICA. La mención de estos nombres traerá sin duda muchos recuerdos a más de uno. De izquierda a derecha aparecen: Peloduro, Carlos Borche, Pablo Pampinella, Waldeck Ibarra, Carlos María Perelló, José F. Ceranti (el Sherlock Pipa de la vieja Justicia), Enrique R. Erro, Amalia Yern, Romeo Fiore, Carlos Márquez, Eduardo Nicolazzo, Daniel Soto, Niko Schvarz y José Bachs (Chicote).

En 1996 la Junta Departamental de Montevideo editó un álbum de homenaje a Peloduro, por iniciativa del edil (después senador) Leopoldo Bruera y con la colaboración de Cuque Sclavo. Allí aparece una serie de sus más notables caricaturas, las que engalanaron las páginas de la revista «Peloduro» en sus cuatro épocas (para mí la primera, de los años de la guerra, fue por lejos la mejor), las célebres Caricapturas de la contratapa de «Marcha», que hicieron época, y las que en la etapa final se publicaba a diario en la página editorial de «El Popular» y que yo a menudo recogía por la mañana en un café céntrico. Pero estaban además los textos escritos. Los comentarios internacionales del Pulga eran una cátedra viva y el «Diccionario del Disparate» se leía en rueda a carcajada limpia. Tiempo después pude reconstruir (o casi) la colección de la primera época de la revista, que se conseguía por poca plata en la feria de Tristán Narvaja.

Creo que Peloduro fue uno de los más brillantes caricaturistas políticos de cualquier época y de cualquier país. Con chispazos geniales, y siempre de entraña popular, dotado además de una trayectoria vastísima, renovada a diario. He seguido a caricaturistas de renombre mundial, como Jean Effel, que publicaba en primera plana de «L’Humanité», un noruego famoso cuyo nombre olvidé, caricaturistas cubanos, y aprecio a creadores uruguayos, como Pancho en «Le Monde» y Hermenegildo Sábat en «Clarín». Si una imagen vale más que mil palabras, nada supera el poder de convicción de una caricatura que da en el blanco. Hoy volvemos a Peloduro y nos hace reír como antaño. Y pensar.

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