Ciudad Vieja. El museo abre sus jardines entre bandoneones y cumparsitas para los turistas

Palacio Taranco: tango, arte e historia

La obra de Charles Girault y Jules Leon Chifflot, inaugurada en 1910, conserva el esplendor de su época. El Palacio Taranco, oculto tras los muros y rejas que hacen esquina frente a la Plaza Zabala, muestra en la Ciudad Vieja una de las bellezas arquitectónicas de nuestro Montevideo de principios del siglo XX.

El Palacio Taranco, obra encargada en 1907 por Felix Ortiz de Taranco, 103 años después mantiene su juventud histórica y continúa siendo un atractivo para los turistas que llegan a nuestro puerto.

 

La Boca uruguaya

El viernes pasado, así como el 28 de enero, los jardines del Palacio Taranco (también el museo que alberga) estarán abiertos al público para una gala de tango. Si los rioplatenses decimos que Gardel era de un país o de otro del margen del Plata, Jules (rubia, alta, flaca, y revelando en la voz su español afrancesado) está dispuesta a defender la nacionalidad del Mago.

«Gardel tenía que ser francés, porque allá amamos el tango», dijo a LA REPUBLICA mientras acompañaba con un tenue ritmo de su cabeza el baile que Ofelia y Nelson ofrendaban al ritmo de una «milonguita nuestra», tal como Nelson la describió.

Los bailarines, él con traje, sombrero y pañuelo para decorar su elegancia, y ella con un cambio de vestido cada dos piezas, llevaron a cabo la danza que convocaba (por lo fuerte de la música) a los vecinos y turistas del lugar.

«Soy uruguaya, bien porteña. Vivo en Buenos Aires, siempre vengo, y a tres cuadras escuché un tango y lo busqué. Parece La Boca pero uruguaya», dijo Magali. «Es como cuando la cuerda de tambores suena en la calle Florida. Allá voy corriendo a sentirme de vuelta en mi barrio Malvín», expresó.

Pero la idea de las autoridades del Palacio Taranco no es solamente poner música y baile a la zona. El director del Museo de Artes Decorativas Palacio Taranco, Fernando Loustanau, dijo a LA REPUBLICA que «la intención es abrir las puertas al público para que pierda el miedo de venir a un museo».

«La idea de hacer este homenaje al tango en nuestro hermoso jardín se debe a que estamos en un proceso de arreglo y preservación», explicó. De hecho, el jardín del Palacio Taranco tiene un espacio verde con coloridas flores, que fueron el viernes el disfrute de muchos visitantes que vieron, desde allí, el espectáculo tanguero. –

 

Música y arte

El tango fue una excusa para atraer turistas. Buena y efectiva por cierto, ya que el viernes, desde el mediodía, la concurrencia de público fue amplia. Los visitantes estuvieron siempre receptivos a lo que allí se presentaba.

Los sentidos tienen mucho que ver con el Palacio Taranco. La exposición «A través del humo: perfume», en el subsuelo, muestra colecciones de todas las épocas y lugares del mundo dedicadas a las decoraciones y producción de distintos aromas.

En el Museo Taranco, el arte se conjuga con la belleza del edificio y sus detalles, con una exposición permanente de pinturas y esculturas textiles y adornos que fue donada al Estado por la familia Ortiz Taranco. «Queremos que los visitantes, tanto montevideanos como extranjeros, vengan y conozcan nuestras piezas» dijo Loustanau.

Dentro del museo, dos pianos invitan al público a acercarse a observar la belleza del pasado. «Yo toqué uno parecido», dijo la francesa visitante, dando a entender que, además de ser doctora en Biología, es aficionada a la música. «Mire, s toqué uno parecido a estos en Lyon, mi tierra».

Un piano Pleyel con «decoración barroca», donado en 1920 y que fuera propiedad de Raúl Montero Bustamante, es una de las atracciones que más llamó la atención de los visitantes.

Una amplia escalera lleva al piso superior donde están los balcones. El busto de Ayax parece mirarlo a uno subir los escalones. Arriba también hay obras pictóricas, jarrones y todo hace imaginar que, antes de estar los altos edificios que hoy se elevan en la Ciudad Vieja, el Palacio Taranco tendría una hermosa vista al resto del barrio.

Mientras tanto, seguía escuchándose el tango sonar, y después los aplausos. Abajo hacía reverencia ya no la bailarina Ofelia, sino la turista francesa que se animó por fin a encontrar pareja en un veterano oriental, deslumbrado por la belleza de la bióloga. La invitó a bailar una cumparsita, algo criolla, algo europea.

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