La "política de fusión" 150 años después

El fin de las divisas

Resulta inevitable, al oír y leer a algunos ideólogos conservadores proponer la creación de un partido único que englobe a los tradicionales para hacer frente a las fuerzas progresistas, recordar cómo luego de la Guerra Grande fue tomando forma en la clase dirigente oriental la idea de terminar con las divisas que habían surgido oficialmente poco antes del conflicto bélico.

Era en cierto modo explicable que ante el anhelo de paz y la necesidad de reconstrucción nacional impostergable, surgiera la idea de fusionar los dos bandos como forma de estampar en hechos políticos concretos la frase del armisticio de octubre de 1851: ni vencidos ni vencedores.

La estabilidad interna, requisito indispensable para el crecimiento económico, era reclamada por las clases altas (estancieros y comerciantes), cuyos miembros integraban ambos bandos tradicionales, y exigían de la dirigencia política señales claras en ese sentido.

La respuesta de la clase política se canalizó por dos vertientes. Por un lado, los «doctores» de las dos colectividades, dirigentes urbanos, impulsaron la llamada «política de fusión», mientras por el otro, los caudillos de ambas facciones, conductores rurales, practicaron la «política de pactos». Como dice José Pedro Barrán, el resultado era idéntico; no obstante, la diferencia estribaba en que los caudillos llegaban a acuerdos sin renegar de sus divisas, mientras que los doctores propugnaban la eliminación de los viejos bandos y la conformación de un nuevo partido.

El ala doctoral de ambas facciones halló su fundamento ideológico en el famoso «Manifiesto» de Andrés Lamas, hombre «de la Defensa», quien desde Brasil lanzaba un feroz alegato contra el caudillismo y las divisas tradicionales. Vale la pena repasar alguno de los pasajes de ese documento para advertir el notable parentesco doctrinario con la sugerencia del doctor Ramón Díaz: «¿Qué es lo que divide hoy a un blanco de un colorado? Lo pregunto al más apasionado, y el más apasionado no podrá mostrar un solo interés nacional, una sola idea social, una sola idea moral, un solo pensamiento de gobierno en esa división… Cerremos el libro del pasado; ese libro no sirve sino para dividirnos».

Al tiempo de promover la concordia y la reconciliación, Lamas la emprendía contra los caudillos, tratando a los dirigentes rurales blancos y colorados de «buitres y vándalos», en una inocultable soberbia de «hombre culto y moderno» que le hacía despreciar todo lo rural. Como bien señala Barrán, se trataba de que la ciudad recuperara el cetro de la dirección política oriental.

En aquella época pues, parece claro que la propuesta fusionista de Lamas tendía a agrupar a las fuerzas doctorales contra el caudillaje y las clases rurales: era una manifestación más de la clásica dicotomía campo-ciudad que persiste hasta nuestros días. Era una forma de seguir la consigna de Sarmiento que oponía la civilización contra la barbarie campesina.

En cambio, la doctrina fusionista adaptada a la realidad actual propone una cruzada «civilizadora» contra la «barbarie» de las fuerzas progresistas.

Tonto sería no advertir que las condiciones actuales difieren sustancialmente de las que imperaban en aquella época, y que hoy hay sin duda más razones para que los parientes ideológicos se unan, pero bueno es recordar que la propuesta de Lamas, por ignorar la realidad socio-política del país, no pasó de solemnes pero tímidos intentos.

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