De Angelina Jolie a Lady Gaga: atreverse a más

Miles de mujeres invaden el Festival del Tatuaje de Nueva York

Mujeres tatuadas

Los puestos son japoneses, europeos, brasileños, estadounidenses… mientras que la clientela es mayoritariamente local.

Lucy Challenger ha llegado desde Londres para que le acaben de realizar un tatuaje monumental que comenzó a hacerse hace dos años con una artista china que ha viajado a Nueva York desde Los Ángeles para la Convención de Tatuajes de Nueva York.

Imposible no verla: Lucy está semi desnuda y acostada sobre un banco, con los audífonos transmitiéndole la música de su iPad para intentar de matar el tiempo. Su cita dura ocho horas, de las 16H00 a la medianoche. A Lucy le están tatuando un ave fénix en la nalga derecha, que sube hasta la parte baja de la espalda.

En total, 35 horas de trabajo, dos viajes a Los Ángeles, una sesión en Londres y una en Nueva York. El coste ronda los varios miles de dólares, pero Lucy, una actriz de 28 años, está encantada.

«Es una inversión que no todo el mundo puede permitirse, pero esto se hace una vez en la vida», explica.

A ella le encanta la delicadeza y la feminidad del trabajo de Lucy Hu («My Tattoo»), a la que escogió tras haber investigado en todas las páginas de internet que encontró y después de visitar varios festivales. «Es extremadamente femenina, las sombras, los colores», explica mientras enseña las llamas que se entrelazan en la parte baja de su espalda.

En Estados Unidos, las mujeres superan por primera vez a los hombres en posesión de tatuajes (un 23% frente a un 19%, según un reciente sondeo).

Por su parte, Bill Tarr, patrón de «Totem Tattoo» desde hace 20 años confirma con su característica barba y cola de caballo, que ahora tiene más clientas. Además, si pudiera elegir, Tarr tatuaría únicamente a mujeres.

Sus tatuajes son «menos violentos», explica, y «más decorativos».

«Me gusta su lado positivo», añade mientras se inclina sobre el cuello de Ruth Washington, una esteticista de 25 años, que ha venido a verle especialmente desde Connecticut (noreste).

Ella muestra con orgullo sus brazos, tatuados con la recreación de un paisaje marítimo en homenaje a sus abuelos, y su espalda, donde están inscritos los votos de matrimonio de sus padres. Washington dice que le encantan las mariposas, las hadas, los conejos y, sobre todo, los colores.

Este arte le permite «integrar (su) familia y (sus) cosas favoritas», afirmó.

Para ella, como para Ruth Tarr, de 54 años y mujer de Bill, el tatuaje femenino se ha popularizado bastante y está «muchísimo más aceptado».

Lucy ve en ellos la prueba de la libertad creciente de las mujeres. «Ahora jugamos en el mismo terreno que los hombres y tenemos el poder de decir ‘este es mi cuerpo y hago lo que yo quiero'».

Para otras mujeres, el tatuaje es también una rebelión.

Rosemarie Osborn, una ex policía de 43 años, dio el paso cuando había cumplido los 35 para celebrar así su divorcio.

Wendy Richard, de 28 años, se tatuó cuando llegó a Nueva York desde su Wisconsin natal.

Lleva un traje muy pulcro que deja ver un gran tatuaje en el muslo, además de otros que quedan escondidos bajo la ropa.

«Ésta es una marca de confianza en sí misma, una forma de decir que eres fuerte, que no tienes miedo al sufrimiento, que eres capaz de hacer elecciones en la vida», explica.

Ella ha venido a la Convención a buscar a un nuevo artista, puesto que, como también le ocurre a otros muchos apasionados por los tatuajes, necesita tener una relación de confianza con el tatuador que, normalmente, se prolonga a lo largo de los años.

Otras dos chicas brasileñas consultan un catálogo todavía un poco sorprendidas con la exuberancia de los tatuajes neoyorquinos.

Hannah Gopa, una estudiante de fotografía, es una de las pocas personas sin tatuar que se mezcla entre los visitantes. Esta «pensando» en hacerse alguno, ya que todos sus amigos tienen al menos uno.

Pero está dudando. «Es una manera de decirle a los demás quién eres sin decirlo, pero yo no sé quién soy», dice sonriendo.

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