Otro mundo posible

Cultura del egoismo

Es muy conocida la parábola del buen samaritano, probablemente basada en un hecho real. Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó y en el camino fue asaltado, robado, apaleado y tirado a la orilla del camino. Pasó por algún sacerdote y no le socorrió. Igual actitud de indiferencia tomó un levita, un religioso. Sin embargo un samaritano -los habitantes de Samaria eran despreciados por los de Judea-, al ver a la víctima del asalto, interrumpió su viaje y llenó de cuidados al herido.

Jesús le contó la parábola a un doctor de la ley, un teólogo judío que ni siquiera pronunciaba la palabra samaritano para no cometer un pecado de lengua… y llevó al teólogo a admitir que, pesar o logo a admitir que, a pesar da de la condición religiosa del sacerdote y del levita, fue el samaritano el que actuó con amor, conforme a la voluntad de Dios.

En Italia unos jóvenes universitarios se pusieron a la orilla de la carretera con un cartel diciendo que cerca de allí había un hombre que necesitaba urgentemente ser trasladado a un hospital. Todos los conductores eran parados por la policía un poco más adelante para responder por qué habían pasado indiferentes. Los motivos fueron los de siempre: la prisa, el miedo a verse con desconocidos o a que se tratara de una enfermedad contagiosa o que le ensuciaron el vehículo… Quien sí se detuvo fue un verdulero que, en una vieja camioneta, iba a llevar sus productos a la feria. Se comprobó así que los pobres, al igual que las mujeres, son más solidarios que los hombres burgueses.

En una facultad teológica de los Estados Unidos los alumnos debieron realizar una escenificación de dicha parábola. En el camino hacia el auditorio fue puesto un hombre tendido, como si hubiera sido maltratado. Apenas el 40% de los seminaristas se detuvieron a socorrerle; y quienes se mostraron más indiferentes fueron los estudiantes previamente advertidos de que no debían llegar tarde a la representación. Y sin embargo iban a una representación de la parábola considerada emblemática de la actitud solidaria.

La solidaridad es una tendencia innata en el ser humano, pero si no es cultivada por el ejemplo familiar y la educación no se desarrolla. La sicóloga estadounidense Carolyn Zahn-Waxler demostró que los niños empiezan a consolar a sus familiares afligidos desde la edad de un año, o sea mucho antes de que alcancen a saber hablar.

La forma más común de mostrar afecto entre los humanos es el abrazo, como se da en los velorios, en los cumpleaños, en las situaciones de alegría o tristeza. Existe hasta una terapia del abrazo.

Según una información de la Associated Press (18/06/2007), una escuela de enseñanza media de Virginia, EUA, incluyó en su reglamento la prohibición de todo contacto físico entre alumnos y entre alumnos y profesores. Hoy día tanto en los jardines de infancia como en las escuela de los EE.UU. los educadores deben mantener cierta distancia física de los niños, bajo pena de ser acusados de pedofilia…

Los niños y los grandes primates -nuestros abuelos en la escala evolutiva- son capaces de manifestar solidaridad con las personas necesitadas; así lo comprobó el equipo del científico Felix Warneken, del Instituto Max Planck, de Leipzig, Alemania (2007). Algunos chimpancés de Uganda, que vivían solos en la selva, fueron llevados por la noche al interior de un edificio, de uno en uno. El animal miraba a un hombre tratando de alcanzar, sin lograrlo, una varita de plástico a través de una verja. A pesar de sus esfuerzos el hombre no conseguía alcanzar la varita, pero el chimpancé notaba que él sí podía alcanzarla desde donde estaba. Espontáneamente el animal, solidario con el hombre, agarraba la varita y se la entregaba al hombre.

Y eso que los chimpancés no habían sido entrenados ni recompensados por su manera de proceder. Otro ejercicio hecho con niños dio el mismo resultado. Incluso cuando la prueba aumentó de dificultad, en que el animal o el niño debían escalar una plataforma para alcanzar la varita, el resultado fue igualmente positivo.

El 16 de agosto de 1996, Binti Jua, gorila de ocho años, salvó a un niño de tres años que había caído en la jaula de las primates hembras en el zoológico de Chicago. El gorila se sentó en un tronco con el niño en su cuello y le acarició hasta que llegaron a recogerlo.

La revista Time escogió a Binti como una de las «mejores personas» de 1996…

Ante tales ejemplos habría que preguntarse qué hace nuestra cultura, basada en la competitividad y no en la solidaridad, con nuestros niños y qué tipo de adultos engendra. Que lo digan los pobres, los enfermos, los ancianos y los necesitados.

Frei Betto
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