Patada de burro viejo

El nomenclátor vial de Montevideo

Los criterios para las denominaciones de las calles han ido cambiando con el tiempo a la vez que iban poniendo de manifiesto cuáles eran los valores ideológicos en auge en el momento de los ‘bautismos’ viales.

Hace un siglo el nomenclátor expresaba conceptos llenos de grandeza ideológica y moral, de fe en el hombre, de sueños utópicos movilizadores. Hasta diría, reivindicativos.

Por eso resulta muy ilustrativo repasar algunos nombres de calles de los viejos tiempos y encontrarnos con denominaciones tales como Libertad, Patria, Justicia, Fraternidad, Trabajo, Democracia, Progreso, Comercio, Honor, Perseverancia, Emancipación, Ideario artiguista, etcétera, cuyo contenido vamos dejando de lado u olvidando por motivo del uso diario, si acaso alguna vez nos preocuparon.

De modo opuesto, en los tiempos que corren, con el pleno auge del neoliberalismo y el individualismo a ultranza, bautizar calles con nombres tales o similares, sonaría para el ciudadano común a ridículo, a disparatado. ¿Quién podría alabar hoy la «fraternidad», por ejemplo, poniéndole tal nombre a una calle si tal valor está hoy mortalmente desvalorizado? Aclaremos que no se trata de circunstancias contingentes sino de valores expresados en los hechos de la vida social actual.

Lo que es más, aquellos nombres de antaño van desapareciendo ante las denominaciones de nombres y apellidos de personas concretas. Dicho esto sin estúpidas lamentaciones sino con un sentido de indagación ideológica del mundo actual que vivimos.

Tal el caso de algunas denominaciones como Joaquín Secco Illa, Manuel Lafone, Juan Ortiz, Pedro Ricaldoni, Cayetano Silva, Julián Laguna, José Llupes y tantas más aparte de estos elegidos al azar. Nombres estos que el ciudadano común ni se pone a considerar, y menos a tratar de saber quiénes eran esas personas o personajes supuestamente homenajeados por esta vía.

Aparte de estas dos líneas antedichas en materia de denominaciones, existe una tercera serie de nombres que llamaremos evocativos o bien indigenistas del tipo de Chaná, Guaná, Charrúa, Guenoas, que con su aire nostálgico rememoran circunstancias histórcas o fundacionales del país.

O bien nos encontramos con nombres inspirados o poéticos tales como Colibrí, El ruiseñor, El Zorzal, Flor de Ceibo, Gavilán, Las palomas, Las violetas, Los carpinchos, Los cipreses, Ombú y tantos otros similares.

Ni qué decir de las calles que recuerdan fechas históricas determinadas: 18 de Julio, 19 de Abril, 8 de Octubre, 26 de Marzo, etcétera, que el ciudadano apurado y exigido no se molesta en analizar, ubicar históricamente y entender. Eso es así.

En ese contexto, hoy por hoy los nombres de personas recientemente desaparecidas van dominando el panorama del nomenclátor hasta en detrimento o usurpación de nombres que no deberían haberse eliminado. Caso la ex calle «Dante», cuya supresión parece hasta una afrenta a la cultura.

Pero reiterémoslo: ¿Quién bautizaría hoy una calle con el nombre de Fraternidad, Trabajo, Progreso? Eso aparecería como una «provocación» de los «izquierdosos desubicados«.

Si se quisiera expresar los valores ideológicos en alza, las calles deberían llamarse Libre comercio, Globalización, y hasta más cínicamente, «Yo estoy en la mía«. Pienso que tales nombres ya aparecerán, ya aparecerán, aunque sea en forma elíptica o hipócrita.

Que el lector entienda que en este final no hay nada de propuesta y sí de crítica a algunos resultados menores de la ideología retardataria que hoy se extiende desde la clase política de más «alto nivel» hasta el ciudadano común de la calle, lo que antaño se denominó «la plebe».

* Escritor

 

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