Rodolfo Ian Uricchio (1919-2007)

Tenía un nombre raro como otros colegas del movimiento Arte Madí, al cual perteneció casi desde el comienzo. Su partida de nacimiento responde a Rodolfo Troncone, nombre menos llamativo para un artista de la vanguardia histórica ríoplatense. Tampoco Arden Quin, Kosice y Rothfuss, eran nombres verdaderos, circunstancia que ha confundido a numerosos especialistas al escribir sus nombres, casi siempre de manera incorrecta.

Surgido en 1946, en Buenos Aires, el Arte Madí estuvo integrado por artistas de ambas orillas, en su mayoría del lado oriental. El dúo fundacional estuvo constituido por el húngaro- argentino Gyula Kosice y el uruguayo Carmelo Arden Quin, al que se incorporaron de inmediato Rhod Rothfuss y ligeramente más tarde, Rodolfo Troncone, bautizado en el café Tupí Nambá como Rodolfo Ian Uricchio, variaciones de los apellidos de los abuelos.

Los madistas acogieron el legado de Joaquín Torres García, a quien visitaron con cierta regularidad sin establecer vínculos de enseñanza, e intentaron ir más allá de sus propuestas constructivistas. En Buenos Aires se formaron, al socaire del maestro uruguayo, grupos de arte no figurativo, de entonación decididamente geométrica (Arte Concreto-Invención, Perceptismo) con sus revistas, manifiestos, encuentros y desencuentros hasta formalizar tendencias nítidamente recortadas, más sustentadas por el liderazgo que por inconciliables teorías. De ese período estimulante, efervescente y conflictivo (como la realidad social y política con la irrupción del peronismo) de los años cuarenta surgió Arte Madí, una propuesta ambiciosa que integrar todas las posibilidades creadores: pintura, escultura, arquitectura, teatro, danza, diseño, música, literatura y fotografía pero que en realidad no llegó cumplir su objetivo por la rápida discrepancia entre sus integrantes. A los dos años de su aparición, Kosice quedó en Buenos Aires y Arden Quin se marchó a París. Cada uno afirmó su personalidad y alcanzaron un prestigio internacional que aún perdura.

Amigo desde la infancia de Rothfuss, recibió el empuje de su curiosidad y vigor intelectual, aunque desde chico se sintió atraído por los juguetes y objetos mecánicos que, ya mayor, como empleado en diferentes fábricas, consiguió penetrar los secretos de su funcionamiento. Sin instrucción académica y apto para la destreza manual, Uricchio comenzó a elaborar objetos articulados, maderas recortadas y pintadas de colores negros y blanco, unidas por tornillos y resortes metálicos, móviles, transformables. Esos objetos de los años 1946 y 1948, aunque integraron exhibiciones colectivas (Buenos Aires, Montevideo, París) recién fueron redescubiertos por Mario Sagradini, en la primera muestra individual del Museo Blanes, en 1994. A partir de ahí, Uricchio, con una obra apreciable y desconocida, recuperó su olvidada existencia. Ya en la segunda unipersonal en el mismo lugar cuatro años más tarde, el impacto visual quedó disminuido o quizá la inventiva se recortó con la avanzada edad. A los ochenta años recibió el primer reconocimiento (B´nai B´rith, con exhibición de obras) en un país siempre omiso en considerar a sus creadores en vida (Carmelo Arden Quin, espera, desde hace 94 años algo más que una felicitación de cumpleaños oficial) y el Premio Pedro Figari 2005, además de la difusión en la televisión y una muestra-performance en la Unión Latina.

Un hombre cordial, amable, con sentido de humor y de la ironía que, de alguna manera, proyectó en sus obras ( Televisor, 2001), en la actividad permanente de su pequeño taller. Sin duda, las obras del primer período (adquiridas por un coleccionista extranjero) fueron las más felices por el ingenio y la sobriedad casi minimalista como lo documentó en la gran exposición colectiva de Madí en el Museo Centro Reina Sofía de Madrid (1997). Quizá no tuvo la profundidad conceptual ni la amplitud de la constante investigación de Kosice, Rothfuss y Arden Quin, indiscutidos creadores del movimiento (pueden admirarse en el Malba porteño, en exhibición permanente y conocidos en Montevideo en la Colección Costantini), ya que por diversas circunstancias, Uricchio se apartó de la creación durante veinte años. Al retomar la actividad en los ochenta, el color puro no siempre era extendido con la deseable pulcritud, los recortes de la madera ya no tenían la perfección de otrora, la composición bordeaba lo decorativo (también en las esculturas en madera y yeso), como se pudo observar en la individual del Premio Figari 2005, aunque aún así, el talento de Uricchio, olvidado por sus amigos y conocedores más cercanos durante largo tiempo, renació para incorporarse por derecho propio a la historia del arte nacional cuando el riesgo era una auténtica, convincente aventura estética. *

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