La defensa del medio ambiente

El 5 de junio se celebró el Día Mundial del Medio Ambiente. La preocupación por el cuidado del ambiente o del entorno es relativamente reciente, teniendo en cuenta los milenios de vida que tiene la humanidad. Porque si bien la ecología –disciplina que se ocupa de estudiar los sistemas e interrelaciones entre las diversas especies que integran una comunidad y el medio en que viven– había surgido en el siglo XIX, sólo en la segunda mitad del XX cobró relevancia y adquirió la característica militante que hoy la distingue. En sus comienzos no había tenido otro propósito que describir y explicar los fenómenos objeto de su estudio, pero en la actualidad tiene una postura definidamente de denuncia de las acciones que ponen en peligro el equilibrio ecológico y de defensa combativa del entorno.

En un principio, los movimientos ecologistas militantes surgidos hacia fines de los años cincuenta fueron percibidos con indulgencia como manifestaciones de unos pocos locos inofensivos, pero a medida que el ecologismo fue expandiéndose y que la sociedad fue tomando conciencia de la gravedad de los problemas planteados, el cuidado por la preservación del medio ambiente empezó a percibirse como un serio obstáculo para las grandes empresas cuyo afán de lucro jamás había reparado en los daños que podría ocasionar en la biosfera.

Fue así que, alarmadas por las trabas puestas por los movimientos ambientalistas, las multinacionales crearon la falsa dicotomía entre cuidado del entorno y desarrollo económico, como si éste se viera entorpecido por aquél; como si los ambientalistas y ecologistas fueran enemigos del crecimiento y del bienestar material de la gente.

La prédica de los grandes capitalistas –preocupados sólo por obtener beneficios mediante el aumento constante de la producción a cualquier precio y a cualquier costo– llegó a hacer carne en la mentalidad de muchos gobiernos que la hicieron suya y se aliaron alegremente a la doctrina de las multinacionales. De ese modo, se minimizan los daños causados por la desforestación, por la emisión de gases tóxicos, por los residuos atómicos o por los desechos químicos que contaminan el agua y el suelo. Con la improcedente e inaceptable justificación de los medios por el fin, la lluvia ácida, el efecto invernadero y los cambios climáticos pasan a un segundo plano como pequeños males menores justificados por el fin supremo del crecimiento de la economía. El desarrollo industrial, la explotación indiscriminada de los recursos naturales, el crecimiento económico y otros conceptos por el estilo son pues los altares donde se sacrifica la integridad de nuestro «oikós», nuestra casa, nuestro hábitat, con lo que no sólo se pone en peligro la salud y la calidad de vida de quienes habitan hoy el planeta sino que se hipoteca seriamente el futuro de la humanidad.

Ningún fin, por noble que éste sea, puede justificar medios innobles.

La defensa del medio ambiente no es un tema menor ni un capricho de supuestos enemigos del desarrollo: en esa defensa nos va la vida de nuestra generación y especialmente la de las generaciones venideras. Debemos, pues, denunciar el falso dilema planteado por industriales inescrupulosos y por gobernantes frívolos. Desarrollo económico y defensa del ambiente no son conceptos antitéticos. Antes bien, deben suponerse recíprocamente para lograr el bienestar material y moral de los seres humanos sin por ello agredir al planeta ni alterar su sabio equilibrio.

Expresemos con énfasis la consigna del Foro Social Mundial de que otro mundo es posible. *

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