"ES NECESARIO EXAMINAR NUESTRA VISION SOBRE EL FUTURO DE LA HUMANIDAD"

Una respuesta creativa a la crisis japonesa

El espíritu humano posee una cualidad extraordinaria: la capacidad de albergar esperanza incluso en la crisis más devastadora. La demostración de ese potencial es la manera en que está respondiendo la gente ante la catástrofe sísmica que asoló Japón el 11 de marzo de este año.

Tras el terremoto y el posterior tsunami, personas de todos los rincones del mundo expresaron a la población japonesa su solidaridad, sumándose a las tareas de rescate y colaborando con incontable ayuda humanitaria, tanto material como espiritual.

Nuestro pueblo jamás olvidará esta sentida reacción. En cada instante del largo proceso de recuperación tendremos presente nuestra deuda de gratitud hacia las personas del mundo entero que manifestaron su buena voluntad.

El historiador británico Arnold J. Toynbee es conocido, entre otras cosas, por su teoría de la relación entre el desafío y la respuesta, según la cual una civilización crece y prospera cuando logra responder exitosamente a retos sucesivos. La lucha ante nuevos desafíos continuará mientras se desarrolle la historia de la humanidad. El pueblo japonés debe buscar la forma de levantarse y remontar los más complejos problemas generados por aquella catástrofe telúrica sin precedentes. Cuantos más grandes sean los desafíos, tanto más debemos manifestar el potencial para avanzar y hallar respuestas creativas que contribuyan al caudal de sabiduría del género humano.

En definitiva, el éxito de ese proceso hunde sus raíces en la fortaleza de la comunidad humana. Muchas personas sobrevivieron asombrosamente al desastre gracias a la ayuda de sus vecinos. En los días y semanas posteriores al siniestro, cuando no funcionaban los servicios básicos de comunicación, electricidad, agua y gas, fueron las plataformas vecinales y los vínculos de apoyo entre conciudadanos los que proporcionaron medios para subsistir. Conozco a innumerables damnificados que, pese a haber perdido a sus seres queridos, hogares y medios de vida, se dedicaron noblemente a ayudar a otros y a trabajar por la recuperación de su tierra, compartiendo lo que poseían y poniendo toda su energía en la asistencia a los demás.

Uno se siente invadido de emoción y admiración ante el esplendor de esa humanidad que brilla en momentos de crisis. Hemos visto tales actos en los centros comunitarios de la red budista Soka Gakkai que abrimos en las regiones afectadas para albergar a los evacuados inmediatamente después del sismo.

Apenas ocurrido el desastre, pese a que la red vial que unía las zonas devastadas con Tokio se vio severamente interrumpida, nuestros voluntarios de Niigata, en la costa noroeste, lograron acudir con elementos de auxilio buscando una serie de rutas alternativas.

Ellos habían sufrido terremotos de gran magnitud en 2004 y en 2007, por lo que comprendían el dolor y las necesidades de los sobrevivientes. Durante toda la noche, prepararon provisiones y elementos esenciales, como agua, bolas de arroz y otros alimentos de emergencia, generadores eléctricos, combustible y baños portátiles, y lograron entregar todo en el menor tiempo posible. Me dijeron que los había impulsado la gratitud por la ayuda recibida en la época de los sismos de Niigata: «Fue tanta la gente que nos ayudó, que ahora nos toca a nosotros hacer todo lo que podamos».

El sufrimiento provocado por un sismo es atroz. Pero cualquiera haya sido el lugar donde se produjeron esas tragedias ­el terremoto de Sumatra en 2010, el maremoto en el océano Índico de 2004, el sismo de Sichuan, China, en 2008 o el de Haití en 2010­ siempre emergió allí la solidaridad, la valentía y el altruismo de ciudadanos dispuestos a actuar en conjunto para ayudarse mutuamente.

Desde luego, las operaciones de asistencia gestionadas por las autoridades son indispensables en las tareas de rescate y de reconstrucción. Pero, al mismo tiempo, ha quedado documentado que es la cooperación entre los integrantes de cada comunidad la que puede brindar una mano salvadora a quienes han sufrido el impacto de los desastres y han quedado sometidos a condiciones de suma vulnerabilidad.

La red de ciudadanos que día tras día interactúan cuidándose y alentándose mutuamente desempeña un papel fundamental en la reconstrucción. Las asociaciones comunitarias son imprescindibles para lograr la clase de seguridad humana que nada puede quebrantar, ni siquiera la calamidad más extrema.

Nuestra respuesta a los trágicos desastres debe ser la de extraer un valor imperecedero. Por un lado, eso significa que debemos reflexionar profundamente sobre el significado de la felicidad auténtica. Al mismo tiempo, debemos examinar nuestra visión del futuro de la humanidad, en especial la delicada cuestión de la política energética.

Así como el desastre de Chernobyl en 1986 llamó a la reflexión, el colapso de la central nuclear de Fukushima está ejerciendo un enorme impacto en la opinión pública mundial. Aunque la opción que adopte cada nación va a ser diferente, no cabe duda de que las elecciones que se adopten engendrarán una nueva corriente en la historia, como la urgente transición hacia nuevas fuentes de energía renovable y el desarrollo de tecnologías más eficientes que promuevan el ahorro y preserven los recursos.

La creación de una sociedad sostenible exigirá una mirada capaz de poner freno a los excesos de la codicia y de transformar sabiamente esos impulsos hacia propósitos más elevados.

Espero que seamos capaces de encontrar una respuesta que congregue toda la sabiduría humana para que podamos recuperar nuestros medios de vida, nuestra sociedad, nuestra civilización y, como puntal de todo ello, podamos reconstruir el corazón humano.

* Daisaku Ikeda es un filósofo budista japonés dedicado a la promoción de la paz mundial y presidente de Soka Gakkai Internacional (SGI). Para saber más de la labor humanitaria de la SGI ante el terremoto, visite el sitio //www.sgi.org/es/. Derechos exclusivos IPS.

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