Walter "Serrano" Abella. Madruga desde hace 40 años para llevar la vida rural a la radio

"En el país hoy no hay gente de campo, sino gente con campo"

–¿Qué se siente y cómo llega un hombre a madrugar ininterrumpidamente durante 40 años para estar junto a su audiencia?

–Estos 40 años los empiezo a sentir como una carga bárbara, porque ya no soy el mismo. Aparte de que en la vida cada día que pasa te acerca más a la muerte, está la otra tragedia: si vas a tirar el ril ya no lo hacés con la fuerza con que lo tirabas antes; si levantás la escopeta para matar la perdiz ya no tenés la vista que tenías antes. Se va menguando una cantidad de cosas físicas y hasta para hablar no se tiene la misma verborragia. Ese tránsito normal de la vida en todo este tiempo ya pesa, porque yo empecé muy joven en la radio.

Yo tuve un cambio transformador, salí de una radio (Difusora Treinta y Tres) que estaba sujeta a determinadas disciplinas, donde la técnica de la profesión era severa y enriquecía y se aprendía, pero donde se menoscababa enormemente la filosofía de la profesión. No era una radio plural. Vos no podías determinar hablar sobre ciertas cosas e incluso hacer una nota a fulano o mengano. Había censura en serio, y mucho antes de la dictadura.

Luego salté a una radio que forjábamos entre todos, que fue aquel «pedacito» que llamamos Radio Olimar, donde algunos pusieron plata y otros el alma para tratar de buscar una rendija por donde se escapara la lucecita de la libertad y democracia en tiempos ya de dictadura.

Después, por otras cuestiones, me vine muy malherido a Melo y entré a La Voz de Melo, donde he vivido varios procesos, pero todos ellos de libertad, pluralidad y honradez periodística en toda su magnitud.

 

La libertad

–¿Es difícil para un periodista mantenerse independiente de los poderes en el Uruguay de hoy?

–Sabemos que hay algunos que hoy se andan golpeando el pecho hablando de democracia y reclamándole al gobierno, y eran oscuros cómplices de la dictadura. Sacaron tajadas mientras algunos andábamos luchando por esas libertades que luego recuperamos. Pero cada uno es como es, a todos nos corre por adentro algún fragmento de miseria humana. A muchos les gusta vivir cómodos y aburguesarse, y la tarea no es esa. Como dice Coelho: «En ningún lugar el barco está más seguro que en el puerto, pero fue hecho para navegar».

Hay un encogimiento de hombros nacional. Muchos periodistas, en lugar de desafiar la tarea, consideran más fácil conseguir un «avisito» de la intendencia y se transforman en cómplices de los directores de relaciones públicas. En lugar de hacer periodismo se transforman en oficinas de prensa.

Tengo el orgullo legítimo de haberme sustraído a todas las tendencias que me convocaban y no haber cedido. Existen periodistas que como una prostituta levantan la pollera a diez cuadras de un aviso oficial, y no son pocos. El camino es mucho más duro cuando se recorre digna y honestamente.

 

EL CAMPO DE ANTES

–¿Cómo era el campo hace 40 años?

–Era muy diferente. Este campo actual me llena de interrogantes; yo no lo puedo asimilar. Antes vos te imaginabas la crisis ganadera, o la que produce una sequía. Sabías que fulano de tal, si venía mal y quería comprar 20 cuadras, se mataba trabajando y macheteaba como loco. Vivía en permanente austeridad, gastando poquitísimo, y al final saltaba y lograba su propósito.

Ahora, el dolor más grande del avance de la civilización forestadora y agrícola es lo que se paga en seres humanos; parece que nadie se acuerda. Hoy el campo no está poblado con la gente de campo, sino con la gente «con campo»: profesionales exitosos, multinacionales, forestadoras, empresas enormes. Cada vez es más difícil encontrar un buen peón «recorredor» que voltee el ojo y te diga que aquella oveja sola está abichada.

No sé cómo vamos a terminar. Lo que sí sé es que no vamos a volver nunca más a ser el campo que éramos; eso se fue diluyendo y, como dice la canción, «la civilización le clava su puñal».

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