ARTE

Manuel Pailós (1914 ­ 2004)

Estudió en el Círculo de Bellas Artes con los profesores Guillermo Laborde y José Cuneo y, a partir de 1942, con Joaquín Torres García. Será uno de sus discípulos directos y dirigirá el Taller a la muerte del maestro. Pintor y escultor, fue un disciplinado creador, un auténtico profesional que comenzó a exhibir a partir de la segunda mitad de la década del cincuenta en forma colectiva e individual hasta conseguir, cada año, el 24 de mayo, fecha de su aniversario, inaugurar una muestra personal. Pintó mucho y experimentó con materiales diversos en el campo de la escultura (ladrillo, cemento, madera) logrando síntesis monumentales como en la obra incorporada al Parque de Escultura del Edificio Libertad.

Fue un artista a tiempo completo. No conoció horarios. Continuó la estética del constructivismo torresgarciano pero supo darle un sesgo distintivo, reconocible. Signos que establecen un contrapunto entre el plano de color y el dibujo, manteniendo el enrejado o la distribución en casilleros pero de una manera más libre y vital, más cercana a una experiencia cotidiana. Los habituales recursos plásticos de la escuela torresgarciana, en especial los referidos a elementos marítimos y portuarios (barcos, peces, puertos, agua) aparecen iluminados por una visión peculiar, casi angélica en sus mejores momentos, conquistando el rápido consenso de críticos y público. Recibió importantes premios en los salones nacionales y municipales, participó en bienales internacionales (San Pablo, Cortejer) y numerosos coleccionistas particulares disputaron sus obras.

Su torrencial producción no podía mantener el mismo nivel de calidad, claro. En la década del 90 empezó a recorrer los caminos del academicismo del arte constructivo, ya sea en las pequeñas o grandes composiciones, acusando una fatiga en la repetición sígnica, la ausencia de vuelo poético y del encanto cargado de cierta ingenuidad, que lo caracterizó. La sabiduría técnica lo condujo a una excesiva elaboración formal de brillos epidérmicos y a un despojamiento que rozó la pobreza en una búsqueda, acaso inconsciente, de agradar a los más sin convencer a los menos. De cualquier manera, mantuvo una dignidad creadora, no muy común en otros colegas. Entre todos los torresgarcianos fue el menos proclive a viajar y el menos contaminado por teorías. Tuvo etapas donde la idea simbólica de la travesía, en pequeños o enormes barcos, ocupan la totalidad de la tela, se apoyó en la iconografía bizantina en otros casos y hasta el desnudo femenino y erotismo aparecieron en ráfagas temporarias en su obra, así como las contaminaciones de Miró o Capogrossi. *

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