La región. LA REPUBLICA en el Festival Internacional de Teatro de Porto Alegre

Una rica y variada muestra de arte

A continuación, en esta tercera entrega exclusiva para los lectores de LA REPUBLICA, la reseña de algunos de los espectáculos que ya hemos visto.

«El acto de comunión» (**) es la obra de Lautaro Vilo que nuestro público conoció en la puesta en escena de Alfredo Goldstein con la actuación de Leandro Núñez. Gilberto Gawronski (Río de Janeiro), presenta un «work in progress», o sea una obra en desarrollo. Sobre un escenario donde se destaca, cotidiano y esta vez siniestro, un sillón de peluquería, se oye al actor y director, en off, narración que se ilustra con videos de Internet y se acompaña con la presencia de Gawronski. Esperábamos, y aún esperamos, algo más de Gilberto: tal vez, en el futuro, la segunda parte de la obra sea dicha desde el escenario.

«El idiota» (***) de Dostoievski mostró al mejor Nekrosius. Al comienzo, cuando dos actores entran en escena por una puerta colgante y mueven dos cajones que parecen ataúdes, y cuando alguien derrama una insensata copa de agua, nos vimos venir al Nekrosius de «Hamlet» y «Otelo», el arbitrario fantaseador que no se arredraba ante ningún clásico. Aquí cedió la derecha al autor y su inventiva visual acompañó algunas veces y otras sólo no resultó molesta. Con un brillante y enérgico elenco, de habilidades corporales nada frecuentes, Dostoievski llego con fuerza y pasión suficientes para un espectáculo conmovedor. De lo mejor del festival.

«En la soledad de los campos de algodón», de Koltès (***), busca un lugar entre los clásicos del siglo XX; la imaginativa puesta en escena de Caco Ciocler, a quien conocimos como actor el año pasado en «Emperador y Galileo» de Ibsen, confirma esta creencia. En un almacén del puerto, un móvil escenario de cinco gigantescos «sube y baja» acotan las vertiginosas oscilaciones de los personajes (Armando Babaioff y Gustavo Vaz) que sostienen una estéril negociación donde el vendedor no tiene nada para vender y el comprador nada para comprar.

«Reflejos» de Matías Feldman (Argentina), quiere tener algo de Spregelburd, de Almodóvar y hasta del confesonario del «Gran Hermano»: no lo logra. La trama es más irreal que imaginativa: se postula el dilema de a quién elegir para un cargo de dirección, si a una arpía que se psicoanaliza sin parar y a quien nadie quiere o un hombre sin atributos. Difícil de creer; pero más difícil de soñar. «Anatomía frozen» (Sao Paulo) de Bryony Lavery, trata de un asesino serial de niñas, la obra se vio en Montevideo con dirección de Mario Ferreira. En esta versión los personajes son comprimidos en dos actores, casi estático, ambos de blanco y en calzoncillos: uno es el criminal, con un nylon transparente y suplementario; el otro es, a veces la madre, a veces la psiquiatra o asistente social. El resultado de tanta innovación es frío.

«El gran inquisidor»(**) de Dostoiewski, es un virulento alegato anticatólico extraído de «Los hermanos Karamazov». En anteriores festivales de Porto Alegre vimos las versiones de Peter Brook, con la actuación de Bruce Myers, y la de Patrice Chéreau, con su propia actuación; esta puesta en escena de Rubens Rusche con la brillante interpretación de Celso Frateschi es una original perspectiva: la historia vista desde hoy. El gran inquisidor no es ya un funcionario autoritario y forense, sino un anciano frágil, descolocado ante un regreso de Jesús que amenaza trastocar los planes del Santo Oficio. Es un representante de un ídolo agonizante que ya no puede ocultar sus pies de barro.

«Egotik» (*) (España), es Asier Zabaleta, bailarín y coreógrafo. Su habilidad corporal es admirable y difícil de obtener; su realización coreográfica es vulnerable. La molesta un infantil sacar y poner decenas de ladrillos de madera, la distraen algunos chistes visuales a lo Woody Allen y otras actividades irrelevantes.

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