Consecuencias. El mandato de ser fuertes, racionales y poderosos baja su expectativa de vida

El modelo hegemónico de masculinidad puede afectar la salud de los hombres

Compelidos por el desarrollo de la mujer, cada vez más hombres latinoamericanos se comprometen con la crianza de los hijos. Pero aún les cuesta asumir un papel más equitativo en las tareas del hogar y cargan todavía con la exigencia de ser los principales proveedores económicos.

«Hay un modelo hegemónico que demanda a los varones tener éxito económico, ser fuertes, ostentar inteligencia racional, tener poder y una sexualidad heterosexual», dijo a IPS el argentino Hugo Huberman, psicólogo social y coordinador de talleres sobre masculinidades en diferentes países de América Latina, reveló la agencia IPS.

Ese estereotipo cultural muy arraigado «es un factor de riesgo para la salud física y mental de los hombres porque implica sedentarismo y una coraza sobre los sentimientos», remarcó. Pero por ahora no hay un movimiento de hombres decidido a cambiar, como hubo en su momento uno de mujeres.

«Se sigue diciendo que el hombre que llora es ‘marica’ y que hacerse hombre es hacerse fuerte», recordó. Esa imposición, aún vigente, se traduce en menor expectativa de vida para ellos. Según datos de la Organizaciones de Naciones Unidas, en la región los hombres viven en promedio cinco años menos que las mujeres.

«Se espera que ellos sean más arriesgados y entonces conducen ebrios, asumen trabajos de mayor exposición como subirse a un andamio sin casco», mencionó. Por esas conductas, muchos tienen accidentes, infartos, depresiones y disfunciones sexuales, que Huberman identificó como «costos del modelo hegemónico».

Un estudio, realizado por investigadores del Boston College y difundido este año, reveló que en Estados Unidos existe en muchos hogares de clase media una «revolución silenciosa» de hombres peleando por un mayor espacio en sus hogares, donde la mujer hace rato que está insertada en el ámbito laboral.

Así como en los últimos 30 años ellas ganaron ese espacio afuera, ellos van en busca de trabajos con horarios más flexibles y se están involucrando más en la crianza de los hijos y tareas domésticas, revela el trabajo titulado «El nuevo papá» de la universidad de la ciudad estadounidense.

No obstante, el rol de ser quienes ganan el pan, no desaparece. Sigue siendo parte de la nueva identidad de los varones dentro de la familia. El modelo es similar al que se observa en los sectores de clase media de países latinoamericanos, según un estudio publicado en Argentina en julio.

La investigación regional «¿Padres de hoy, varones de antes?» confirmó que si bien hay una mayor integración de ellos en las tareas del hogar y en la crianza, se está muy lejos de un nuevo paradigma.

«Hay pequeños cambios, no silenciosos, porque uno puede ver a muchos hombres en las plazas o en las escuelas, pero no una revolución», relativizó a IPS la socióloga Liliana Findling, del Instituto de Investigaciones Gino Germani, coautora del trabajo junto a un equipo de investigadoras.

El estudio, basado en una veintena de entrevistas a padres de entre 30 y 40 años de sectores medios de Buenos Aires, concluye que los hombres dan hoy gran importancia a la paternidad, pero que persisten inequidades en el hogar. Ellos se involucran menos que ellas en lo doméstico y siguen cargando con el peso de ser los proveedores.

En general, dijo Findling, los nuevos padres «gozan de la paternidad» y «ayudan» con las tareas domésticas, pero ellas siguen cargando con una mayor responsabilidad en la crianza y las tareas de limpieza.

«Yo siento que hago un montón de cosas y ella siente que no alcanza lo que hago, seguramente no alcanza, pero creo que para un tipo (varón) es bastante», confiesa en el estudio Alvaro, que tiene 33 años, una esposa que trabaja y dos hijos.

Martín Marotta retrasó la decisión de formar una pareja estable hasta que se unió a una mujer profesional, ambos con una carrera afianzada. Ahora, con 40 años, tienen dos hijos, uno de dos años y una recién nacida.

Este diseñador gráfico contó a IPS que durante su primera juventud sació las ganas de viajar y divertirse, luego se concentró en su desarrollo profesional y ahora está abocado a cambiar pañales y otros quehaceres.

«Con Internet puedo trabajar a distancia, sin restricciones de horario ni días fijos laborables, y eso me permite estar mucho tiempo en casa, llevar o retirar a mi hijo de la escuela, almorzar o jugar con él», dice en referencia al mayor de ellos.

No obstante, según la investigación de Findling, ninguno escapa del todo a la tradicional responsabilidad de ser el sostén económico, derivada del modelo hegemónico, inclusive si las esposas trabajan y tienen buenos ingresos.

«El rol del padre proveedor se presenta como una categoría central en el discurso de los entrevistados. Este mandato cultural, profundamente arraigado, aparece como una exigencia impostergable entre algunos varones entrevistados», dice el estudio.

En una conversación informal con IPS, una mujer de 42 años, que acaba de regresar al mundo laboral después de haberse desempeñado como responsable de su hogar y madre exclusivamente, se quejaba porque el marido pretendía que el dinero que empezó a ganar contribuya al alquiler de la vivienda.

«Ahora que tengo plata (dinero) quiero comprar cosas para mí, para la casa o hacerles regalos a los chicos, no quiero usarlo para el alquiler, si a él no le alcanza que trabaje más horas», protestaba, aunque estaba contenta de que su esposo colaborara más ahora con la limpieza y la comida. Para Huberman, esto muestra que los cambios hacia una mayor equidad de género todavía no son profundos. «Aunque los hombres se involucran más, no lo hacen por un deseo de cambio sino por imposición de la convivencia».

«Hay un cambio en relación a la figura autoritaria y lejana del padre de otras épocas, y muchos más hombres que cambian pañales, pero yo creo que es porque no tienen más alternativa que acomodarse a los cambios que hizo la mujer», advirtió.

En ese escenario general, dijo, existen «pequeños gérmenes» donde se procura romper con el estereotipo, pero por ahora son sólo quiebres del modelo hegemónico y no un deseo genuino de cambio como el que empujaron hace ya décadas las mujeres.

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