Se apagó un faro guía

Un último adiós a Alfredo Percovich

Periodista, comunicador, autor de canciones. Hombre de amplio bagaje cultural y espléndida verborragia que supo poner al servicio de nobles causas. Alfredo, fallecido a los 65 años a causa de una infección generalizada, fue uno de los luchadores fundamentales –a través de los medios de comunicación– por la reinstauración de la democracia usurpada a los uruguayos en 1973. Su voz a través de CX 30 La Radio bajo la dirección de José Germán Araújo fue un faro guía. Una de esas luces cuya sola presencia aseguraba, a quienes le escuchaban, imprescindibles señas de identidad. El, junto a otros hombres y mujeres, fue el forjador cotidiano de una forma de «hacer radio», de una manera de comunicar y comentar las noticias buscando siempre –con bases pedagógicas– una lección educativa y libertaria. Aquello que permitiera al oyente reflexionar más allá de la propia noticia.

Fue un maestro de periodistas, un comunicador riguroso y también un «inventor de fábulas», de historias que mucho tenían que ver con la realidad. Parte de esa obra quedó plasmada en una serie de libros titulados «Los protagonistas», editados por Banda Oriental. Desde 1994 y hasta hace apenas un año volcó su energía y enorme capacidad de trabajo a través de Radio Centenario.

Quienes trabajamos junto a él (quien esto suscribe entre 1979 y 1984 en CX 30) tuvimos en su persona a un insoslayable maestro de vida. Sus enseñanzas siempre iban más allá de lo estrictamente profesional. Innumerables son las anécdotas que de él se podrían contar. A modo de ejemplo, recuerdo que en una tarde de otoño de 1980, cuando nada, o casi nada, se podía decir a través de la prensa; cuando los censores de la Dinarp y de Telecomunicaciones grababan todas y cada una de las palabras que se decían a través de la radio, todas y cada una de las canciones que se emitían, Alfredo recurría a sus compañeros de trabajo solicitando ideas para diversas cuestiones de su programa. Entre ellas las preguntas que se formulaban al aire y que eran respondidas por la audiencia. Esa tarde le dije «hoy preguntá cuántas macetas con palmeritas instalaron ayer en» un conocido restaurante ubicado en la esquina de 18 de Julio y Minas. El, pensativo, con la pipa humeante entre sus labios, mirando a través de una ventana del Palacio Salvo hacia la Plaza Independencia me contestó: «No, Yuliani, si pregunto eso el tema se agota ahí, responderán bien o mal pero se agota ahí. Sin embargo me diste otra idea. Vamos a preguntar ¿cuántas palmeras hay en la Plaza Independencia? ¿Sabés? Son treinta y tres y ellas simbolizan a los 33 Orientales. Al dar la respuesta puedo divagar y decir algo de la gesta libertadora. Podemos hablar de nuestra historia, de la libertad, de muchas otras cosas sin que los milicos puedan decirnos absolutamente nada».

Así era «El Perco», un hombre sin medias tintas. No pasaba inadvertido, tenía amigos o enemigos. Era uno de esos hombres con los cuales se puede polemizar y al mismo tiempo aprender algo. En gran medida porque desde sus inicios optó por hablar y escribir bajo una premisa bien definida, esa que una vez manifestó Atahualpa Yupanqui y que él enarboló como propia: «Si la pena mía es la pena de mucha gente, si el tajo que yo recibo es el de muchos, entonces ya empieza a interesar a los demás. La consecuencia de mi trabajo es reflejar la realidad de los hombres, la pobreza no la inventé yo…».

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