ARTE

Impetuoso ascenso de la mujer creadora

No fue tarea fácil ni lineal. Hubo avances y retrocesos. Aceptaciones y rechazos. Finalmente, vencieron. Atrás quedaron (no del todo) los prejuicios y las hipocresías. En el campo de la cultura, si bien la educación tradicional podía incluir la música o la literatura (además, claro, de las labores propias del sexo) era más problemática la inclusión de la pintura o la escultura. Hubo enormes creadoras y Artemisa Gentileschi, en el siglo XVII, recién ahora es reconocida como un talento superior a su padre Orazio y, hasta en determinados cuadros (Judith decapitando a Holofernes), obra maestra de la Galería de los Oficios florentina, más brutal que el maestro Caravaggio. Decididas a romper con el estereotipo femenino (ese que prolongaron, a su manera, las Angelica Kauffmann, Rosalba Carriera, Elizabeth Vigée Lebrum y Marie Laurencin, en sus respectivas épocas), muchas creadoras se situaron (y superaron) al nivel creador del varón. La casi centenaria Louise Bourgeois mantiene un ímpetu imaginativo que es muy difícil alcanzar para cualquiera en la escultura o la instalación, para citar un nombre insoslayable, entre centenas, de creadoras contemporáneas, donde ya brillan con luz propia las generaciones posteriores (Mariko Mori, Shirin Neshat, Gada Amer, Pipilotti Rist, Mona Hatoum, Helena Almeida, Paula Rego).

Protagonistas uruguayas

La participación de la mujer en el arte uruguayo fue una constante desde principios del siglo XX. La favoreció el proyecto liberal batllista con la implantación de leyes progresistas, la afirmación del bienestar en la naciente clase media y nuevas formas de vida y de relación comunitaria. La fundación del Círculo Fomento de Bellas Artes, el 18 de mayo de 1905 (el centenario es el próximo año) fue un hito en esa evolución. Muchas pintoras adquirieron un nivel profesional que hasta el momento no existía, así como generaciones posteriores lo harían en el Taller Torres García y los subsiguientes talleres individuales de pintura.

Del numeroso elenco de mujeres creadoras en el arte nacional es posible destacar aquellas que, en lo posible, representan la estética y la sensibilidad epocales. Durante los años veinte o los años felices, el Art Déco predominó y se adecuaba al temperamento vernáculo, racional y discreto, poco afecto a los desplantes de la subjetividad y la desmesura de la fantasía. Una de las primeras protagonistas fue Petrona Viera (1895-1960). Formada en el Círculo de Bellas Artes, se incorporó a la tendencia dominante en el tiempo, el «planismo», caracterizada por la simplificación formal y el fuerte cromatismo, hasta constituir un sello distintivo del arte uruguayo. Algunos llegaron a afirmar la existencia de la Escuela de Montevideo, por la unidad y coherencia estilística, una simplificación y un entendimiento superficial del cubismo y el fauvismo, que impregnó todos los lenguajes, desde las artes gráficas a la arquitectura, donde hizo furor. Una impostación luminosa y vital, acorde con los parámertros de una comunidad que planificaba con energía juvenil porque confiaba en el ancho futuro, sin sospechar el inminente deterioro.

Petrona Viera no fue la única mujer en esa tendencia donde pontificaron José Cuneo, Carmelo de Arzadun, César A. Pesce Castro y Guillermo Laborde, como figuras mayores, pero fue la más consecuente. Paisajes y figuras, escenas urbanas en playas y parques, muchas veces de pequeño formato al borde del minimalismo pictórico, fueron los temas que registró con impecable destreza en sus económicos planos geometrizados y contenida sensualidad. Fue la intérprete de una época satisfecha y optimista que aún en el ocaso, a partir de la crisis de 1929 y después, insistió en prolongar indiferente a los vaivenes de la sociedad y el mundo.

Amalia Nieto (1907-2003) viajó mucho y su auténtica formación estuvo centrada en las academias de París, con el cubista André Lhote, y luego en Montevideo junto a Torres García. Construyó, con pausado ritmo, una obra meditada y reflexiva que recorrió varias instancias de la figuración sintética, la abstracción, por momentos informalista, y el minimalismo (incluso en escultura) con un inusual refinamiento en el tratamiento matérico y el empleo de colores apastelados. Tuvo momentos de encrespada emotividad en los convulsionados años sesenta, para luego, en la plenitud de su sabiduría técnica, desembocar en las naturalezas muertas mentales, resueltas con notable aura poética: objetos cotidianos resueltos en composiciones planas, regulados casi matemáticamente, pero envueltos en la sugestiva composición.

María Freire (1917) es un referente obligatorio de las corrientes geométricas. Por varias razones. Una, fundamental, es su empecinada intransigencia de voluntad de estilo que, iniciado a fines de los años cuarenta, alcanzó su culminación una década más tarde, manteniéndose hasta hoy. No es una fidelidad a un lenguaje estereotipado y repetido, sino a un no rendirse ante los cambios fugaces de otras tendencias que, sin desconocerlas (ejerció la crítica de arte con bastante equilibrio) no se adecuaban a sus convicciones de insobornable autenticidad. Desde sus años de aprendizaje en el Círculo de Bellas Artes y en la Universidad del Trabajo, al lado del pintor Guillermo Laborde y el escultor Antonio Pena, María Freire intuyó, respaldada por publicaciones y revistas extranjeras, que había una manera de representar la realidad que no fuera estrictamente retiniana y figurativa. Así lo enseñó desde su cargo docente. Tuvo un breve pero extraordinario pasaje por el arte madí con pinturas y esculturas realizadas en diversos materiales (hierro, madera pintada, plexiglas), que aún hoy poseen una formidable vigencia. Siguió, junto con su compañero José Pedro Costigliolo, edificando un universo de formas geométricas de restallante colorido y dinamismo formal, siempre renovado. Personalidad enérgica y discutidora, mantiene una mente lúcida, batalladora, en su casa-taller frente a la rambla.

Teresa Vila (1931) estudió dibujo, pintura y grabado en la Escuela Nacional de Bellas Artes. Durante la década del cincuenta fue, con otras colegas (Margarita Mortarotti, Noelia Fierro) uno de esos talentos tocados por una sensibilidad hacia los lenguajes contemporáneos que supo adaptar a la idiosincrasia criolla. Se convirtió en la figura más importante en los turbulentos años sesenta, años sustanciales en el entendimiento de nuevas formulaciones sociales y estéticas. A fines de ese decenio, fue pionera en las performances y happenings y en especial se distinguió en la obra plana (grabados, dibujos, pintura) en un ascético contrapunto de blanco y negro que denominó Veredas de la patria vieja. Introdujo el arte conceptual para ejercitar un revisionismo histórico rioplatense en imágenes que registraban las clásicas baldosas de las calles montevideanas con un sentido de deterioro y vulnerabilidad que aludían a la sociedad toda. Apartada del mundanal ruido desde hace años no ha tenido, hasta el momento, el reconocimiento a su excepcional legado.

Magalí Herrera (1914-1991), apareció en los años sesenta e impuso su carácter exuberante. Autodidacta, comenzó poeta, para deslizarse hacia la pintura y el dibujo luego de recorrer China, la URSS y parte de Europa, acumulando extrañas joyas y vestidos que acostumbrada a lucirlos con exagerada delectación. Su infalible sensibilidad para el color la situó entre las principales integrantes del museo de Art Brut, hoy en Ginebra, donde regularmente se la recuerda con exposiciones individuales y colectivas. Colorista de alto refinamiento, dibujante minuciosa, sus trabajos los ejecutaba a través de una lupa cubriendo la superficie del papel con pequeñísimas gotas de color elaborad
as con paciencia benedictina. Las bautizó Galaxias y Grafías. Hizo exposiciones individuales en Montevideo y Buenos Aires, y en Taiwan le rindieron entusiastas homenajes. Dejó una obra fuera de serie, hecha de gracia y levedad, en su mayor parte adquirida por Jean Dubuffet y donada, al morir, por su ex marido al museo suizo. Algunas obras se pueden ver en Galería Latina.

Diferente fue el paso de Hilda López (1922-1996). También de presencia decisiva en los años sesenta, recibió la enseñanza académica de Manuel Rosé y Guillermo Rodríguez y el conocimiento de los problemas del color con Vicente Martín. No obstante, fue el italiano Lino Dinetto que le abrió los caminos de la abstracción. En poco tiempo, se unió a los informalistas uruguayos (Gamarra, Barcala, Espínola Gómez, Ventayol, Montani, Pavlotzky, Alamán, Sposito) destacándose por la intensidad expresiva. Posteriormente recorrió series sucesivas (Coral, 1978, Los adioses, 1979, Los pueblos, 1981, El problema principal es la extrema pobreza, 1988) aunque sin lograr la contundencia de sus comienzos.

Las generaciones siguientes renovaron sus planteos. La más brillante es, sin duda, Agueda Dicancro con una destacada trayectoria internacional en las bienales de San Pablo, Venecia, Mercosur y Buenos Aires. Es la única escultora que emplea el vidrio como si fuera papel en un alarde de prodigioso dominio técnico que lo proyecta en instalaciones de enorme impacto visual y emotivo. Con una capacidad de trabajo que no conoce tregua, Dicancro sorprende en cada muestra individual que realiza (París, Buenos Aires, Montevideo, Punta del Este).

Lacy Duarte, tapicista y pintora, Leonilda González, grabadora, Ana Salcovsky, con instalaciones al igual que Pilar González, Claudia Anselmi, Raquel Bessio y Cecilia Mattos, se agregan a una actividad con propuestas de alto interés. A riesgo de competir con la guía telefónica, hay que mencionar a las escultoras Adela Neffa, Mariví Ugolino, Mercedes González, María Minetti, Cecilia Míguez, las tapicistas Cristina Casabó (luego derivada hacia las instalaciones), Cecilia Brugnini, y una larga lista de jóvenes (Cecilia Vignolo, Rita Fischer, Patricia Grieco, Lucía Pittaluga, Juliana Rosales, Julia Castagno, Alejandra del Castillo, Alicia Ubilla, entre otras), que alternan con generaciones mayores (Nelbia Romero, Linda Kohen, Martha Amorelli), sin olvidar a la dinastía Torres García, empezando por Manolita Piña (1889-1994) que supo ser una grabadora estimable aunque claudicó por prejuicios asumidos para no competir con su marido, mientras sus hijas Ifigenia y Olimpia continuaron la vocación artística de manera errática, con mayor empeño por parte de la nieta Eva Díaz (1943-1993), una ceramista de gran inventiva.

Todavía quedarían las mujeres que ejercen la crítica de arte, se desdoblan en curadoras y galeristas o gestoras. Pero esa historia es otra historia que desborda la extensión de este artículo. *

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