ESCUELAS. UNOS 3.000 ESCOLARES RECIBEN CLASES DE AJEDREZ, UNA PASION A LA CUAL SE ENTREGAN UNAS 20.000 PERSONAS EN URUGUAY

Un rito milenario anda en las calles

Cada día sobre la Avenida 18 de Julio, casi indiferente a todo el agite cotidiano de la principal avenida, se repite un rito ancestral en el que, como dijo Jorge Luis Borges, «se odian dos colores».

Todo comenzó hace 33 años a impulsos de la pasión que tres amigos tenían por el ajedrez. Ahora, ver un grupo de personas ensimismadas sobre el tablero de ajedrez en la esquina de Convención, es parte del paisaje de 18 Julio. Cualquiera puede jugar y no se cobra nada, pero generalmente el nivel de los jugadores es alto. Incluso su popularidad ha logrado que varios «maestros» de ajedrez que visitaron Uruguay, desde Alemania, Francia, Argentina y Estados Unidos, llegaran hasta la esquina para ver el fenómeno. Todavía es más común que «maestros» uruguayos se acerquen a jugar.

De todas formas la gente que llega es de la más variada; desde cuidacoches a funcionarios de la Suprema Corte, de estudiantes a jubilados, de mozos a vendedores, algunos aprovechan su media hora de descanso para jugar un par de partidas y volver al trabajo. El alma máter del «templo» a cielo abierto es Carlos Ferrari, mucho más conocido como «Carlitos», propietario del quiosco emplazado en esa esquina.

El ajedrez, cuyo origen se remonta al siglo VI, se enseña en 30 escuelas de 17 departamentos de Uruguay, en todos sus terceros y cuartos años, de forma curricular. Una hora a la semana unos 3.000 niños practican ajedrez, según indicó a LA REPÚBLICA Bernardo Roselli, presidente de la Federación Uruguaya de Ajedrez y actual campeón uruguayo absoluto, honor que obtuvo en 16 ocasiones. El proyecto alcanza por ahora solo a las escuelas de Tiempo Completo, pero la idea es extenderlo en breve a más centros educativos.

 

Génesis

Cuando Carlos decidió, hace 33 años, instalar el quiosco y volverse su propio patrón, sin saberlo, también estaba dando nacimiento a este «club» tan particular emplazado en una vereda de 18 de Julio. «Fue en 1978, yo puse el quiosco y tenía dos amigos que trabajaban en el Centro y que a la hora de descanso me venían a ver, y siempre terminábamos mirando los análisis de partidas que salían en el diario «Clarín». Muchas veces ellos, que tenían que volver al trabajo, no tenían tiempo de terminar los análisis y un día dijimos: ¿Por qué mejor no jugamos partidas cortas?». Fue así que me traje el tablero, las piezas y un reloj. Empezamos jugando a cinco minutos la partida pero ahora lo hacemos a tres porque siempre hay gente esperando», contó Carlos en diálogo con LA REPÚBLICA.

Son las 11 de la mañana y «Carlitos» ya lleva varias partidas ganadas; alrededor del tablero hay siete personas esperando jugar.

La partida es muy comentada; «después de ese enroque podía pasar cualquier cosa», dice un joven que espera coca cola en mano. «Hoy está imparable Carlitos», acota un veterano que se arrimó con una silla.

Muchas personas pasan e interrumpen por unos segundos su marcha para asomarse al tablero. Es que la concentración que el grupo pone en el juego, indiferente al intenso tránsito que circula a metros de la mesa y al continuo trasiego de gente, es tan fuerte que llama la atención. Los que están fuera juegan su partida imaginaria y ven otras jugadas porque en los 64 casilleros del ajedrez las posibilidades son casi infinitas.

Lo único que se necesita para jugar es arrimarse y golpear la mesa. El grupo además tiene una página web mediante la cual se comunica con otros grupos y jugadores del mundo volcados a la misma pasión.

 

Ejercicio cerebral

«Entre los que vienen siempre se pone dinero para comprar o arreglar el reloj, nada más; el único mérito es ganar, acá no se juega por plata, el ajedrez no es para eso», apunta Carlos, que empezó a jugar ajedrez a los 11 años cuando un amigo le enseñó, y ya no lo pudo dejar.

Parece difícil entender cómo tantas personas destinan el tiempo de descanso en su trabajo a concentrarse y exigirle a la mente la «batalla» que es toda partida. Pero no es tan complicado cuando Carlos explica que el ajedrez no cansa la mente, por el contrario, es como el ejercicio que tonifica los músculos.

«Uno no queda más cansado mentalmente después de una partida, queda más despejado. El ajedrez entrena y enseña a razonar, por eso se aplica en las escuelas. Acá se hace tímidamente pero en Cuba, en México, por ejemplo, es algo muy importante en la enseñanza», comenta.

No hay horarios para acercarse a esta esquina de 18 de Julio y si Carlos saca la mesa a las 7 u 8 de la mañana, ya se acerca gente a cumplir con ese rito eterno, tan comparado con la vida, de desafiar al destino y jaquear al rey o jugarle una partida a la muerte, o sentirse Dios moviendo las piezas.

 

El tablero en las escuelas

En las escuelas de Tiempo Completo unos 3.000 niños reciben enseñanza de ajedrez. El proyecto comenzó en 2010 y ha venido creciendo. «Este proyecto tiene fines absolutamente educativos y se encuentra en las antípodas de lo que puede ser el ajedrez de competencia. Por eso, creemos que es un aporte muy significativo para el sistema educativo y anhelamos que se extienda paulatinamente a todas las escuelas del país», apuntó Bernardo Roselli. A nivel de colegios privados hace muchos años que se viene incorporando el ajedrez a las prácticas pedagógicas. «Tenemos más de cien colegios que imparten clases de ajedrez, tanto de nivel inicial como primario y secundario. Ahora estamos acercándonos a una cuestión de equidad, al incorporar también a las escuelas públicas en una cuestión que a nivel mundial se está generalizando y que en nuestro país era propiedad exclusiva del sector privado», dice Roselli. Las bondades de este aprendizaje para los escolares hay que encontrarlas en el desarrollo del pensamiento lógico, la anticipación, la toma de decisiones, el análisis desde diferentes perspectivas (la propia y la del oponente), el desarrollo de la percepción de estructuras, la ampliación de los campos atencionales, el estímulo a la búsqueda de soluciones creativas, el mejoramiento de la capacidad de concentración, el respeto a las opiniones divergentes, a un oponente, y hay un largo etcétera explicado por los técnicos pedagógicos.

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