Recuerdos. Vivencias junto a un gran maestro

Un adiós a René Marino Rivero

Ignoraba que estaba enfermo, y cuando hablé con él por teléfono por última vez hará más o menos un mes y medio, no me comentó nada.

Había debutado con 12 años en una orquesta típica de Tacuarembó, su ciudad natal, en donde paradojalmente hizo su postrer concierto. Marino fue discípulo de Alejandro Barletta a quien visitaba en Buenos Aires y quien lo inició en el camino que luego llevó a la perfección su alumno.

Quiero dejar escrito lo que personalmente he afirmado desde hace muchos años: Nadie como él se exigió tanto a sí mismo y consiguió dominar la técnica del bandoneón e ir tan lejos en sus posibilidades; nadie expresó jamás esos matices y esa riqueza de sonido. Era casi un milagro oír sus interpretaciones de Bach, Grieg, y otros grandes músicos universales. También los tangos los expresaba de manera muy particular. Todo esto lo afirmo sin desmedro de otros notables bandoneonistas que alcanzaron mayor notoriedad y popularidad, nombres insignes dentro de nuestra música ciudadana como por ejemplo Aníbal Troilo y Astor Piazzolla, éste universalmente célebre, fundamentalmente como compositor. Las comparaciones son odiosas y éste no es el caso. Marino como virtuoso del bandoneón, fue único.

Es importante también poner acento en la obra de Marino Rivero; durante mucho tiempo compuso la que llamamos música contemporánea. Ultimamente, desde hace algunos años, había ingresado en una línea más lírica y con una veta más tanguera.

Varias de sus composiciones le dan prominencia también a la guitarra en donde siempre ha participado la concertista Gabriela Díaz, con quien compartía muchos de sus conciertos e integraba un dúo. Se puede decir que prácticamente actuó en casi todas las ciudades más importantes del mundo y siempre con el reconocimiento del público y la prensa. Su última actuación en el extranjero fue en el Líbano con ochocientos espectadores que aplaudían de pie.

En el plano personal conocí a Marino en 1967, en las antiguas instalaciones de la radio del Sodre en la calle Mercedes. Con otro compañero nuestro, el destacado compositor Diego Legrand, fuimos desarrollando una intensa amistad y entrelazábamos sueños y proyectos. Recuerdo también que por los años 1969 y 1970 yo iba con Marino a estudiar inglés a la Alianza Uruguay Estados Unidos.

En cierta ocasión con Marino, que además tocaba muy bien el piano, hicimos un par de grabaciones haciéndonos pasar por italianos: el pianista se llamaba Renato Marinelli y el cantante Roberto Fontani. Estos registros salieron al aire por CX 26, ante la sorpresa de mucha gente que llamaba por teléfono a la emisora.

Una experiencia inolvidable fue también la ópera «Marta Gruni» de Jaurés Lamarque Pons, que hicimos durante casi dos meses en la Sala del Notariado en 1975. Para ello fue necesaria una reducción para piano, bandoneón y contrabajo, bajo la supervisión del propio Lamarque Pons.

El bandoneonista era Marino Rivero, la pianista era Victoria Schenini y en alguna ocasión tocó también Pablo Zinger, que había preparado la obra y hacía sus primeras apariciones en público. El contrabajista era Marcos Gabay. No recuerdo bien el nombre de todos los cantantes, por ello mencionaré sólo a los protagonistas que éramos: Virginia Castro, Teresa Techera, Rafael Quartino, Néstor Méndez, Juan Carlos Belloni, Rafael Vázquez y yo.

Años más tarde, en 1988, después de diez años en los que yo permanecí en Europa, me volví a encontrar con Marino aquí en Montevideo y realizamos algunas grabaciones en Sondor. En ese reencuentro lo invité a participar en las giras que yo venía realizando por Alemania y otros países de Europa junto al guitarrista alemán Toto Blanke y que posteriormente llevamos a cabo con gran éxito entre los años 1989 y 1992.

También hicimos algunos conciertos en nuestro medio. Recuerdo muy especialmente la versión de «Kindertotenlieder» (canciones para los niños muertos) de Gustav Mahler, donde Marino interpretó en el bandoneón la reducción para piano. Fue una vivencia magnífica. Posteriormente presentamos en Buenos Aires, en el teatro de nuestra embajada «La ciudad gris» de Lamarque Pons, sobre poesías de Enrique Estrázulas, donde también Marino, espléndidamente, sustituyó la parte de piano por el bandoneón. Precisamente, cuando nos encontramos con Marino en mi casa el año pasado hablamos de que debíamos grabar formalmente esta obra. No pudo ser.

Por suerte, Marino Rivero ha dejado varios registros, en donde se puede apreciar su arte inigualable. Tengo algunas grabaciones realizadas en vivo de conciertos con Marino y Toto Blanke en Europa, que no son de buena calidad y también algunos temas, estos sí, grabados en un estudio en Paderborn, Alemania. Poseo además, algunos videos e imágenes de la Televisión Alemana.

Con la desaparición de Marino, no puedo dejar de evocar a otro querido amigo que se fue hace ya varios años, el periodista y escritor Julio Novoa que tanto nos apoyó a Marino y a mí.

Creo firmemente que el tiempo acrecentará la valía de este extraordinario músico.

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