“(…) está escrito, aunque “El Gallego” no pueda darse cuenta ahora, está escrito”…

Chau Ricardo Perdomo, ¡hasta la victoria siempre!

La última vez que tuvimos una comunicación “directa” con “El Mejicano” –como yo me acostumbré a llamarle- fue por internet hace unos tres, cuatro o cinco años, ¡qué sé yo!… El tiempo no existe; existen estas noticias de mierda que nos van llegando como si fuésemos las piezas de un dominó interminable, angustiante y real, por cierto, pero interminable también, como si fuésemos tantas y tantos que nunca acabaremos de morirnos totalmente o como si siguiésemos naciendo en cada muerte nuestra de todos los días…

La verdad es que fui yo el que se replegó en la conversa virtual que apenas habíamos iniciado con Ricardo luego de descubrirnos ambos escribiendo en la pionera “Posta Porteña”, él en Canadá, exiliado; yo en Montevideo, discurriendo al tún-tún sobre nuestras rengueras atomizantes.

Me molestó su pregunta de “¿con quién andás?”, que interpreté como “¿atrás de quién?”; se lo dije, y se vé que él también se embroncó por mi reacción, y, ta, quedó por esa plata, como a la espera de “mejores circunstancias” para chamuyar con tranquilidad y sin calenturas o subjetivismos al santo pedo.

La última vez que lo ví fue unos meses largos después de su regreso a la comarca, de espaldas, yéndose raudamente de la sala Zitarrosa tras la última actuación de “El Octeto”; no lo reconocí así nomás luego de casi 28 años de un par de encuentros furtivos post salida del “hotel 5 estrellas” de Libertad, apenas cruzándonos un par de palabras referidas a la familia, y más nada. Él no me vió a la salida del tardío concierto “folklórico” de los ex “barraqueros” del penal; sólo yo lo ví irse sin detenerse casi en saludos, no enojado o cosa parecida, pero sí con ganas de tomarse los vientos de apuro, sin pasar por esos intermitentes coloquios de ocasión que dos por tres se dan de chiripa.

En realidad, fue así siempre entre nosotros dos, aún mientras estábamos en cana, donde nos conocimos. Algún trille esporádico de recreo sin deporte, alguna broma en el reparto del morfe o de las herramientas para las manualidades, unos comentarios sobre otro personaje canero muy compinche de ambos –otro “Mejicano”, el Negro Medina-, pero nada más.

Nada de conversa política propiamente dicha aunque los dos sabíamos cómo la veía el otro en aquel aquelarre ideológico en busca de la necesaria autocrítica más adecuada al propósito de seguir siendo útiles a la revolución aún en esas condiciones de vida que grafican con mejor elocuencia que nada lo mierda que fueron y siguen siendo los “pobres viejitos” fascistas de ayer y de hoy que también la van quedando en un dominó que ojalá también les resulte bien interminable y que sientan cada baja como si fuera el merecido y justo fusilamiento popular que no pudo ser como ellos mismos –y ellas mismas- lo han temido y lo seguirán temiendo aún ya muertos, por los siglos de los siglos, gracias al “dios” que creyeron los ampararía con olvido y con perdón eternos…

Siento que a pesar de esa escasísima “comunicación política”, ha habido entre nosotros una buena afectividad, unos sentimientos de hermandad sincera que no pudo desaparecer en tanto tiempo de este tiempo de lejanías indeseadas y de muertos y muertas muy jóvenes y todavía entusiastas y sanos, que en su inmensa mayoría no han hecho de la debida autocrítica un renunciamiento a principios y valores que se pierden cuando la autocrítica se convierte en concesiones a la falta de principios y valores de nuestros enemigos y a la pretensión de vivir como ellos, currando, engañando, traicionándose y traicionando aun cuando se invoquen todavía horizontes de una “justicia” y una “igualdad” por las que Ricardo, sin la más mínima duda, jamás dejó de pelear sin contemplaciones siquiera a la impotencia de no saber cómo expresar el dolor incomparable que nos dejan las vivencias jorobadas venidas del lado menos esperado.

A Ricardo, este domingo de marzo, 28 años y tres días después de que el pueblo nos sacara del campo de concentración que lucía con impudicia neonazi el cartelito puto de “aquí se viene a cumplir”, le falló “el bobo”, su órgano de reflexión política más poderoso y certero, ése que aún equivocándote en un diagnóstico o una valoración rápida, no te expone al riesgo de rebelarte o transformarte en renegado de pé a pá irremediablemente, como sí ocurre de vez en cuando con algún “cerebro” infalible de la (contra) revolución.

El Negro, El Mejicano, Ricardo Perdomo, el ex fusilero naval que se pasó fusil en mano en el amanecer trafoguero, audaz y vigoroso de los ´60, para nunca más soltarlo, a las filas de la rebelión del pueblo cascoteado, rebelándose contra el falso “honor militar” y la falsa “disciplina” cuartelera que fabrica hombres pelele y máquinas de torturar, matar y “desaparecer”…

“El Mejicano” que unos cuantos pretendieron vendernos como estampita emblemática del “asesino sin alma” y el “foquista sin cabeza política”..

El Ricardo Perdomo que no tuvo pelos en la lengua para desnudar como pudo lo que él vivió como lo más jodido de lo jodido soterrado en las cavernas de piedra de la deshonestidad organizada…

El Tupamaro con mayúscula que desde el raro exilio negociado por dos o tres “históricos” con las huestes “de Aparicio”, nos iría anunciando el itinerario inexorable y vergonzante de los “mariscales de derrotas” repletos de triunfalismo y soberbia politiquera, necia y barata; este Compañero que vino de abajo y que de abajo no quiso salir, murió sorprendido por algo así como un paro cardíaco, con apenitas 64 años de los que la mitad se le fueron entre rejas de diverso calibre e intrigas e intrigantes que dentro de unas horas no podrán estar en su breve velatorio que será cuando Patricia, su primera hija –vejada y baboseada, casi recién nacida, por las miserables milicas del espanto maragato del “proceso”-, venga del norte a darle ése beso que el El Negro sabrá sentir como el beso de la vida que sigue y sigue, porfiada, tenaz, indoblegable, a pesar de tantos pesares y, por suerte, gracias a las vidas que, como la de su padre, enseñan a vivirla sin perder su supremo sentido: vivirla intensamente, comprometidamente, hasta siempre, aún de la manera más sencilla y silenciosa imaginable, para que nuestras vidas de simples explotados y oprimidos que no transan ni con los que transan, sean la amalgama de una nueva vida sin amos, sin jefes, sin caciques, sin parásitos, sin dobleces, sin aureolas ni celebridades forjadas en las nefastas tinieblas de la revolución del pueblo trabajador convertida en ridícula e inofensiva conspiración de “valerosos iluminados” que aprenden mucho de “política” y nada de espíritu libertario e irreverente hacia toda la mierda burguesa que se nos sirve en bandeja de oro que cagó el moro, como deslumbrantes bocadillos de sabiduría militante e imbéciles estrategias de “inteligente” movida popular, sin pueblo y sin sangre en las venas como para pegar un grito y decir: “¡Basta ya, no es por esto que una pueblada entera se sacrificó y ofrendó sus mejores vidas!!!”.

Sé bien que estas palabras no harán ninguna magia de resurrección o algo parecido, y hasta dudo que a “El Mejicano” le cayeran bien, pero no puedo ponerles el punto y aparte sin dar fe de que Ricardo Perdomo –y no puedo menos que darle las gracias- fue, es, uno de los Compañeros que más y mejor me enseñaron eso que no debemos perder ni por descuido bajo ninguna circunstancia: el odio, el odio de clase humillada y verdugueada desde el día que nacemos y hasta el día que morimos, el odio que tiene su reverso en el de los que saben que más temprano que tarde, habrá una auténtica y soberana justicia popular que no se detendrá ni retrocederá ante ningún verso ni cuento falsamente moralizante de nadie…

Me lo enseñó la mañana que por enésima vez estalló la locura inducida de “El Gallego Más”, con cortes en las muñecas y unos gritos desgarradores de fiera acorralada como nunca había oído en mi vida.

Me había tocado servir el agua caliente para el mate, mientras un par de oficialitos mal cagados que habían estado hostigando al Gallego toda la noche, se pavoneaban muy orondos por el celdario, susurrándose para que se oyera bien de bien desde las celdas: “El tupa este hijo de mil putas se atoró con los huevos de Mitrione otra vez”.

Mientras metía el agua en el termo de “El Mejicano”, me dijo, re-tranquilo, en su habitual tono suave, persuasivo, como de tipo bien seguro de que no estábamos lejos de la salida:

— A no calentarse, Saracho; algún día, los que vengan después de nosotros, más bichos, más curtidos, menos ingenuos, verán llorar como mariquitas a estos desgraciaditos o a los que sigan su mismo camino, cuando les lluevan las balas de todos lados y ni siquiera los oligarcas que les dieron vuelo los dejen entrar a sus mansiones para protegerse… Tranquilo, Saracho; está escrito, aunque “El Gallego” no pueda darse cuenta ahora, está escrito…

Cháu, Negro Mejicano Perdomo, tu vida ha sido y seguirá siendo un buen ejemplo, y haberte conocido, aunque sea poco, es mucho.

¡Habrá Patria Obrera, Socialista y Libertaria! ¡Y en la puerta de entrada de su Ciudadela, una de las piedras de la muralla que los albañiles levantarán para separarnos de la mentira y las traiciones, llevará tu nombre y el número 245, bien grande y bien visible!!!.

¡Hasta la Victoria Siempre, sin más derrota que un corazón que pida un poco de descanso, por un rato nomás!.

In memoriam

Este domingo 17 de marzo de 2013, falleció el compañero Ricardo Perdomo Rodríguez en Montevideo, a los 64 años de edad.
Ricardo Perdomo ( N° 245 en el EMR N° 1) permaneció recluido desde 1972 a 1985 (salió el 14 de marzo) en el Penal de Libertad durante el período del Terrorismo de Estado.

Te recomendamos

Publicá tu comentario

Compartí tu opinión con toda la comunidad

chat_bubble
Si no puedes comentar, envianos un mensaje