María Simón

No tengo el gusto de conocerla. Tal vez por eso me sea más fácil expresar mi más sincero entusiasmo con su designación como ministra de Educación, por más que su gestión en Antel fue estupenda y podría seguir allí. También debo decir ­antes de seguir- que he encontrado a muchos ciudadanos con el mismo entusiasmo que yo, sólo que ellos no tienen un medio para expresarlo.

El sábado por la noche, en el Velódromo, lugar de encuentro con muchísima gente amiga, las conversaciones la tuvieron siempre como una «buena nueva». Por algo Tabaré Vazquez la eligió, primero para Antel, ahora para Educación y Cultura, un área tan trascendente para el país, para todos. ¿Qué es lo que nos trasmite esta mujer, ingeniera, de 53 años, frenteamplista-frenteamplista, que nos cae tan bien a unos cuantos y cuantas?

Sin orden jerárquico: responsabilidad, eficacia, energía, vocación de servicio, sencillez, sobriedad, ubicada y natural amabilidad.

Seguramente ustedes encontrarán más atributos que estos siete. Confieso que no me quise extender porque con ellos a mí me alcanza para un servidor público. Tal vez porque para mí allí estén los fundamentales. No tomo en cuenta patriotismo y honestidad porque deberían estar descontados.

En el caso de María Simón, además, los resultados en Antel están a la vista, mérito seguramente compartido con el resto del directorio y funcionarios. A mí y a otras personas, la señora Simón nos transmite una gran seguridad y serenidad sobre su gestión. Esperanza sin alharacas ni personalismos. Firme, sostenida, humana.

En tiempos de cambios es saludable encontrar personas que aparecen en el campo de la vida pública, no sólo para renovar caras, sino actitudes y procedimientos.

Personas que podrían perfectamente tener un lugar de privilegio económico y menor zozobra en la actividad privada y que, sin embargo, sienten como un honor la responsabilidad de servir a los demás.

Personas que no buscan en la actividad pública fama, ni lucimiento, ni poder , ni satisfacción a un excesivo ego, todos motores para el gran destaque pero que necesitan siempre de la complacencia obsecuente de los demás hacia el protagonista. Una enfermedad encubierta que lamentablemente sufrimos en demasía los uruguayos con actividad pública, incluidos los periodistas. Esto nos pasa en la política, en la cultura, en los negocios, en el deporte, en la discusión del boliche, en las familias. Soberbia, orgullo, necedad, nos necrotizan, dividen y separan. Todo generalmente muy revestido de muy alambicadas y sesudas razones.

Por suerte, muchos jóvenes parecen dejar afuera tanto ombliguismo ridículo e inconducente. Por más fortuna, poder, inteligencia, reconocimientos, etcéteras… nadie puede evitar ir al baño y de morirse algún día, como todos los demás.

Muchos jóvenes parecen buscar una vida más «tranqui», más serena, más real, más saludable. Menos desesperados por lo a conquistar afuera y más necesitados de verdad y amor en su interior y rededor.

Parecería que me fui por las ramas. Tal vez para algunos sí. Para mí, un ministerio no es sólo un edificio, papeles, burocracia, telarañas. Yo siento que todo esto tiene que ver con la educación, la cultura, la vida de la sociedad y su gente. Un área donde hay tanto por hacer, por escucharnos, por escuchar a los jóvenes, por conversar, por sincerarnos, por construír juntos. Un área vital para la vida de los uruguayos. Para el futuro. Para que los jóvenes sientan que este es su lugar, que no tienen que buscar otros horizontes.

Para todo esto que es enorme, bienvenida María. Hay unos cuantos uruguayos que sentimos un gran contento interior con su presencia. Seguramente el que sentiremos todos con el devenir de su gestión.

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