Dramaturgo Federico  Mertens

Federico Mertens (Buenos Aires, 1886-1960), hijo de un inmigrante alemán, dramaturgo, cuentista y novelista, intentó con imaginación y coraje todo o casi todo en una sorprendente aventura literaria. Comenzó a los nueve años, ganando un premio con un conmovedor poema que dedica a una prima suya que muere en plena juventud.

Debutó en la literatura con un cuento de estilo clásico que se publicó cuando sólo tenía 14 años, en el más prestigioso espacio de la literatura latinoamericana de esas épocas, el diario La Nación de Buenos Aires, dirigido por Bartolomé Mitre. Continuó con cuentos costumbristas que publicó en «Fray Mocho» y «P.B.T.». Saltó a las tablas con su primera obra dramática en un estreno de teatro a los diecinueve años y arrolló la escena de Buenos aires a los veintitrés, cuando tuvo en cartel simultáneamente dos obras de gran éxito, «Gente bien» y «Las d’enfrente», con más de mil puestas en escena. Entre tanto, cultivó la amistad de Alberto Vacarezza y Armando Discépolo, participó en la insurrección armada de Yrigoyen de 1905 y más tarde regenteó con solvencia tres teatros a la vez, a los que abastecía con su fértil ingenio.

Se dio tiempo para el café y la bohemia tanto como para las dulzuras y desdichas de la vida familiar. Pasó a la historia por su arte de divertir, por la gracia de sus comedias cómicas; pero algo había en él más afín a las oscuridades góticas y a las tragedias sombrías, como lo demuestran sus obras «Silvio Torcello», «El amor del sendero» y «La zarza en llamas».

Enfrentado a toda autoridad el ideólogo libertario argentino Alberto Ghiraldo lo definió como «un hombre que ha hecho obra revolucionaria, arte social subversivo».

Cuando se cumplieron los 90 años del estreno en Montevideo de «Las d’enfrente», su obra más popular, se editó un libro como homenaje a la gesta de un hombre que se retrató a sí mismo como de «… reducida planta, esmirriada figura y palidez poética», pero secretamente dinamizado por el par de fuerzas con que lo retrató para siempre Marcelo del Mazo: una «nerviosidad de abate exaltado» y una bondad «como el agua que se derrama en los cántaros».

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