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El guante

Sin embargo, para consagrar la épica artística no basta con el talento, porque la materia prima primordial, insoslayable e intransferible es siempre la emoción.

Los artistas –recurrentemente entronizados en pedestales que se tambalean al menor estremecimiento– son naturalmente seres de carne y hueso, que aman, sufren y experimentan sentimientos idénticos a los de cualquier humano.

Sin embargo, no suelen gozar plenamente de su derecho a la intimidad, como si fueran propiedades intelectuales colectivas, objetos de consumo masivo o íconos de una multitudinaria religión que venera a dioses mortales.

En «El guante», el dramaturgo y escritor uruguayo Antonio Larreta mixtura la realidad con la ficción, para novelar algunas intimidades de la vida privada de uno de los artistas plásticos más célebres de nuestra historia: Juan Manuel Blanes.

Como se explica en el prólogo de la obra, el autor se toma múltiples libertades respecto a la creación de personajes, nombres, circunstancias e incluso hasta fechas. Sin embargo, esta historia real de desenfrenadas pasiones con sesgo de tragedia, conserva toda su esencia y autenticidad.

La pluma de Larreta reconstruye algunos de los hitos vertebrales de la vida del gran maestro, antes que el drama sepultara su alma bajo un manto de dolor, por la muerte de uno de sus hijos y la desaparición del otro.

El relato, que el escritor trabaja en varios universos espaciales y temporales paralelos entre Uruguay, Buenos Aires y Europa, describe la anciana soledad del magistral artista, que sobrevive atribulado por recuerdos y atormentado por los fantasmas de la culpa.

Tejiendo la compleja trama de su historia con abundantes flash backs, el autor va integrando a sus personajes a los paisajes históricos del último cuarto del siglo XIX.

Era una época de esplendores superficiales y ocultas decadencias. En esas particulares circunstancias, el desafío era sobrevivir a la opresión de una sociedad pacata y convencional, que no toleraba deslices ni conductas reñidas con la moral y las buenas costumbres. Toda actitud osada que desafiara a ese sistema de valores, era considerada una suerte de pecado capital.

Larreta construye minuciosamente la arquitectura del cuadro familiar, recreando a un Blanes reconcentrado y hasta obsesionado con su trabajo artístico, para quien su taller era una suerte de templo inviolable.

Mientras la esposa del pintor es un personaje distante y ausente, el autor presenta a los hijos como forzados discípulos de su padre, con quien comparten la pasión por el arte aunque con matices diferentes.

El mayor, Juan Luis, es sociable, mundano y extrovertido. En tanto el menor, Nicanor, que es un adolescente cuando se inicia el relato, es la personificación de la inocencia. La aparente ecuación armónica de convivencia comienza a desdibujarse aceleradamente cuando irrumpe en escena Carlota, una atractiva y libertina viuda que modificará radicalmente la vida de todos. La mujer deseaba ser retratada por el maestro, como sucedía habitualmente en una época gobernada por una patológica egolatría y narcisismo.

La belleza de esta dama de alta sociedad que coleccionaba fortunas y célebres apellidos de maridos muertos, subyugó intensamente al pintor –que fue su amante– y a su tímido pero igualmente pasional hijo menor.

Carlota aspiraba a posar desnuda para que el admirado pintor imprimiera su voluptuosa anatomía en la tela. Por esos tiempos, esa actitud comportaba todo un acto de osadía y, según la distorsionada moral dominante, hasta una conducta pecaminosa y socialmente censurable. Antonio Larreta penetra subrepticiamente en la intimidad de todos sus personajes, describiendo sus ocultas pasiones, sus celos, sus angustias y hasta sus obsesiones.

El autor recorre los escenarios sociales de la época, poblados de una fauna de porte aristocrático pero algo decadente y una burguesía depositaria de los ancestrales privilegios reservados a las clases dominantes.

La lupa del novelista se detiene sobre hábitos y conductas, engaños y secretos, grandezas y miserias, para desnudar explícitamente las frágiles fronteras entre la pasión y el escándalo.

Ficcionando abundantes situaciones e incluso recurriendo a algunos personajes imaginarios, el autor reconstruye una peripecia colectiva de intensas turbulencias emocionales.

Como si se tratara de una pieza teatral, Antonio Larreta imprime a su pluma un trazo dramático, que retrata con elocuencia las vivencias de estas criaturas humanas atrapadas en un laberinto de afectos a menudo reprimidos.

De algún modo, todos los personajes representan arquetipos de una sociedad contradictoria, tras cuya esplendorosa fachada subyacen sentimientos asfixiados por convencionalismos y patrones de convivencia dominantes.

Mientras el gran maestro simboliza al artista situado sobre un encumbrado pedestal y venerado hasta la apoteosis, su hijo menor es la patética víctima de una educación de valores apócrifos, que incluso experimenta una reacción de estupor cuando comienza a sentir deseos carnales.

La múltiple viuda, a quien le subyugaba la posibilidad de posar desnuda es, ciertamente, un paradigma de la transgresión, en un tiempo histórico en que la mujer era una figura virtualmente decorativa en el paisaje social.

Al igual que en su recordada obra «Volavérunt», Antonio Larreta propone al lector compartir una historia de pasiones, celos, secretos y obsesiones. Como el autor aclara en el prólogo, «El guante» no es una novela histórica, sino una ficción que se nutre de la realidad, que retrata minuciosamente los claroscuros de una época de agudos contrastes, poblada de visibles grandezas y ocultas miserias.

(Editorial Planeta) *

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