AMOR LOCURA Y MUERTE

El perfecto cuentista: 78 años sin Horacio Quiroga

Horacio Quiroga, uno de los maestros del relato moderno, nació en Salto el 31 de diciembre del año 1878 y falleció un día como hoy, pero de 1937, en Argentina. Lo recordamos.

Horacio Quiroga

Quiroga fue sobre todo un cuentista magistral, pero también dramaturgo y poeta. Marcó un antes y un después en el arte del relato, en donde la naturaleza –gran protagonista de su obra y de su vida- cobra un papel muy particular.

El escritor vivió en el Uruguay solo hasta los 23 años, para trasladarse luego a Argentina en donde vivió 35 años, asentándose varias veces en la selva misionera, de donde surge muchas veces el escenario de su prosa.

La tragedia y la muerte marcan, como sabemos quizá desde el liceo, la vida de Horacio Quiroga. Se suicidó en Buenos Aires al enterarse que padecía  cáncer.

Recorrido

Realizó un viaje a París hacia 1898, después de que su padrastro se suicidara dejándole una herencia. Este viaje, que resultó ser de lo más penoso, quedó retratado en Diario de viaje a París (1900). Cuando volvió a Uruguay fundó junto a varios compañeros (Federico Ferrando, Alberto Brignole, Julio Jaureche, Fernández Saldaña, José Hasda y Asdrúbal Delgado), el «Consistorio del Gay Saber», un enigmático laboratorio literario en donde experimentaban con formas y contenidos nuevos, y en donde se delinearon los objetivos modernistas de la generación del 900.

En 1902, comenta Echinope citando al propio Quiroga: “‘Recuerdo así habernos encontrado una tarde, en marcial terceto, Herrera y Reissig (integrante) con sus guantes nuevos y sus botines antagónicos de siempre; Roberto de las Carreras (integrante) con un orioncillo verde cotorra, y yo con un sombrero boher. Teníamos entonces veinte años, bien frescos’.

El 5 de marzo Ferrando se prepara para batirse a duelo con el poeta Guzmán Papini y Zás. Quiroga examina el arma de su amigo y se le escapa accidentalmente un disparo que mata a Ferrando. Se demostró su inocencia, pero Quiroga partió a Buenos Aires. El Consistorio, con doble ausencia, se disuelve.

Habían integrado el irreverente cenáculo: Quiroga; Julio Jaureche, Alberto Brignole, Asdrúbal Delgado, José María Fernández Saldaña y Federico Ferrando, el malogrado poeta”.

De ida y vuelta

En 1904 el escritor publicó el libro de relatos El crimen de otro, muy influido por el estilo y los temas de Edgar Allan Poe, de quien dijo que era su primer y principal maestro. En la misma época aparecen la novela breve Los perseguidos (1905), inspirada en un viaje con Leopoldo Lugones por la selva misionera, y el aclamado relato “El almohadón de pluma”, publicado en la revista argentina Caras y Caretas en 1905, en donde empezó a publicar varios cuentos por año.

Hacia 1906 Quiroga se asentó en Misiones. Hacia 1908 y enamorado de una de sus alumnas, escribió su primera novela dedicándosela. Quiroga insistió en la relación frente a la oposición de los padres de la muchacha, finalmente se casó y ella se trasladó a vivir con él. Allí nacieron dos de sus hijos.

Años después, su esposa se suicidó y Quiroga se volvió a trasladar a Buenos Aires con sus hijos, allí gracias a diversas gestiones recibió un cargo de Secretario Contador en el Consulado General uruguayo. Durante ese período habitó un sótano con sus hijos y se dedicó a escribir muchos de sus cuentos más celebrados, incluidos los Cuentos de la selva, colección de relatos infantiles que le dedicó a sus pequeños.

Hacia 1920 fundó la Agrupación Anaconda, un grupo de intelectuales que realizaba actividades culturales en Argentina y Uruguay. Por varios años Quiroga se dedicó a la crítica cinematográfica, y tuvo a su cargo las secciones sobre cine de las revistas Atlántida, El Hogar y La Nación.

En 1927 salía a la luz un nuevo libro de cuentos que quizá sea el mejor de su autoría: Los desterrados. En ese año se enamoró nuevamente , esta vez de María Elena Bravo, que era compañera de escuela de su hija, y sin haber cumplido los 20 se casó con él.

A partir de 1932 Quiroga se radicó por última vez en Misiones, en lo que sería su retiro definitivo, con su esposa y su tercera hija.
A raíz de su despido del consulado, empezó un intercambio con el escritor Enique Amorím, que lo ayudó a tramitar su jubilación. Este fue el inicio de un intercambio epistolar fluido entre los escritores, del cual se conservan numerosas cartas, en donde salen a la luz diversos problemas que tenía Quiroga en su vida cotidiana y en su matrimonio, que resultó bastante tormentoso para ambos.

Hacia 1935 el escritor empezó a sentir los síntomas de una enfermedad que lo aquejaba a la vez que se incrementaban sus problemas familiares, derivando en que su esposa e hija se marcharan hacia Buenos Aires, dejándolo en la selva. En 1937 fue internado en el Hospital de Clínicas de Buenos Aires, donde se le descubrió un cáncer de próstata irreversible. El 19 de febrero de 1937 se suicidó, tomando veneno.

La obra

Lector de Allan Poe, Guy de Maupassant, Rudyard Kipling, Horacio Quiroga abordó temas relacionados a la naturaleza, el horror y el sufrimiento. Cristalizó sus convicciones acerca del relato en el famoso “Decálogo del perfecto cuentista”, dedicado a los escritores noveles. Allí incentiva a escribir en un estilo preciso, utilizando pocos adjetivos, buscando la claridad.

Muchos relacionan la obsesión con la muerte y la tragedia que campea  su ficción, con las innumerables tragedias que atravesó en vida. Más allá de esto, se considera que Quiroga es un maestro indiscutido del relato del siglo XX, dejando una huella difícil de obviar para los escritores que lo sucedieron.

Publicaciones

Diario de viaje a París ( 1900)
Los arrecifes de coral ( 1901)
El crimen del otro (1904)
Historia de un amor turbio ( 1908)
Cuentos de amor de locura y de muerte (1917)
Cuentos de la selva ( 1918)
El salvaje (1920)
Las sacrificadas (1920)
Anaconda ( 1921)
El desierto (1924)
Los desterrados ( 1926)
Pasado amor (1929)
Suelo natal (1931)
Más allá ( 1935)

Decálogo del perfecto cuentista (Horacio Quiroga)

I

Cree en un maestro -Poe, Maupassant, Kipling, Chejov- como en Dios mismo.

II

Cree que su arte es una cima inaccesible. No sueñes en domarla. Cuando puedas hacerlo, lo conseguirás sin saberlo tú mismo.

III

Resiste cuanto puedas a la imitación, pero imita si el influjo es demasiado fuerte. Más que ninguna otra cosa, el desarrollo de la personalidad es una larga paciencia

IV

Ten fe ciega no en tu capacidad para el triunfo, sino en el ardor con que lo deseas. Ama a tu arte como a tu novia, dándole todo tu corazón.

V

No empieces a escribir sin saber desde la primera palabra adónde vas. En un cuento bien logrado, las tres primeras líneas tienen casi la importancia de las tres últimas.

VI

Si quieres expresar con exactitud esta circunstancia: «Desde el río soplaba el viento frío», no hay en lengua humana más palabras que las apuntadas para expresarla. Una vez dueño de tus palabras, no te preocupes de observar si son entre sí consonantes o asonantes.

VII

No adjetives sin necesidad. Inútiles serán cuantas colas de color adhieras a un sustantivo débil. Si hallas el que es preciso, él solo tendrá un color incomparable. Pero hay que hallarlo.

VIII

Toma a tus personajes de la mano y llévalos firmemente hasta el final, sin ver otra cosa que el camino que les trazaste. No te distraigas viendo tú lo que ellos no pueden o no les importa ver. No abuses del lector. Un cuento es una novela depurada de ripios. Ten esto por una verdad absoluta, aunque no lo sea.

IX

No escribas bajo el imperio de la emoción. Déjala morir, y evócala luego. Si eres capaz entonces de revivirla tal cual fue, has llegado en arte a la mitad del camino

X

No pienses en tus amigos al escribir, ni en la impresión que hará tu historia. Cuenta como si tu relato no tuviera interés más que para el pequeño ambiente de tus personajes, de los que pudiste haber sido uno. No de otro modo se obtiene la vida del cuento.

 

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