BARRIO SUR COLONIENSE, PATRIMONIO DE LA HUMANIDAD: LE CAMBIARON EL NOMBRE Y LA GENTE

De refugio de putas, murgueros y vecinos pobres a centro de especulación foránea

Era ­sigue siendo­ el barrio Sur, aunque entre los años setenta y ochenta se convirtió en el Barrio Histórico, ése al que en diciembre de 1995, en una asamblea realizada en Berlín, la Unesco le concedió el honor de designarlo Patrimonio de la Humanidad. Ya desde principios del siglo XX había quienes en Colonia no disimulaban su furia por la existencia del barrio Sur proletario. En 1907, en un medio de prensa local se escribía: «El Sur. Así se llama el barrio que desde el punto de vista estético representa un montón de escombros y desde el punto de vista higiénico, un foco de permanente infección». El autor de la nota, el periodista Pedro Oroná, consideraba, a renglón seguido: «Este barrio puede regenerarse. Las ruinosas casuchas pueden desaparecer y dejar sitio limpio a las nuevas construcciones de casitas baratas, higiénicas». En 1936, el arquitecto Mauricio Cravotto propuso un audaz proyecto de integración de lo antiguo y lo moderno. Quería «crear un centro caracterizado, viviente, centro de la cultura, en la vieja plaza de Colonia, ligado adecuadamente al centro de la ciudad», que incluyera «los edificios existentes, los que se reconstruyeran, los árboles adecuados, no cambiando para nada las proporciones del primer plano perimetral». La iniciativa, en aquel momento, no encontró eco en el ámbito de las autoridades.

El 11 de octubre de 1968, por el decreto 618, se creó el Consejo Ejecutivo Honorario de las Obras de Reconstrucción y Preservación de la Antigua Colonia del Sacramento. Inició su labor en 1969 con las restauraciones de la Iglesia del Santísimo Sacramento (actual Basílica), de la muralla y la puerta de la ciudadela. De ahí en más vinieron los museos, las plazas remodeladas, las calles cerradas con cadenas… y se fue la gente.

 

Pasen, vean y compren

Junto con esas transformaciones comenzó a ponerse en marcha, entre 1970 y 1980, una trepidante maquinaria comercial que, primero, atrajo a Colonia en plan de paseo a ciudadanos argentinos y europeos de alto poder adquisitivo. Luego se encargó de ofrecerles y venderles por jugosas cifras la mayor parte de las casas del barrio Sur, que los forasteros rebautizaban «barrio viejo».

Los vecinos, que por generaciones habían conformado el estilo de vida del lugar, fueron yéndose paulatinamente hacia otros puntos de la ciudad o del país. El historiador cubano Eusebio Leal, al referirse en 1991 al proceso de recuperación de La Habana vieja, decía: «Restauramos para la gente, no para poner bonitas las piedras… La gente que llegue en plan de turismo nos interesa porque nos deja divisas pero también nos interesa que esa gente sienta nuestro peso cultural».

No fue ése el camino que se eligió a la hora de rearmar el barrio Sur y transformarlo en Histórico. Para las revistas porteñas, lo que interesaba destacar cada vez que dedicaban espacio a este tema era la cantidad de dólares que los nuevos compradores habían desembolsado para hacerse de una casita o de un conventillo. También por ese entonces empezaron a llegar desde la vecina orilla los directores cinematográficos con sus equipos de técnicos y actores para filmar parcial o totalmente sus productos en aquellas callecitas empedradas, con rejas en las ventanas y faroles en las esquinas.

 

El «delito» de ser pobres…

Viejos pobladores del barrio Sur señalan: «Durante muchos años se decía en Colonia que no se podía entrar a este barrio, que era un lugar de tajos y puñaladas, de gente de mal vivir, y no era así. Había, sí, una zona roja, por la vuelta de la calle de los Suspiros, pero no era más que eso».

«También había chiquilines, maestras, funcionarios públicos, perros, gatos. Había vida…», sostienen. «El problema peor, y por eso nos miraban mal, es que en el Sur vivía mucha gente pobre. La mayoría de la gente que se tuvo que ir del barrio eran inquilinos y, cuando compraron los extranjeros, no tuvieron más remedio que juntar sus pocas cosas y marcharse». Ironías del destino: con el correr de los años, gran cantidad de esas casas restauradas se convirtieron en estructuras «fantasmas», porque sus propietarios foráneos dejaron de venir a Colonia por prolongados períodos. A la vez, las raíces sureñas volvieron a florecer con renovado empuje. En 1986, el creador coloniense Horacio Faedo escribió un texto de canción en el que decía: «Pasaron 300 años/ y ahora no tengo/ teja ni muro donde dormir». Fue musicalizado por la murga local «Nunca más» y ese carnaval se convirtió en mucho más que una canción. Pasó a ser el llamador, el convocante de los vecinos sureños ­de los que permanecían en el barrio y de los que habían tenido que irse­, y cada actuación en los tablados se volvió una asamblea popular, cantando a coro otro pasaje de aquella letra, que denunciaba: «Que vivan las cumplidoras tejas del señor turista/ Se llevaron la alegría/ No hay gringo que la resista». En estos últimos años, en el marco del Día del Patrimonio, los pobladores del barrio Sur ­se encuentren donde se encuentren­ se pasan el aviso y se reúnen en torno a una larga mesa en medio de la placita del barrio, a compartir un almuerzo.

A cantar. A recordar anécdotas. A mantener siempre vivos a sus muertos.

Por la tarde, luego del candombe y la murga, vuelven, como en aquellos duros tiempos, a juntar sus bolsitos, y de nuevo se marchan. Entre abrazos y promesas de reencontrarse «acá mismo, el año que viene». Con la alegría de resistir brillando en sus pupilas. *

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