César Cortinas: a 115 años de su nacimiento

En las dos notas anteriores, hablábamos de la vida de César Cortinas desde su nacimiento -el 9 de agosto de 1892- hasta sus jóvenes pero muy fecundos veinte años.

Lo último que comentábamos era su gran desilusión ante la incomprensión de los críticos montevideanos (cuando presentó el 12 de agosto de 1912 en el Teatro Solís la música adaptada al poema «Resurrexit» de María Eugenia Vaz Ferreira) y su inquietud entonces, por partir y seguir perfeccionándose con mucha dedicación e intensidad en Europa.

Segundo viaje a Europa, estadía y retorno (Años 1912 – 1914)

Llega César a Europa en el invierno de 1912 y reanuda sus clases de piano, armonía, composición y de estudio de las formas musicales. Durante casi dos años estudia con gran intensidad y en forma muy metódica y disciplinada. Estudia y compone, tratando de asimilar lo más prontamente posible, aquel enorme caudal de conocimientos brindados por maestros de primer nivel mundial.

Escribe también para periódicos de nuestro país, impresiones de conciertos, corrientes musicales, etc.

De este período de estudios ha de extraer César Cortinas el material que luego volcará en sus obras mejor elaboradas musicalmente. Es una época brillante en lo personal ­por estar dedicado al estudio y a la creación- por estar en un mundo realmente mágico donde la música con mayúscula lo domina todo.

Pero por aquel entonces Europa estaba muy amenazada por la guerra fratricida que enlutaría a la humanidad y ella lo sorprende en un pueblito de Bruselas, viviendo a partir de ese momento días de grandes riesgos, días de mucha zozobra, con penurias extremas que lo hacen viajar primero a París y después de regreso urgente para América. De cualquier manera, su salida de Bélgica no fue inmediata y pudo apreciar, desgraciadamente, a ese país que tanto quería, invadido por las fuerzas alemanas.

En ese amargo y accidentado peregrinaje por Europa en guerra, pierde César todos sus trabajos musicales junto con su equipaje; pero no solamente pierde el fruto de sus estudios, sino que pierde además y ya definitivamente su salud.

Llega a Montevideo en noviembre de 1914, con diez quilos menos y al visitar al médico comprueban que su corazón se ha resentido enormemente, pareciendo ser el de un anciano. Obviamente, no tiene otra opción que dedicarse a atender su salud como tema prioritario y por eso se va a la casa de campo de su hermana María Cortinas de Valdés, que tiene en Santa Lucía una hermosa chacra.

Allí compone el «Poema» para cuarteto de cuerdas y piano que se aprecia en la actualidad como una joya musical de consideración, dentro de la creación artística uruguaya.

 

Las vicisitudes de  «La última gavota»

Mientras César se comienza a recuperar va componiendo, poco a poco, trozos de la ópera «La última gavota». Cuando viaja a Montevideo ­y en casa de los esposos Rosen­ va dando a conocer lo que lleva escrito de la misma, teniendo como siempre, singular éxito su interpretación. Entonces los esposos Rosen y otros amigos lo estimulan a que finalice su obra y vaya posteriormente a Buenos Aires a tentar suerte en el Teatro Colón.

Marcha para allá César con su partitura y empieza un peregrinaje infructuoso de oficina en oficina, con su música bajo el brazo pues nadie lo atiende, dado que no llegan a imaginarse siquiera que ese desgarbado jovencito es un excelente compositor pese a su juventud.

Finalmente consigue que la señora del Presidente Alvear, la cantante lírica Regina Paccini, se interese en su trabajo y lo contacte con el director de la Lírica Italiana del Colón, maestro Guido Marinuzzi. Las tratativas continúan y finalmente parece que se llevaría adelante la puesta en escena, si hay algo de apoyo económico del gobierno uruguayo, pero César y sus familiares no lograron motivar a nuestro gobierno para apoyar dicha inquietud.

A pesar de ello, el maestro Marinuzzi decide estrenar el «Preludio» de la ópera y así lo hace en la función de gala del Teatro Solís el 25 de agosto de 1915.

Este accidentado proceso de emociones que vivió César con tantas vicisitudes sobre el posible estreno de «La última gavota», le complicó nuevamente su salud y tuvo que partir para las Sierras de Córdoba buscando un clima más propicio para su mal.

Allí ­ofuscado con su destino y profundamente desilusionado­ en un arrebato mezcla de ira y de angustia, rompe la partitura de la ópera citada y la tira, pero por suerte su hermana Laura la salva y guarda los restos de ella.

Meses después, Marinuzzi le escribe a Cortinas que venga a Buenos Aires con la singular partitura, para ver si en la temporada correspondiente al año 1916 pueden representarla.

Es fácil de imaginar aquí el abatimiento inicial de César (que está totalmente convencido de que ha destruido su obra) y el inmenso alivio y la alegría final que tuvo al enterarse de que su hermana Laura ­contrariándolo- ha conservado por suerte, la requerida partitura.

Finalmente, el 25 de agosto de 1916 se estrenó dicha obra en el Solís, sin apoyo gubernamental y venciendo infinidad de complicaciones prácticas, relato que por muy extenso obviaremos. Caído el telón y a pesar de la fría crítica montevideana (con la honrosa excepción del comentarista musical del periódico «El Siglo») César puede, no obstante, darse por muy satisfecho, porque poco a poco se va abriendo camino en tan difícil y refinado arte y logrando hacer ceder palmo a palmo, a la gran incomprensión y falta de estímulo que, al igual que hoy, primaba por aquellas épocas para todo lo relativo a la música.

Finalmente, los últimos meses de vida y creación de nuestro querido músico maragato César Cortinas serán tema de la próxima -y última- nota. Hasta entonces. *

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