Arenas calientes

Habilitación del puente Garzón atiza «guerra» de intereses entre magnates argentinos

Ponderado inicialmente en 40 millones de dólares de inversión, el proyecto Las Garzas contempla la construcción de un barrio privado con 480 casas de alto valor.

Al ímpetu promotor del también coleccionista y fundador del Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (Malba) que atesora su invaluable colección de arte pictórico, se sumó en fecha reciente la incursión de su hijo homónimo.

Eduardo Costantini junior compró un predio de 52 hectáreas pegadito a las tierras de papá, porque «le encantó la zona». Allí sembrará los casi 20 millones de dólares  que insumirá la urbanización Las Cárcavas, barrio privado de bosque y playa que contará con todas las exquisiteces del lujo contemporáneo.

Pese a la desolación actual del lugar, los intereses de la familia Costantini pugnan con los de pesados rivales compatriotas, en una especie de guerra a futuros, donde lo que está en liza aún no existe, pero sus estrépitos ya ensordecen.

El Entrevero, pero en las dunas

Paolo Rocca, CEO de la archipoderosa constructora Techint, y Santiago Soldati, titular de Sociedad Comercial del Plata, echaron pie a tierra (o arena) por el flanco «medioambiental», valgan las comillas.
Denunciaron al proyecto de Costantini, y su imprescindible puente sobre la Laguna Garzón, como un crimen de lesa naturaleza que «destruirá por completo una zona exótica, casi virgen, que encierra una belleza única, salvaje y llena de riqueza natural».

Entre las tantas exploraciones de afamados cazafortunas, alcanzó a plantar bandera Alejandro Roemmers, el dueño de su propio laboratorio. Don Alejandro encabeza el proyecto «Arenas de Garzón«, tras agenciarse 400 hectáreas en esta guerra territorial, o de posiciones, que arrancó hace 40 años, cuando su familia le vio la hilacha al lugar. Allí se propone construir un barrio de lujo «muy exclusivo», y cerrado para apenas un grupo de personas.

Otros despliegues notorios en esta montonera contra reloj son los de Alejandro Bulgheroni y Federico Álvarez Castillo, petrolero el primero y magnate textil el otro.

Bulgheroni ya posee una buena porción uruguaya con sus 9 mil hectáreas en Durazno. Ahora en Garzón tiene su frutilla, en la torta más disputada de la actualidad.

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