En cartel. "El profe", obra de Jean Pierre Dopagne, en el Teatro Stella

La lección de un maestro

Si con esta frase quiso decir que los alumnos se mueven mayormente por pasiones (que no son lo mismo que instinto) y que no se guían por la razón (que no es lo mismo que la inteligencia), está en lo cierto; con la salvedad de que ello puede predicarse de todos los humanos, cualquiera sea su edad y condición.

El profesor es, a su vez, apasionado, ansioso, impulsivo y, al fin, desequilibrado; paradoja frecuente en los cultores de la razón y la serenidad estoica; rasgos que podríamos relacionar, lejanamente, con el sorpresivo final, que arroja retrospectivamente una siniestra luz sobre aquella machacona trouvaille. Los públicos del fútbol y del Carnaval son irracionales; es un error, tan común como peligroso, valorar los acontecimientos, los espectáculos, los políticos, los poemas por la intensidad de las respuestas emocionales que pueden suscitar. En la antigua Roma el anfiteatro Flavio era el escenario, más que de luchas de gladiadores, de éxtasis emocionales de la multitud, en Bizancio apasionaban de modo semejante las carreras de carros, divididas entre dos bandos, verdes y azules.

También debemos hacer la salvedad del poco creíble desenlace, con el profesor ametralladora en mano, la cárcel después y aún la libertad anticipada ulterior. Hemos leído que el suceso viene de la vida real; pero la vida real no provee de lógica ni de coherencia al discurso teatral, que va por carriles propios. Al parecer la anécdota de la vida real que inspiró a Strindberg «La señorita Julia» terminaba «bien», con Julia tras el mayordomo en el hotel que proyectaba regentear, donde se desempeñó con felicidad tanto en el matrimonio como en las tareas domésticas.

En los créditos de la obra debemos mencionar su firme teatralidad, su continuo interés, sus buenas ideas y reflexiones que, al pasar, nos va allegando el pensativo profesor. Entretiene, divierte, anima, excita, muestra un hombre y un destino; toca y bien algunos de los grandes temas de la enseñanza. Pero todo esto, quizás menor pero muy dignamente escrito, sería polvo y ceniza sin la actuación de Félix Correa, un señor de la escena. Magnético y aplomado, en los cinco primeros minutos se gana la adhesión incondicional del público. Estamos con él; y lo que sigue se lo creemos a pie juntillas, hasta lo inverosímil. Correa es perfecto en dicción y en el tono, es decir, en la forma de comunicarse con el espectador, siempre atinada: a veces somos sus confidentes, a veces sus jueces, a veces sus víctimas, como si fuéramos sus absortos alumnos. La mímica es sobria, contenida, dirigida a decir lo más con lo menos. La ruina del profesor, largamente anunciada, es el triunfo del actor, que nos brindó toda una clase de actuación y de teatro.

EL PROFE, de Jean Pierre Dopagne, en traducción de Fernando Gómez Grande, con actuación de Félix Correa. Vestuario y ambientación de Nasha Dichi y Araceli Sosa, Arte de María Jesús Cerrutti, luces de Antonio Ruiz, dirección de Hugo Blandamuro. En teatro Stella, estreno el 29 de febrero.

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