El arte del tambor

Es fiesta patria, cae la tarde y el Barrio Sur cobra vida, como todos los feriados y algunos domingos. Igual que hace ciento cincuenta años, el ritmo de los tambores se siente desde adentro. Calle por calle, llama a sumarse y así los grupos de negros salen a manifestarse y difundir su cultura por medio de la música y la danza.

Llega hasta Palermo y ya son un montón, la gente los sigue, baila y la tardecita se viste de una celebración popular.

El candombe tiene sus orígenes en la cultura afro. Llegó a Uruguay, especifícamente a Montevideo –por el puerto– a través de los esclavos, por 1743. Surgió como forma de expresión cultural, pero además como rebelión contra los blancos colonizadores que en todo momento intentaron destruir toda manifestación cultural y religiosa de la raza negra. Por este motivo, el candombe se convirtió en un ritmo único de Uruguay y no se encuentra de la misma forma en otra parte del mundo, se integró además al folclore y a la música popular uruguaya.

Los personajes que integran un candombe son el gramillero, la mama vieja y el escobero, luego se agregaron otras figuras como la vedete, y los símbolos de la bandera, la estrella o la media luna. Pero el personaje central es el tamborilero, ellos dan el ritmo y la música por medio de un único instrumento. Este tiene tres formas: chico, repique y piano, y juntos forman la cuerda de tambores.

Lobo

Lobo Núñez tiene 45 años, hace 22 que se dedica a fabricar tambores. Tocó este instrumento desde siempre. Integró diferentes comparsas como Esclavos del Nianza y Morenada y sale con amigos y familiares los domingos y feriados en La Calenda. Llegó a tocar junto a Ruben Rada, Jaime Roos, los hermanos Fattoruso, Mariana Ingold y Eduardo Mateo.

Vive en Barrio Sur, en una casa que pertenece a la familia desde hace un siglo y medio. Allí tiene su taller. Se siente orgulloso de representar y difundir la cultura afro y de fabricarse él mismo su propio tambor.

Hoy el candombe dejó de pertenecer a los negros y se encuentran comparsas integradas completamente por blancos.

Lobo considera que los blancos pueden tocar el tambor, pero dice que hay cosas que se traen en la sangre. Como ciertas cosas del toque, la manera de proceder, de caminar con el tambor.

«Técnicamente se pueden hacer las mismas cosas con el tambor, pero el candombe es una esencia de raza. La música tiene su origen y ese origen es el verdadero. Cuando las cosas se hacen en origen, más valor tienen. Hay una ventaja de muchos años, de sentimiento. La raíz está acá, es diferente, hay una cuestión de sangre, de resistencia, de concentración», asegura convencido el músico.

Cuenta además que cada vez que toca el instrumento entra en un trance muy especial, que le entra un karma, una fuerza especial que define «como si midiera cuatro metros de alto y dos de ancho». Logra además una concentración en la respiración y los movimientos diferentes a lo normal. Dice que hay una comunicación, un diálogo que se da de sangre.

Familia de tambores

«Cuando toco con mis hijos, con amigos de toda la vida se da una comunicación, un diálogo musical que no se logra si se toca con desconocidos. Las cuerdas de tambores son como una familia, los ritmos afro están formados por familias de tambores».

Lobo siente también una relación especial con el tambor y no se lo presta a nadie, porque entregar el instrumento le parece una ofensa.

Respeta al tambor y sus ritmos. Asegura que estos últimos nunca son iguales, ya que los estados de ánimo de los miembros de la comparsa no están siempre de la misma manera. Es necesaria una coordinación mental, se usan manos y oídos. Hay un patrón rítmico dentro de la cuerda y eso se respeta, así como la velocidad.

Afirma también que cada barrio mantiene un cierto toque, ya que los integrantes de la agrupación poseen valores a respetar. «Tocar entre gente conocida suena de una manera y entre desconocidos de otra».

El arte de hacer un tambor

«La sensación que siento cada vez que hago un tambor es similar a la de un pintor que pinta un cuadro. Es dar vida», señala Lobo.

Antes el arte de fabricar tambores lo manejaban unos pocos. Hoy, a causa de la difusión del candombe, surgieron varios artesanos dedicados a armar estos instrumentos. Lo que ocasionó una baja en las ventas, debido a la pequeñez del mercado.

Los precios de los tambores varían según el fabricante, pueden ir desde 280 pesos, un chico para niño, hasta 2.700 pesos, un piano.

Los compradores son muchas veces extranjeros, uruguayos radicados en el exterior, se compran también muchos para obsequio. Coinciden los artesanos en que vender a locales comerciales no es muy redituable y las comparsas dejaron de comprar tambores, porque cada miembro lleva su propio instrumento.

«El tambor para que sea bueno tiene que ser uruguayo, cosa que no pasa con otros instrumentos. El que quiere uno bueno, sabe que tiene que comprarlo acá», afirma Lobo.

Cada maestro…

Los viejos tambores africanos consistían en un tronco ahuecado al que se le sujetaba el cuero –o lonja– con tachas. Después se usaron las barricas de whisky. Con el paso del tiempo el instrumento pasó por un proceso de evolución, hoy son bastante más sofisticados. Cada tambor difiere en su creación, según el artesano que lo hace.

Joan Fernández es muy joven, hace seis años que está en el oficio, tocó en la comparsa Maracumbé cuando era niño. Sigue cerca de Asambuya, la comparsa del Cerro.

Revela sin problemas su método. Considera que la selección de la madera es fundamental, utiliza pino brasil, porque es liviana, bastante versátil y fácil de trabajar. Dice que elige la más oscura porque es mejor y desecha las partes con nudos. Luego de cortarla en tiras –llamadas duelas–, las moja y las pone en bastidores para curvarlas. Una vez que seca las vuelve a tensionar. Los tambores llevan de 16 a 36 duelas, depende del tamaño. Para unirlas Joan usa cola italiana, que tarda un día en secar.

El tambor lo pone en una prensa. Después que saca el futuro tambor se cepilla. El paso siguiente es lijarlo. Para sujetar las duelas en algunos casos pone un fleje (tira de chapa que lo rodea), sobre todo en casos en que no se encola. Joan coloca al instrumento fibra de vidrio para darle firmeza. Pone el cuero y a algunos tambores un tensor de hierro que mantiene la lonja tirante.

Pocho

Pocho, otro fabricante de tambores, integró alguna comparsa y siempre estuvo vinculado al candombe. Se dedica a este oficio desde hace más de dos decenios.

El usa roble, también los encola, les pone fibra de vidrio, cuero y tensores. Para doblar las duelas usa una prensa.

Lobo al igual que Joan utiliza pino brasil, pero se resiste a la fibra de vidrio por entender que los materiales originales del tambor siempre fueron madera y cuero. Materiales que une con tachas y en algunos casos tensor. Las duelas las encola. «Me siento orgulloso de ser el creador de muchos de los tambores que andan por ahí», asegura este artesano. *

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