JOVENES URUGUAYOS INVESTIGAN Y RESCATAN LA MUSICA INDIGENA

Los sonidos del ancestro

Desde febrero del año pasado y a raíz de una invitación del Departamento de Cultura de la Intendencia de Paysandú, seis músicos se juntaron con la idea de recabar información sobre la música charrúa en nuestro país. Ellos son Hugo Rodríguez, Oscar Pina, Eduardo Corti, Jorge Flores, Inés González y Joselo Pina.

Si bien ninguno de ellos es descendiente de las etnias nativas que habitaban lo que hoy conocemos como Uruguay, dicen sentir en esa música, y no en otra que tocan profesionalmente, algo «mucho más fuerte, muy especial», expresa con satisfacción Joselo Pina.

La investigación que comenzó en aquel verano se transformó rápidamente en una búsqueda de grabados antiguos en piedras, de relatos escritos por franceses que raptaron cientos de indios para llevarlos a diversos lugares del planeta y tomaron como referencia relatos de una personalidad de la música uruguaya, el musicólogo Lauro Ayestarán.

Buscando la cultura charrúa

«En base a eso empezamos a buscar sonidos de la naturaleza. Nos preguntamos qué cosas habría en aquel tiempo, cuáles serían los sonidos que podrían haber escuchado en aquel tiempo y cuáles serían los que podríamos producir.

Con esa modalidad de trabajo fue con la que empezamos a investigar.

Más que nada lo que hicimos no es una investigación histórica sino sonora, ubicada en aquel contexto», comenta Pina.

A la investigación sonora la bautizaron como proyecto Guidaí, vocablo utilizado por los charrúas para identificar a la luna o su sombra.

La situación de los territorios de aquellos tiempos es ciertamente muy diferente a lo que sucede hoy. El silencio de aquellos campos irrecuperables contrasta con los contemporáneos ruidos de la ciudad, de la carretera.

Cuando los sanduceros recolectaban huesos y cosas para hacerlos sonar en un monte alejado, probaron sonidos, y desde unos campos vecinos se escuchaban perfectamente los golpeteos que hacían. Pero cuando los trajeron a la ciudad los ejecutaban y no sonaban. «Lo que nosotros creemos que es silencio realmente no lo es», concluye Joselo Pina al relatar esta experiencia a LA REPUBLICA.

Los instrumentos elegidos son piedras, huesos, caracolas, de los que hay historias de guerra.

Durante las batallas las mujeres tocaban estos artefactos gritando para templar emocionalmente a los combatientes. Utilizan, también, un instrumento del que sí hay bastantes datos: el llamado arco de Tacuabé.

Tacuabé fue por entonces tomado prisionero, entregado a franceses y llevado junto a Guyunusa, Vaimaca y Senaqué a Francia.

El arco de Tacuabé es de unos 30 centímetros de largo y tiene 7 cerdas que ofician de cuerdas, con una varita mojada en saliva se toca en forma muy similar a un violín.

Lo curioso de este rudimentario instrumento musical es que no se escucha a más de 20 centímetros del ejecutante.

El resonador es la boca y se aprieta con los dientes.

Según Pina, cuando uno toca el arco para sí mismo suena «fortísimo», el cráneo hace de caja de resonancia, pero el que está al lado del ejecutante apenas lo percibe.

«El arco de Tacuabé se usaba como lo que sería ahora un instrumento de meditación. Era para conversar con los espíritus, no era música para mostrar sino hacer música para uno mismo», aclara Joselo.

También reconstruyeron una especie de marimba compuesta de troncos y otra fabricada en hueso a partir de un grabado. Este se percute sentado y se dispone en el espacio como un xilofón.

Se pueden encontrar varios de estos instrumentos en otras regiones del Brasil y Paraguay también se han identificado varias coincidencias con instrumentos indígenas andinos.

La forma musical se desconoce, no se sabe si la misma era polifónica, armónica, difónica. Sólo se conoce que el ritmo era un tres por cuatro, como el vals.

Rescatando historias

El grupo se ha presentado en escuelas y liceos de algunos departamentos del Interior.

Describen esa experiencia que también llevan adelante en teatros y salas, como «impresionante».

«Por lo general, nosotros tocamos e invitamos a los gurises a que toquen los instrumentos y pregunten, sube toda la gente arriba del escenario y la recepción es impresionante», comentan los entrevistados.

Pero el proyecto no se limita a lo meramente musical. Los instrumentistas también quieren «contar la historia que nunca nos contaron, es una oportunidad de mostrar, aparte de lo sonoro, al indígena como un humano y no como salvaje».

Actualmente, están abocados a la grabación de un disco compacto que tienen casi a término y están grabando por sí mismos, una obra que será, además de novedosa, sumamente necesaria. *

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