Vigencia de un proyecto nacional

Como suele ocurrir en los aniversarios múltiplos de diez, los veinte años que se conmemoran de la muerte de Wilson Ferreira Aldunate han sido motivo de innumerables homenajes solemnes al último caudillo blanco y han sido propicios para la aparición de un par de libros valiosos sobre su vida, su trayectoria y su pensamiento.

Uno de esos libros en particular ­Una Comunidad Espiritual, de Carlos Luppi–tiene el mérito de abarcar toda la vida de Wilson, desde su infancia, pasando por los comienzos de su militancia política (siempre apasionada) junto a Carlos Quijano, hasta su muerte, consignando y comentando los lineamientos principales de su pensamiento político, social y económico.

Varios son los políticos uruguayos que militaron en tiendas blancas o coloradas pero que tuvieron una visión progresista del país; muchos de ellos abandonaron los lemas tradicionales para sumarse al Frente Amplio de modo tal que hoy en día ambas colectividades políticas no cuentan en sus filas con sectores de izquierda y se han convertido en partidos de neto corte conservador. Pero Wilson Ferreira, sin haber abandonado jamás su querido Partido Nacional, fue sin duda alguna una figura que mantuvo siempre su ideario progresista, nacionalista y antiimperialista, y tuvo la virtud de transformar al viejo partido (considerado tradicionalmente a la derecha de su rival histórico) en un partido ubicado en el centro-izquierda con un programa de corte social demócrata.

No podemos soslayar ciertos hechos que son percibidos desde la izquierda como máculas en la trayectoria política de Wilson Ferreira Aldunate y que sin duda ensombrecen su recuerdo. Nos referimos a la postura del líder blanco en 1972, cuando su sector acompañó en el Parlamento la Ley de Seguridad del Estado bajo el gobierno predictatorial de Bordaberry; y más tarde en el tiempo, cuando en 1986 Ferreira varió su postura y propició una «solución» para evitar que los terroristas de estado se sometieran a la Justicia. Wilson llegó a reconocer públicamente el error de haber votado la ley de Seguridad del Estado, y no vivió lo suficiente para arrepentirse de la impunidad otorgada a los asesinos. No obstante, es preciso tener en cuenta que la Caducidad fue la alternativa a un proyecto sanguinettista que implicaba una amnistía total y que en caso de haberse votado habría significado la renuncia definitiva a toda investigación posterior.

Pero haciendo abstracción de esos dos traspiés, la figura de Wilson Ferreira y su ideario nacionalista y progresista lo hacen acreedor al respeto y al reconocimiento de sus adversarios. Concretamente en materia económica, Ferreira aparece francamente alineado en la trinchera opuesta al neoliberalismo, posición que no abandonó jamás, ni siquiera cuando los vientos posmodernos aconsejaban prudencia y recomendaban archivar viejas propuestas que en 1971 habían integrado el programa del Frente Amplio y del Partido Nacional.

Nos referimos a la reforma agraria y a la nacionalización de la banca y del comercio exterior.

Siendo ministro de Ganadería y Agricultura, bajo el segundo gobierno blanco del siglo pasado, Wilson presentó un proyecto de reforma de las estructuras agropecuarias que fue rechazado por la mayoría conservadora del Parlamento, mayoría conformada ­vale recordarlo–por los legisladores colorados y varios blancos.

Pero con su tozudez habitual, Ferreira insistió con su proyecto incorporándolo a «Nuestro Compromiso con Usted» y siguió aferrado a él luego del retorno a la normalidad institucional.

Creemos que el mejor homenaje que puede tributarse al último caudillo blanco es rescatar aquel viejo proyecto, analizarlo, debatirlo e impulsarlo ahora que fuerzas progresistas han alcanzado el gobierno y cuentan con mayoría en ambas cámaras.

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