Autoritarismo, hambre y miseria en democracia

Miren a Buenos Aires, mis queridos lectores. Una gran ciudad entre otras grandes ciudades. Los ciudadanos pasan, los autos circulan. Vean los shoppings, los teatros, cines, restaurantes gourmets, Puerto Madero (tan «chic»), los Ministerios, las portadas de los magazines con la imagen de las prostitutas o top models de turno, cierto simulacro acerca de una causa célebre en la Justicia. Todo pareciera que funcionara. Vacaciones, elecciones, fines de semana, prensa, pubs, cafés. Se publican libros bazofia, desfila la moda con peinados Giordano, se hacen fiestas a beneficio (excusa antiquísima para tapar conciencias sucias), se juega fútbol.

Por cierto que hay mendigos. Viven en cajas de cartón, el pavimento es su cama. La miseria se ve en las esquinas incluso en las puertas de los hoteles cinco estrellas. Pero la vida continúa para los poderosos y sus acólitos, entretenida, amable incluso, la pornografía la acompaña. Escaparates, turistas, ropa… Pero no deseo ni quiero dejar pasar que Buenos Aires y el enorme conurbano bonaerense (casi la mitad de la población argentina vive ahí) contiene enormes bolsones de miseria. Se encubre el sufrimiento tremendo de esos miles y miles de seres que arrastran con ellos el estigma de ser inoportunos para el poder político y económico. El terror de ser inoportuno.

Ahí están, con su edad, sus puños, cabellos, venas, la compleja sutileza de su sistema nervioso, su sexo, su estómago. Su tiempo deteriorado. Su nacimiento que fue para cada uno el comienzo del mundo. Miradas de adultos pobres y ancianos pobres. ¿Pero quién puede determinar su edad? Miradas insostenibles porque sucede que en ellas sobrevive alguna esperanza. A veces no hay peor angustia, peor sufrimiento, que la esperanza.

Ahora hablaré de los detentadores del poder económico, esos impotentes vacuos, cobardes e ignorantes, calificativos a los que puedo sumar otros pero lo dejo a su imaginacion, amables lectores. Estos personajes poderosos hoy tienen a sus pies a los revolucionarios y agitadores que hace un tiempo reclamaban, reivindicaban, combatían por los principios de la Igualdad, la Libertad y la Equidad; un poco más adultos, pareciera que la llegada de los años les dio pánico y fueron comprados. ¿La revolución es para los jóvenes? Pero los jóvenes de hoy, la «Generación Bonzai», van tras otros intereses: la «tekne», la indiferencia es feroz, en estos jóvenes que el sistema supo asimilar y desactivar. Luego están bajo la bota del autoritarismo democrático los empleados; los que poseen un salario, un puesto, se cuidan de la menor agitación, actúan de informanantes-alcahuetes, temerosos de perder esas conquistas tan escasas como humillantes que les obsequiaron como limosna a un costo altísimo: su dignidad, para no quedar unidos a la cohorte porosa de los «hundidos en la miseria».

El peligro no está tanto en la situación, como en la aceptación ciega, la resignación general a lo que se presenta en bloque como algo ineluctable. Como quiera que haya sucedido, se trata de una verdadera revolución del sistema del «libre mercado» (llamado originariamente liberal). ¿O piensan ustedes que nuestros gobiernos son progresistas, de izquierda? Ni lo sueñen; el liberalismo invalidó cualquier lógica que no sea la suya.

Un retorno al siglo XIX del que se eliminó el factor «trabajo». El sistema liberal actual es lo suficientemente flexible para adaptarse a las diversidades nacionales de nuestros territorios. ¿Las armas del poder? La economía privada jamás las perdió. Sucede que el Estado no es lo mismo que el poder. Este último nunca cambió de manos. Las clases dirigentes de la economía privada en ocasiones perdieron el Estado pero nunca el Poder.

Hoy es autoridad, no conoce límites: lo ha invadido todo, lo acaparó todo. ¿Cómo llegamos y qué sucedió para que reine este estado de anestesia y amnesia? No hay lucha alguna, salvo la que reivindica un espacio para una economía de mercado, omnipotente, pero con un discurso político de tintes progresistas. Todos: políticos, empresarios, farándula, parecieran participar del mismo campo, considerar que el estado actual de las cosas es el único, que al punto al que ha llegado la Historia es el que todos esperaban.

Nadie apoya a los condenados, ahogados en su miseria, en su hambre. Impera, pues, una atmósfera terroríficamente autoritaria, pero en democracia. En nosotros, seres dueños de nuestro destino, radica el compromiso de modificar el estado de las cosas aun padeciéndolo y aunque fuera desastroso. *

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