CAUDILLOS... ¡CAUDILLOS ERAN LOS DE ANTES!

La desaparición del "centrojás"

Las innovadoras tácticas foráneas aplicadas a nuestro fútbol o quizás los nuevos modelos aplicados a un pragmático fútbol criollo, han determinado a medida que transcurre el tiempo, cambios sustanciales en la funcionalidad de los equipos.

Las líneas «de tres» dejaron atrás a la tradicional línea de cuatro, los «jas» dieron paso a los carrileros, el mediopunta confundió a las defensas y apareció el «puntero ventilador» ni tan 10 ni tan puntero, porque en sí mismo, los punteros dejaron paso a dos hombres de punta.

En fin, un cúmulo de variantes que llevaron incluso a que los periodistas deportivos manejaran otras definiciones para estas nuevas posiciones en el terreno de juego. Pero todos coincidamos que en esta nueva vorágine que se emplea en el mundo, lo que más se nota en el fútbol uruguayo es la pérdida de una función que siempre identificó al balompié charrúa: el famoso «centrojás». El caudillo por naturaleza, el gladiador inclaudicable de mil batallas que supo de grandezas, enfundado en la gloriosa celeste o las tradicionales y hazañosas aurinegras y tricolores.

El viejo «centrojás», el que tenía un don de mando y una aureola de gloria propia, que se comenzó a identificar con el cinco a partir del Mundial del 50, cuando aparecieron en escena los números de las camisetas, precisamente donde nació el más famoso «centrojás» que hubiésemos tenido, el negro jefe Obdulio Varela.

Por cierto que los caudillos pese a todo no murieron, pero tampoco son lo que fueron; quizás, y es una posibilidad manejable, se fueron apagando de a poco, tal vez por el proceso de las nuevas tácticas. Lo real es que no son los ídolos de masas como ocurría antaño.

Hoy el caudillo, el viejo «cinco» se transformó en una especie de tándem, que se reparte para marcar.

Quizás por eso, por porfiados, queremos evocar a aquellos caudillos sin par, no sólo para revolver en el baúl de la memoria y recordarles esas figuras a los que peinan canas, sino mostrarles a los más jóvenes que aquí, en nuestro país, el «centrojás» era el más respetado, era el estandarte de cualquier equipo, ya sea un profesional como de los viejos y peleados clásicos de barrio en cualquier cancha donde rodara una «de cuero».

De Obdulio para acá…

Quien no recuerda acaso las anécdotas que se tejieron en torno a la personalidad del negro jefe Obdulio Varela, que llegó a ponerse la pelota abajo del brazo cuando «las papas quemaban» en la final del 50, en el hervidero de Maracaná, cuando Brasil se puso 1 a 0. Pero además en cada gesta de un equipo charrúa, de las tantas que puede contar y enumerar este fútbol (no vamos tan atrás y simplemente tomamos de Obdulio para acá) aunque hubo grandes estrellas que pasaron a la historia, ya sea por sus goles trascendentes en finales como por ejemplo el ecuatoriano Spencer (Libertadores 60, 61, 66), el «artillero» Artime (Libertadores e intercontinental con Nacional en el 70 ), Diego Aguirre (Libertadores 87), Victorino (Libertadores, Intercontinental y Mundialito del 80), Bengoechea (Copas Américas del 87 y 95), Morena (Libertadores 82), «Pato» Aguilera (empate y título celeste en Bahía en 1983), o por actuaciones espectaculares de Rocha, Cubilla, Francescoli, Ancheta, Venancio Ramos, Ostolaza, Abaddie, Joya, Espárrago, Ubiña, De León, Hobberg, De la Peña, etc., o por las atajadas fenomenales de Manga, Ladislado Mazurkiewiecz, Eduardo Pereira, Gustavo Fernández, el «Flaco» Rodolfo, Seré, Alvez, siempre inevitablemente hubo un «centrojás» de respeto, que era «caudillo y pico», metedor y figura siempre en cualquier cancha.

Y el velo de la memoria descorre esas hazañas… ¿Quién no recuerda al «Tito» Goncálvez en aquellas gestas memorables aurinegras de la década del 60 ganando tres copas Libertadores, o la presencia del «mudo» Montero Castillo -el padre de Paolo-, que hacía temblar a los rivales cuando metía algún trancazo? ¿Quién no recuerda la presencia ganadora del «Chueco» Perdomo -con cara de gurí pero pesado- en La Libertadores y la Copa América de 1987, cuando arrodillaron al campeón del mundo, Argentina, en su casa?

¿Quién se puede olvidar acaso de Espárrago metiendo pata en la mitad de la cancha hasta levantar la Copa Libertadores y la del mundo en 1980, o de «bigote» Agresta, campeón de la Copa América del 83 cuando el «Pato» embocó a los brasileños de cabeza?

¿Quién no recuerda al «tractor» Miguelito Bossio en el Peñarol del 82, o a Martín Dorta en la última conquista celeste en Montevideo (1995), o de Ariel Krasouski, que desde los juveniles de fines del 70, con mucha jerarquía desembocó en la Copa de Oro de 1980?

En los equipos en desarrollo

Pero también en los equipos chicos que lograron ser campeones uruguayos rompiendo la hegemonía de los grandes, siempre hubo un «cinco» que a fuerza de jerarquía, prestancia y otros «atributos» propios de los grandes caudillos hicieron más grande ese puesto. Como, por ejemplo, fue «Tato» Ortiz en el Defensor histórico del 76, o el «Bemba» Acosta mandando «pata» en el Progreso campeón del 89, Alvarito Gutiérrez en Bella Vista del 90, Miguel del Río en el Central sopresivo y difícil de hacerle un gol del 84, Moas en Danubio del fútbol atildado del 88 o Miguel Falero y el «Guille» Almada en el Defensor del 87 y 91 respectivamente.

Y la lista de grandes cinco sigue interminable pero nos atrevemos -aun a sabiendas que podemos dejar alguno por el camino- de recordar algunos nombres que a través de tantas décadas en distintas instituciones dejaron su secuela como el «flaco» Lamas que se fue de Peñarol a Internacional de Porto Alegre, el polémico Carlos Berrueta de Danubio, Nacional y selecciones juveniles, el inolvidable Darío Pereira que desparramó luego su clase en Brasil, Néstor Soria en el Bella Vista del 70, o los «pelados» Nelson Acosta cuando apareció en Huracán Buceo y después en Peñarol o el propio Peña, estandarte de un Nacional más contemporáneo.

Dagoberto Fontes que jugó el Mundial de 1970, el «Beto» Gil que llegó a jugar una eliminatoria, Manolo Sierra, que se ganó su lugar metiendo en el histórico Wanderers el primer equipo chico en clasificar a una Libertadores en 1975, Ruben González y Carlos Carranza en los aguerridos Cerro en la década del 60, el «Loco» Ferreira y «Chiquito» Malinowski en diferentes épocas en Defensor, Eliseo Alvarez, jugador de Nacional y selección, el mismo que según la anécdota, en el Mundial del 62 jugó fracturado contra Rusia, demostrando más que clase,y tantos más que dejaron su estampa. Después la historia se encargó de los cambios y los nuevos esquemas recostaron otro mediocampista hasta que el cinco-cinco, el viejo «centrojás» desapareció de la cancha. Hoy son dos para la marca, dos para destrozar el juego rival… en definitiva dos que circulan en la zona donde se edificaron grandes caudillos de nuestro fútbol… *

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