"FAMILIA", DE FERNANDO LEON DE ARANOA, EN EL TEATRO CIRCULAR

Muestra de la industria cultural española

Se trata de la libertad, que falta. Todo está entrelazado; y quienes escribieron bajo ese plúmbeo silencio los poemas que no podrían publicarse o los ensayos que no encontrarían dónde aparecer, merecen nuestro reconocimiento.

Pero la diferencia entre los autores que mencionamos y los españoles de hoy que hemos podido conocer hasta ahora, no es de grado. Es cualitativa; y lo es desde el comienzo, por lo que los autores se proponen, por el campo que unos y otros han elegido como suyo. En las piezas de Lorca, como en las de Benavente o Arniches, hay un contenido social: la acción transcurre en un preciso momento del tiempo, viven de él y lo hacen vivir, aunque ese no sea su propósito inmediato. La realización, la maestría artesanal, la grandeza de pensamientos que contienen y suscitan, las múltiples referencias intelectuales y emocionales que toda obra de arte sugiere, varían grandemente, pero el terreno que pisan es el mismo. Un par de ejemplos locales y cercanos: tanto «Kiev» de Sergio Blanco, como «Rescatate» de Gustavo Bouzas, «Una Isla» de Martín Yrigoyen y Darío Campalans y «Oximoron» de Sabrina Speranza y Cristina Velásquez, podrán tener todos los aciertos y todos los errores que se quiera, pero se sitúan nítidamente en el fecundo y emocionante campo del arte y por eso solo merecen nuestro más profundo respeto.

El teatro español de hoy, por lo que conocemos, está, no ya en otro plano, sino en otro mundo. Para empezar, no está en este mundo: ninguna de las obras de Sergi Belbel, Jordi Galcerán o Paco Mir suceden en lugares precisos de la Tierra. Están bajo una campana de cristal o dentro de un jarrón veneciano. Pueden suceder en España; pero del mismo modo pueden hacerlo en la Patagonia o en Colombia. Serían «universales», si esa intemporalidad les permitiera existir. La influencia del cine, ecuménico e invasor, está en el origen de estos fracasos. Fuera de algunos exteriores y de los ballet de Gadés, ya los exangües filmes de Saura eran extraterrestres; más lo son los de Bigas Luna; y el éxito universal de Almodóvar, un fenómeno que no logramos explicarnos por su mérito artístico, radica en buena parte en su aire ausente, hiperlibre, casi onírico, siempre fuera del tiempo.

Pero lo que define a los autores que mencionamos es que no se proponen crear teatro, sino fabricarlo. No les interesa el arte: les interesa la industria del espectáculo. Son honestos, porque muy claramente sólo buscan dinero. No engañan a nadie. Es como los filmes en serie «Duro de matar», «Rocky», «Rambo», «Arma mortal», etc. Ademas de su nulo contenido social, sirve para caracterizarlos la desesperante penuria en la elaboración de los personajes, que es la inevitable consecuencia de su carácter asocial o antisocial. Si uno lee «La muchacha de los ojos de oro» de Balzac, y reencuentra luego, en «La maison Nucingen», transformado en un frío político, a su apasionado héroe, Henri de Marsay, adivina casi con espanto cuánta vida y cuánto dolido crecimiento medió entre ambos extremos. Pero esa vida, que percibimos en un relámpago, nunca se nos ha contado; y, de un modo semejante, por análoga magia, nuestros encuentros con Masha, en «Las tres hermanas» de Chejov, con Marion Halcombe, en las largas páginas de «La dama de blanco» de Wilkie Collins o con Mme. de Mortsauf en «Le lys dans la vallée», dejaron un hondón en el alma y pertenecen para siempre a nuestra biografía. Ya no las podremos olvidar: nos topamos con un ser vivo.

Hemos realizado, casi, el retrato de Fernando León de Aranoa, el autor del filme original «Familia», varias veces adaptado a la escena, de donde Eduardo Cervieri extrajo esta pieza. Además de transcurrir en un limbo, en un no-lugar, además de no tener el más mínimo atisbo de observación psicológica, el autor muestra defectos que creemos invalidantes en cualquier obra. En primer lugar, es evidente que a «Familia» le sobran personajes: vaya y pase Santiago, el excéntrico quincuagenario (Walter Reyno), el hombre que exige teatro en acción por un día, del que se sabe tan poco que automáticamente adquiere una inmerecida aureola de misterio. La conflictual pareja de actores, Ventura y Carmen (Carlos Rodríguez y Patricia Yosi) y la díscola Luna (Paola Venditto) encuentran alguna escena en su camino; pero los papeles que cumplen Marian Cáceres, Leticia Cacciatori, Chela Fernández, Javier Mas, Leticia Felipe, Miriam Pelegrinetti y Pablo Modernell, cuyas cualidades interpretativas no están en discusión, son otros tantos «bolos», apenas expandidos, que se pueden suprimir sin que nada cambie sustancialmente.

En segundo lugar, León de Aranoa abusa de nuestra credulidad. Admitimos, porque es el punto de partida, que el excéntrico solitario alquile una troupe para que le represente, a lo largo del día de su cumpleaños, la comedia de que son sus familiares. El autor juega primero a si los actores recuerdan los detalles de la vida del cumpleañero; pero como no alcanza con descubrir en los intérpretes errores de memoria, con sus regalos aparentemente equivocados, el autor empieza a gritar y, en una escena inverosímil y de mal gusto, Santiago le reclama a Carmen (su esposa en la ficción) el débito conyugal: ella, con un gesto de «Qué le vamos a hacer, todo sea por el arte» lo cumple. Pero, ya lejos de nuestros labios el picante de la escena, comenzamos de nuevo a aburrirnos y León de Aranoa vuelve a la pimienta de Cayena con el diálogo, o acoso, con que Santiago, en una escena de peor gusto aún, indaga a Luna sobre detalles de su vida íntima. Cumplidos estos tributos a la grosería, no queda espacio para más dosis de sexo, y el autor recurre a un retorcimiento final, con una actriz supernumeraria y aún con una dudosa «panne» de un automóvil, que nos invita a fantasear en segundo grado sobre lo que realmente vimos, lo que refuerza convenientemente Santiago encendiendo la pipa que había rechazado como regalo con el pretexto de que no fuma. La pieza ha divagado de una escena a otra, sin más plan que mantener, por los medios que sean, el interés del espectador.

Como era de esperar, el lenguaje del autor es muy pobre. No encontramos, en una obra que pretende ser de entretenimiento, una sola frase ingeniosa, una sola situación original, una reflexión feliz o poética, cosas que ocurren en nuestras diarias prosas hasta por casualidad. El estilo de León de Aranoa es pesado, romo, sin vida: sin duda, tres de las condiciones del éxito en la escena de hoy. *

FAMILIA, de Fernando León de Aranoa, versión escénica de Eduardo Cervieri, por el teatro Circular, con Walter Reyno, Patricia Yosi, Paola Venditto, Carlos Rodríguez, Marian Cáceres, Leticia Cacciatori, Chela Fernández, Javier Mas, Leticia Feippe, Pablo Modernell y Miriam Pelegrinetti. Música de Daniel Agosto y José Pedro Carlero, interpretada por Jorge Sommer (violín), Inés Agosto (saxos alto y tenor), Daniel Agosto (guitarra, saxo alto). Luces de Leonardo Geicher, vestuario de Alicia Lores, escenografía y dirección de Eduardo Cervieri. Estreno: 14 de enero, teatro Circular, sala 1.

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