ENTREVISTA AL DRAMATURGO RICARDO PRIETO

"Los autores de trayectoria no necesitamos de la Comedia Nacional"

Cuándo empezaste a escribir teatro?

–Empecé a escribir a los quince años. Más tarde, cuando interpretaba Los mellizos de Plauto, en el Nuevo Teatro Circular, descubrí que no actuaría más. Esbocé una obra y se la mostré a Alfredo de la Peña, quien me comentó: «Trabajando mucho, podrías llegar» y me indujo a seguir escribiendo.

–¿Qué pensás de Ionesco?

–En la década del sesenta me gustaba mucho, pero mi percepción actual de lector y de espectador vibra en otras dimensiones. De sus piezas tienen validez hoy Las sillas y La lección, probablemente; obras que exploran la zona subliminal de nuestra conciencia y nos revelan el orden aciago y confuso en que está inmersa.

–¿Y de Bertolt Brecht?

–Nunca me gustó. Me pareció superficial, demasiado conceptual, retórico, ingenuo y utópico. El teatro político es un teatro con exceso de ideas. De sus mensajes, parafraseando a Proust, diré que «es como el regalo al que se le deja la etiqueta con el precio». Además, el teatro político divide, tanto como la política: la política y el teatro político oponen unas verdades a otras, y soslayan deliberadamente que la verdad es única e indivisible. Las obras de teatro más notables no se refieren al gobierno de los Estados. Algunas obras de Shakespeare aluden de manera tangencial a la lucha por el poder y a la corrupción que éste alberga, pero lo hacen en el marco del Ser del hombre y del Ser de la Totalidad. Toda la obra de Shakespeare está absorbida por la búsqueda de lo trascendente.

–¿Qué dramaturgos argentinos te parecen valiosos y por qué razón?

–Carlos Gorostiza, porque creó estructuras teatrales que con realismo muestran la vida dolorosa de quienes se enfrentan a antagonistas definidos verificables, y Griselda Gambaro porque desintegró el realismo para explorar los impulsos primarios, lo oculto, lo abismal.

–¿Y Florencio Sánchez?

–Es el autor de dos obras excelentes, Barranca abajo y En familia, pero el resto de su producción es mediocre y prescindible. Lo obsesionaba el éxito y olvidó que cuanto más suceso tienen hoy las obras de teatro más posibilidades hay de que sean olvidadas mañana. Además su visión del dolor, eje primordial de la dramaturgia, estaba ligada a la vida epitelial del país, a sus fenómenos sociopolíticos. Hay en su obra una ausencia de metafísica que asombra.

–¿Qué autores uruguayos contemporáneos juzgas valiosos?

–Carlos Maggi, Alvaro Ahunchain. Carlos Manuel Varela, Luis Novas Terra, Dino Armas, Juan Carlos Legido, Ricardo Grasso, Ana Magnabosco, Omar Varela, Luis Novas Terra, Carlos Liscano, Horacio Buscaglia, Mauricio Rosencof, Raquel Diana y Fanny Puyesky. Entre los más jóvenes Sergio Blanco, el autor más importante de su generación, y uno de los más valiosos que tiene el país.

–¿Cuál es tu opinión sobre la evolución histórica de la Comedia Nacional desde su fundación hasta ahora?

–La Comedia nació y se desarrolló por hombres como Angel Curotto, Carlos María Princivalle, Ernesto Pinto, Justino Zavala Muniz, José Pedro Blixen Ramírez y Eugenio Maxera. Los autores de trayectoria no necesitamos de la Comedia Nacional, y hace muchos años que no les presento mis obras; pero la Comedia debe llamar urgentemente a todos los autores nuevos para estrenarlos sin demasiados preámbulos, aunque no estén maduros y sean tan imperfectos como éramos quienes evolucionamos gracias a ella. La dramaturgia nacional es lo único que perdura: es una pena que un director de la talla de Eduardo Schinca, que nunca dirigió una obra uruguaya, se haya ido de este mundo sin dejar casi rastro.

–¿Qué importancia tiene el conflicto en la obra de teatro y por qué?

–Sin conflicto no hay antagonistas y el discurso es conceptual o narrativo. Estamos hartos de obras teatrales que sólo contienen ideas que podrían expresarse a través del ensayo, imágenes que podrían expresarse en las artes plásticas y metáforas adecuadas al discurso poético.

–¿Querrías darnos un ejemplo concreto de esas obras que te tienen harto?

–Todas las obras de Mariana Percovich, por ejemplo, o las de Mauricio Kartún o Alejandro Tantanián, para hablar de los argentinos. Son textos sin escritura teatral, sin sustancia dramática. Son artificiosos, pueriles y egocéntricos.

–¿Reescribís mucho o te parece que las correcciones solo pueden ser accidentes felices?

–¡Vivo corrigiendo! En los últimos tiempos me he dedicado a estudiar con rigor el idioma español: pasé muchos años escribiendo para la oralidad, sin darle demasiada importancia al idioma. Ahora me preocupa y lo estudio.

–¿Qué escritor o escritores en el mundo han sido importantes para tu formación?

–Los más importantes, que vivo releyendo,son San Pablo, Pascal, Teilhard de Chardin, del que me resultó inolvidable El medio divino, Jaspers, Huxley, Esquilo, Plotino, Tennessee Williams, Rilke, Spinoza, Leibniz, Rimbaud, Carson Mc Cullers, Kierkegaard, Shakespeare, Sivananda, Emily Dickinson, Khrisnamurti, Tolstoi, Chejov y Morosoli, el Chejov latinoamericano, un escritor a quien considero mi maestro.

–La crítica, ¿debe dar información sobre las obras o debe juzgarlas?

–A la larga las obras terminan juzgando al crítico, quien debería limitarse a dar información sobre ellas. Cuanto menos juzgue, menos posibilidades tiene de hacer papelones históricos. Quizás esto es así, no es lo mismo que esto es así. Sainte-Beuve afirmó que Balzac era mediocre, y Víctor Hugo cuestionó el talento de Stendhal. Gide negó a Proust y Emir Rodríguez Monegal se burló de Felisberto Hernández. La crítica objetiva es imposible por una razón muy simple: la ley de la resonancia indica que sólo podemos conectarnos con aquello con lo que vibramos al unísono.

–Pero Víctor Hugo no era un crítico. ¿Por qué lo incluís en tu lista?

–Porque cuando proclamaba a los cuatro vientos que Stendhal no ha tenido nunca la menor idea de qué cosa podía ser escribir, operaba como un crítico.

–¿Cuál es tu color predilecto?

–El azul.

–¿Tu flor predilecta?

–El jazmín.

–¿Quiénes son tus actores de cine predilectos?

–Jeanne Moreau y Daniel Day-Lewis.

–¿Yde teatro?

–Sir John Gielguld y María Casares.

–¿Filmes que más recuerdas?

–Cuando huye el día, La fiesta de Babette, Gritos y susurros y El silencio.

–¿Qué estás leyendo hoy?

–Estoy releyendo por undécima vez La feria de vanidades, de Thackeray. Soy devoto de la narrativa decimonónica.

–¿Los disfraces pertenece a la línea del teatro del absurdo como el El huésped vacío o El mago en el perfecto camino o bien está en la línea más naturalista de Danubio azul o Mamá se va de casa?

–Está en la línea del teatro del absurdo. Muestra a la clásica pareja amo-criado enfrentados en un diálogo áspero y escatológico que explora los entretelones del erotismo, de la violencia y del poder.

–¿Qué querrías decirle a los aficionados al teatro?

–Que vayan a ver Los disfraces; que no tengan miedo de enfrentarse a los impulsos tanáticos, ni a los eróticos, ni a las fuerzas perversas que nos regulan. *

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