USÁ MASCARILLA

Toda la evidencia respalda el uso de mascarillas para controlar el COVID-19

Las mascarillas retrasan la propagación del SARS-CoV-2 al reducir la cantidad de personas infectadas que rocían el virus en el ambiente que las rodea.

Foto: UNsplash / Julian Wan
Foto: UNsplash / Julian Wan

Ya quedan pocas o ninguna duda: las mascarillas, barbijos o tapabocas funcionan muy bien para reducir la tasa de contagio del SARS-CoV-2, el virus causante del COVID-19, ya que reducen la propagación por el aire de gotículas de saliva que salen expulsadas de la boca al hablar, estornudar o toser, y que pueden portar la enfermedad.

A continuación resumimos en español algunos de los muchos estudios disponibles (mayormente en inglés) que confirman que es necesario que la ciudadanía tome conciencia y use mascarillas al tener contacto con otras personas, y que su efectividad aumenta cuando se usan en combinación con otras acciones como distanciamiento social y desinfección constante de manos.

La revista Nature publicó e 27 de mayo el estudio titulado «Eliminación de virus respiratorios al exhalar: Eficacia de las mascarillas». Los expertos identificaron coronavirus humanos estacionales, virus de la influenza y rinovirus en el aliento y la tos de niños y adultos con enfermedades respiratorias agudas. Después de diversas pruebas concluyeron que las mascarillas redujeron significativamente la detección del ARN del virus de la influencia en las gotículas y el ARN del coronavirus en los aerosoles que salen de la boca.

«Nuestros resultados indican que las mascarillas quirúrgicas podrían prevenir la transmisión de coronavirus humanos y virus de influenza de individuos sintomáticos», dice el paper que se puede leer acá (en inglés).

El 31 de julio, la revista Journal of General Internal Medicine publicó una investigación de los doctores Monica Gandhi, Chris Beyrer y Eric Goosby, quienes estudiaron el impacto del uso de tapabocas en la propagación del coronavirus. Encontraron que, según el tipo de mascarilla que se use, se pueden filtrar una gran cantidad e incluso la mayoría de las partículas con carga viral. Algunas máscaras, de fabricación industrial como la N95, son usadas hasta en entornos quirúrgicos porque retienen en sus filtros hasta el 95% de las partículas expulsadas de la boca y la nariz. El estudio cita un modelo elaborado por los CDC que encontró que el uso generalizado de este aditamento facial es una de las acciones más eficaces para frenar la pandemia. Este estudio se puede leer también en inglés en este enlace.

El Centro para el Control de Enfermedades de los Estados Unidos (CDC) publicó a inicios de agosto que los tapabocas «ayudan a frenar la propagación del COVID-19″, basándose en estudios de diversas fuentes. Por ende, recomiendan que las personas usen mascarillas en entornos públicos y cuando estén cerca de otras personas con las que no conviven.

«Por seguridad, Los niños menores de 2 años o cualquier persona que tenga problemas para respirar, esté inconsciente, incapacitado o que no pueda quitarse la máscara sin ayuda no debe usar máscaras», alertaron los CDC.

Otro paper científico, elaborado por la Deutsche Post Foundation, y llevado a cabo por los científicos Timo Mitze, Reinhold Kosfeld, Johannes Rode y Klaus Wälde, concluyó que los tapabocas «redujeron considerablemente la propagación de casos de COVID-19 en Alemania». «Dependiendo de la región del país que analizamos, encontramos que las mascarillas faciales redujeron el número acumulativo de casos de coronavirus entre un 2.3% y un 13% en un periodo de 10 días después de que se volvió obligatorio su uso», se lee en el abstracto del estudio. «Considerando la credibilidad de varias estimaciones, concluimos que las mascarillas reducen hasta en un 40% el incremento del número de nuevos casos diarios». Este estudio se puede consultar en este enlace.

Foto: UNsplash / David Veksler
Foto: UNsplash / David Veksler

El tamaño de la dosis importa

Cuando usamos una mascarilla, incluso las de tela, generalmente estamos expuestos a dosis más bajas del coronavirus que si no lo hiciera. Tanto los experimentos recientes en modelos animales que utilizan coronavirus como casi cien años de investigación viral muestran que dosis virales más bajas generalmente significan cuadros de la enfermedad menos graves.

Ninguna máscara es perfecta y es posible que usar una no evite que te infectes. Pero podría ser la diferencia entre un caso de COVID-19 que lo envía al hospital y un caso tan leve que ni siquiera te des cuenta de que está infectado.

Cuando una persona inhala un virus respiratorio, inmediatamente este comienza a secuestrar las células cercanas para convertirlas en máquinas de producción de virus. El sistema inmunológico intenta detener este proceso para frenar la propagación del virus y su impacto en el cuerpo.

La cantidad de virus a la que está expuesto, llamado inoculación viral o dosis, tiene mucho que ver con la forma en que se enferma cada persona. Si la dosis de exposición es muy alta, la respuesta inmune puede verse sobrepasada. Entre el virus que se apodera de un gran número de células y los drásticos esfuerzos del sistema inmunológico para contener la infección, se hace mucho daño al cuerpo y una persona puede enfermarse gravemente.

Por otro lado, si la dosis inicial del virus es pequeña, el sistema inmunológico es capaz de contener el virus con medidas menos drásticas. Si esto sucede, la persona experimenta menos síntomas, e incluso puede llegar a cursarse la enfermedad de forma asintomática.

La mayoría de los investigadores y epidemiólogos de enfermedades infecciosas creen que el coronavirus se transmite principalmente por gotitas en el aire y, en menor medida, por diminutos aerosoles. Las investigaciones muestran que tanto las mascarillas quirúrgicas como las de tela pueden bloquear la mayoría de las partículas que podrían contener SARS-CoV-2 . Ya dijimos que ninguna máscara bloquea la totalidad de las partículas, pero son altamente efectivas para reducir la cantidad que puede inhalar. Casi cualquier barbijo contendrá con éxito alguna cantidad del virus, y eso puede representar incluso la diferencia entre la vida y la muerte para algunos tipos de pacientes, como las poblaciones de riesgo (adultos mayores, personas inmunodeprimidas, y otros) y ayudará a evitar la saturación de los sistemas de salud públicos y privados.

 

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