Ante un público entusiasta León Gieco presentó su último disco en nuestro país

La historia argentina hecha canción

León ya no es aquel barbudo que en los setenta se presentó con una guitarra, un par de canciones, y muchas cosas para decir con sus botas embarradas del campo santafesino para grabar un disco en la gran ciudad porteña.

Hoy está calvo en la parte superior de su cabeza, con una barba blanca desprolija, con una indiscutible trayectoria llena de éxitos y ya no dice: transforma.

León Gieco transforma las trágicas historias de amor y odio argentinas de los últimos treinta años en canciones que hablan de una esperanza que el mismo propone: «no se debe perder».

Lo transforma a Yupanqui en canción, a Mateo en recuerdo, a Víctor Jara en imagen, y los conjuga con las tristezas y alegrías propias de la vida y la muerte de personajes no tan conocidos, pero que Gieco le da la misma importancia que las grandes figuras que como él dice, quisieron «hacer de este mundo un lugar feliz para vivir».

El jueves Montevideo fue el testigo de la declaración de principios, y la confesión de recuerdos de Gieco. Su gola cascada desgarrando la conciencia.

Las imágenes que se proyectaban a sus espaldas, contando la historia de aquellos imprudentes que decían lo que pensaban y que nunca pensaron que alguien los podía acusar sin juicio, y condenar sin pena.

Algunos lo decían y destruían, los otros lo decían y eran destruidos.

Pero Gieco no se queda solo con el gran dictador, con el desaparecido, o con el ex presidente. León le canta a Tejerina: una desconocida chica argentina que fue violada, escondió su embarazo, y al parir mató a su hijo.

El propio Gieco dijo que su «santificación», corresponde a que la chica «recibió 19 años de prisión, y su violador está suelto». Gieco la santificó, contó su historia sobre el escenario, y la agregó al inventario de causas abiertas sangrando por la llaga de la conciencia.

Ese narrador de la historia que ahora es Gieco, es también el tipo alegre, que sobre el escenario del Plaza hizo reír, conmover y cantar a las 2.500 personas. Sus gestos por momentos de roquero, por momentos de criollo argentino, y de baladista romántico.

Su canción de hombre de bien, de tipo comprometido política y socialmente, de músico tenaz que no se queda solo con las bellas melodías que conjuga desde su magnífica banda.

La armónica presencia de su guitarra, la guitarra que se cruza con la armónica, Gieco que canta y transforma. Cuenta orgulloso la historia de su país en los últimos treinta años, no por lo que ocurrió, -y se encarga de advertirlo en cada momento-.

Cuenta orgulloso que puede narrar lo que otros no pudieron. Gieco transformó la historia argentina, a quienes admiraba y a quienes de una forma u otra sufrieron la injusticia de no poder defenderse.

Gieco transformó una fría noche junio en una noche cargada de emociones, de música para transformarse en sí mismo, en el gran músico, el gran narrador de la historia jamás olvidada de la Argentina en los últimos treinta años. *

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