En los 100 años del nacimiento de Jesualdo

HACE UN SIGLO, el 22 de febrero de 1905, nacía en Rivera Jesús Aldo Sosa, conocido durante toda su vida como Jesualdo. Escritor, poeta, ensayista, periodista, fue por sobre todas las cosas un pedagogo. Maestro por antonomasia. Un grupo de educadores, ex alumnos y amigos ha lanzado la iniciativa de rescatar su figura del olvido. Murió durante la dictadura, perseguido por ésta, prohibidos sus libros, en soledad. Recuerdo el dolor que nos produjo la noticia durante nuestro exilio en México, creo que en 1982. Nos dejó una sensación de desamparo, de impotencia por la suerte que la dictadura reservaba a un compatriota que había hecho conocer con honor a Uruguay, en un aspecto fundamental de su cultura, en América y en el mundo.

En las jornadas proyectadas los especialistas analizarán sin duda el original aporte pedagógico de Jesualdo. No faltará allí su participación en la gran campaña alfabetizadora de Cuba al comienzo de su revolución, o el estudio sobre la educación en la República Democrática Alemana. Yo quiero referirme apenas a dos aspectos.

Tengo un recuerdo muy vivo de mi primera lectura de «Vida de un maestro», la experiencia pedagógica de la escuelita de Canteras de Riachuelo, departamento de Colonia, poblada por los hijos de los picapedreros. Esto y lo que sigue lo escribo de memoria, porque la dictadura se llevó mi biblioteca y la quemó. Ahora me cruza por la mente una notable contratapa que Jesualdo publicó en Marcha, titulada: «Sentirse quemado vivo», en la que se refería a la quema en la plaza pública, por parte de la dictadura militar guatemalteca de turno, de sus textos de pedagogía, precisamente. El libro me impactó. Fue una de mis grandes lecturas de esa época fermental, estando en Preparatorios. Ahora me entero de que Trilce volverá a publicar esta obra, que es de mediados de los años 30 y cuya última edición se agotó en 1947. Una buena noticia para la gente de magisterio, pero no sólo para ellos.

Después leí otros dos libros que son en cierto modo una continuación de «Vida de un maestro». El primero se llamaba, si no recuerdo mal, «120 poemas de los niños de la escuela de Jesualdo», e incluía una selección de redacciones de los escolares. Varias eran verdaderos poemas en prosa. Algunos fragmentos me quedaron en la memoria. Después vino «Fuera la escuela», un intento novelado de seguir la vida de aquellos alumnos en la vida. Muchos de esos nombres nos resultaron familiares (Adelaida, Faedo, entre otros) y supimos de algunos de ellos después, en actividades diversas. Pero seguían siendo los antiguos alumnos de la escuela de Jesualdo.

El segundo episodio ocurrió más de un decenio después. En el segundo semestre de 1956 y comienzos del año siguiente proyectamos la edición del diario «El Popular». Las reuniones preparatorias se realizaban en el apartamento de Jesualdo, en la calle Miguel Barreiro, en Pocitos. A menudo nos escapábamos un rato al piso de arriba, donde María Carmen Portela tenía su taller de grabado. Jesualdo trabajó en el proyecto con dedicación, en forma organizada, aportando numerosas iniciativas. Se le ofreció integrar la dirección colegiada del diario, pero no aceptó. En ese tiempo dirigía una publicación literaria de nivel, cuyo nombre no recuerdo. Sí se comprometió a colaborar en forma regular, y cumplió. A fechas fijas entregaba sus notas, en general sobre temas literarios, a menudo latinoamericanos. Se complementaba con el gran escritor y poeta salteño Enrique Amorim, que escribía lo que llamábamos «La columna firmada» en la página editorial, polémicas ácidas sobre temas literarios y políticos firmados siempre con seudónimos distintos, pero que se reconocían a la legua por aquello de que el estilo es el hombre.

Ambos se reunían a veces con otros escritores y artistas al lado de la rotativa al fondo del viejo local de Justicia 1982 entre Miguelete y Lima. Pero para llegar a este punto me salteé un episodio regocijante.

El 25 de enero de 1957 era el día fijado para la salida de El Popular. Nadie podría jamás imaginarse el desorden que reinaba en ese local pequeño y atravesado el día anterior. Estaba allí la dirección partidaria (Arismendi, Enrique Rodríguez, Massera), más cantidad de militantes, sobre todo de la 8ª. y 19ª., que querían ayudar y llevarse el diario para difundirlo, pero que transformaron todo en un engorro intransitable. Cerca de la medianoche alguien gritó: «Â¡Ya está!» y lo que estaba era la primera página armada con las líneas de plomo. A una hora imposible de la madrugada se colocaron las ramas en la vieja rotativa, que había sido de Luis Batlle en Acción. Guillermo Israel apretó el botón… y no funcionó. Nuevos intentos, nuevos fracasos. A las 6 de la mañana se envió un comunicado a La Tribuna Popular explicando que por razones de fuerza mayor, etc. y nos fuimos a dormir, rendidos. A las 2 de la tarde estábamos al pie del cañón para discutir lo sucedido. El ambiente era tenso. Jesualdo pidió la palabra y leyó dos carillas que traía escritas, describiendo con un humor descacharrante el caos del día anterior, sin ahorrar detalle ni protagonista. El drama se transformó en una carcajada homérica. Habría que recuperar esas cuartillas y publicarlas, porque no tienen desperdicio. Estábamos salvados. El 1º de febrero apareció El Popular y seguimos saliendo regularmente, salvo cuando el pachecato nos clausuraba y la dictadura nos cerró definitivamente. *

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