ARTE

Muestras colectivas con variantes

La más fácil de todas fue reunir cinco artistas de diferentes generaciones en torno a El lenguaje de la escultura (Sala Carlos F. Sáez, Rincón 575). El título es inadecuado en representantes que vienen a cuestionar en diferente medida el propio lenguaje escultórico y, más que una referencia al escritor Italo Calvino, se debió acentuar el carácter singular en el soporte (la madera) que, con errática formulación, se hiciera el año pasado en el Centro Cultural MEC. Era una oportunidad para rastrear, a partir de Joaquín Torres García y el grupo MADI y en especial Carmelo Arden Quin, la incidencia de ese material en la (anti)escultura uruguaya que tuvo su prolongamiento en Wifredo Díaz Valdez, curiosamente aquí, ausente. Pero se eligió una cierta opción curatorial aunque los autores elegidos se oponen a la levedad por la consistencia propia de todas sus obras. De cualquier manera el conjunto reunido posee una calidad inusual y en su totalidad inédito. Sigue siendo muy reconfortante la recuperación y afirmación, en un terreno más sutilmente irónico duchampiano, de Federico Arnaud, la seria investigación de Pablo Damiani y Ricardo Pascale (con varias obras de tamaño mediano muy logradas y exquisitas en su cromatismo), y aunque son sutilmente expresivas las de Roberto Píriz se advierte una cierta clonación formal. En cambio JJ Núñez, regresado al principio de su obra, todavía no recuperó el encanto inicial que lo caracterizó, aunque no ceja en el humor. Al catálogo le pasó algo en la compaginación y es una lástima por las buenas reproducciones.

En Cien años de fútbol, una mirada de nuestros artistas sobre el medio campo (Frida, Benito Blanco 975) se aprovecha la euforia del futuro mundial para indagar sin ninguna convicción y de manera confusa (en la selección, cantidad, calidad y montaje). Es una de esas exposiciones provincianas en el tono, que se sitúa en la onda del arte adolescente o de atraso del crecimiento como señaló Eleanor Heartney en Art in América, una suerte de rechazo del saber y el estudio riguroso. Ignorar los antededentes de las bienales del deporte (hace un par de décadas) y de Peñarol, del arquero que fue Washington Barcala (un buen puntapié inicial para reflexionar sobre el popular deporte) y de tantos artistas que indagaron en imágenes (de García Reino a Germán Cabrera, para citar los más notorios) es quedarse en la superficie y en la trivialidad populista. Sacrificar el modesto caudal creativo de Amalia Polleri con obras de taller (un aislado dibujo y acuarela se rescata de los numerosos trabajos) es no conocer la obra de la pintora, por mucho que se adecue al tema, y es tan grotesco como las maderas de Miguel Herrera. Si la muestra no estuviera presidida por una terrorífica presentación, lucirían mejor las tenues acuarelas de Fidel Sclavo (atropelladas por cercanías incompatibles), la eficacia de Mario Sagradini, Sábat, Gustavo Fernández, Maca, un Ernesto Vila (el de espumaplast es deplorable como el soporte mismo), Pablo Conde, Diego Masi y el incanjeable Peloduro conservando su eterna vigencia.

El Segundo anual de arte 2001 de Something Special (Molino de Pérez, Rambla O´Higgins y Veltroni) está más abierto a la interpretación que el anterior pero se cometió el desliz de aceptar un jurado comercial en certámenes que lo excluyen por tradición. Luego que Catherine David expulsara a los mercaderes de las galerías de la Documenta X y que Harald Szeemann anuncie una espectacular propuesta sobre el tema, las relaciones entre arte y dinero, críticos y galeristas (de allá, no de aquí) profundizaron la separación luego de un largo período de coqueteos non sanctos. Siempre habrá discrepancias con los premios y aquí hay dos obras claves a tener en cuenta: la fotografía de Roberto Fernández y la pieza de Alejandro Turell. Es una incógnita curiosa el premio «en reconocimiento a una trayectoria no premiada» pues si Jacqueline Vares tiene sus méritos no se caracteriza, precisamente, por una frecuentación en muestras individuales, así como la intolerable función de un «veedor» en el jurado. Un premio más, con nombres importantes entre los no admitidos, que debería ajustar el reglamento, rever el sistema de jurados, y elegir otro local más amplio y accesible para su exhibición Es un importante estímulo que debe, forzosamente mejorar.

La cuota exótica proviene del Homenaje a Kurosawa (Centro Municipal de Exposiciones, Plaza Fabini). Es un encuentro forzado para los artistas locales donde algunos responden con impecable profesionalismo (Agueda Dicancro, la mejor, Javier Bassi, Gerardo Goldwasser), otros proyectan más de su obra (Octavio Podestá), otros se equivocan (Nelson Ramos) y otros aciertan, aunque faltó un impacto más potente y estremecedor (Alvaro Zinno). Un buen catálogo y textos entre el rigor y la improvisación, acompañan a una muestra muy bien presentada. No todo es teatro Noh ni budismo zen en Kurosawa y una parte de su cine obedece a cánones occidentales muy marcados. Pero parece más atractivo indagar por tierras incógnitas. A pesar de un esfuerzo importante, la exposición se clausuró ayer.

Bit Bang (Colección Engelman Ost, Rondeau 1426) es el punto alto de las exposiciones colectivas. Por recorrer la tecnología digital, parcial o totalmente, la muestra, organizada para el Centro Cultural de España en Lima, Perú, con un excelente catálogo y excelentes textos, es una experiencia indispensable. Varias de las obras han sido conocidas en la temporada en el Museo Nacional de Artes Visuales o en Goethe Institut, pero reunidas aquí adquieren un impacto mayor. Con diferentes niveles de inventiva a cargo de Aguerre, Alvarez Cozzi-Pellegrino, Cibils, Díaz, Innova, Mackern, Martínez Portillo (muerto de sida hace pocos meses), Puppo, Rosales, Seoane, Sequeira y Uribe. Vale la pena volver en detalle sobre algo tan valioso. *

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