Arte

Arte prehistórico, notable ensayo

Arte Prehistórico en Uruguay es el libro recientemente publicado por Mario Consens (Torre del Vigía Ediciones, 169 pp., ilustraciones en color y en blanco y negro, 2007), montevideano de 1936, licenciado en ciencias antropológicas, investigador arqueólogo, conocedor de los principales hallazgos científicos del mundo (China, Sudáfrica, República Dominicana, Brasil, Bolivia, Paraguay, Argentina) pero también los íntimos vericuetos del territorio uruguayo durante los últimos 30 años. Asesor de numerosos países, investigador de campo en otros muchos, integrante de importantes instituciones científicas y de consejos editoriales internacionales, priorizó la investigación deontológica, un aspecto poco atendido por investigadores de todas las disciplinas y es autor de 140 trabajos publicados en cinco continentes y de seis libros. Este voluminoso currículo, difícil de detallar en una nota periodística, no es empero, lo fundamental. Al leer Arte Prehistórico en Uruguay, Consens revela la densidad y variedad de sus lecturas, siempre atento a los pensadores más actuales, que rebasan los propios límites de su especializada disciplina, enriqueciéndola con inesperadas asociaciones provenientes de la filosofía, el arte nacional e internacional, la semiótica y así siguiendo, verificable en su bibliografía.

Por lo tanto, Arte prehistórico en Uruguay no es, desde el vamos, un manual de divulgación ni un ensayo de lectura fácil que se lee de un tirón. Es una escritura en permanente tensión, cuestionadora de arraigados prejuicios (históricos, científicos, sociales, políticos, educativos) que invita a tener el marcador a mano para destacar los trechos de ideas más provocativas. La Introducción es sintomática de ese talante intelectual. Arranca refiriéndose al libro Artes Visuales del Uruguay. De la piedra a la computadora de Angel Kalenberg ilustrada con un fragmento del cuadro Resurgimiento de la Patria de Blanes, destacando «la estampa de una mujer de piel blanca, pálida, con semblante europeo (o de lo que se mitifica como tal), desnuda, parcialmente envuelta en una traslúcida bandera uruguaya, su frente y regazo cubiertos con rosas (que no son flores autóctonas), sentada sobre una piel de animal salvaje» y pensó oponer, como ilustración de su propio libro, otro fragmento del mismo cuadro, la imagen de un indígena con plumas «ubicado junto a la citada figura medular que, a diferencia de ésta, fue pintado caído, oscuro, con rasgos arduos de reconocer y que tuerce su cabeza en un ángulo difícil de sostener para poder mirarla desde abajo».

Es clara la opción interpretativa, «la de no juzgar el arte prehistórico desde la mirada del blanco, occidental y varón». Igual, desechó esa ilustración para no incurrir «en una mirada personal acerca de los otros», pero da la tónica de su investigación que, a diferencia de las tradicionales, «el arte prehistórico no es arte: al menos no es el arte de nuestros orígenes, tal como los uruguayos consideran que es». Llegar a la plena convicción de los equívocos legados etnocéntricos y colonialistas sobre los «otros», le demoró varios años para explicar (y explicarse) «los contextos de producción y desde qué perspectivas hemos degradado expresiones de otras culturas», explorando la complejidad cultural actual. Y recordando que «el arte, como recreo estético, sólo se da en sociedades altamente jeraquizadas, donde una clase especializada, los artistas, producen a tiempo pleno, objetos destinados a ser consumidos por un sector elevado dentro de la sociedad», mientras, en las sociedades amerindias, el «arte tiene fuertes componentes funcionales y semióticos», no primando valores estéticos, esos valores que adjudicamos hoy «al observar los objetos desde un enfoque ajeno y alejado». Pues «Los uruguayos creamos, con silenciada ingenuidad o estímulos etnocéntricos, una historia fragmentada. Entre olvidados orientales y actuales uruguayos. Unos, son los confusos descendientes de los conquistadores, junto a mulatos y mezclados miembros de comunidades indígenas y afros. Los otros, son los preclaros transformadores de aquella vieja sociedad guerrera, que nos devolvieron, ideológica e históricamente, las ideas, estructuras y conductas de sus países de origen». Y agrega: «En realidad hay dos historias: una, que se conoce como científica y otra, que se compra en las góndolas de los supermercados: o sea la consumista» y, entre ambas se desliza la educación, inventora y deformadora de realidades. Al contrario de los que sostienen, al principio con ironía, luego con supuesta veracidad, que «Descendemos de los barcos», hace 170 años que el arte rupestre se descubrió en el arroyo de la Virgen, San José, la «primera referencia histórica de nuestra prehistoria». Cuatro años antes que las Cuevas de Altamira. Y el conocimiento de «actividades sociales en las más de 600 generaciones de comunidades aborígenes».

De ahí en adelante, a través de siete incitantes capítulos (Historia de las artes, Arte prehistórico, Arte prehistórico, Artes prehistóricas en Uruguay, Expresiones visuales en la prehistoria del Uruguay, La perspectiva antropológica, Introducción al epílogo), Mario Consens va desmontando, con infalible puntería conceptual, estereotipos e improvisaciones, mitos y mitologías, la torpeza de museos e instituciones nacionales, pero también y sobre todo, la devoción por la riqueza de la creación indígena (petroglifos, pictografías, esculturas líticas y cerámicas (algunas sorprendentes y desconocidas, como Dama de Nueva Palmira), con referencias precisas de lugares (muchos desaparecidos, por incuria de los hombres, de las autoridades), colecciones y fotografías. Es cerrar el libro y salir, lo antes posible, al encuentro con un formidable patrimonio ignorado.

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