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A los 83 años , falleció la periodista María Esther Gilio

«Al comienzo del exilio (1973) era fácil encontrar a Wilson (Ferreira) y a Susana (Sienra, su esposa), en alguna calle de Buenos Aires», recordaba Gilio en la introducción de su libro. ‘No llores, no llores, pasarás la navidad con tu familia en Montevideo’, decía Wilson. Y Susana, sonreía confirmando. Y luego que esa navidad pasaba, ya no era la navidad, sino el veinticinco de agosto (y Wilson, decía): ‘Vení, vamos a tomar un café, yo te voy a explicar por qué volveremos muy pronto’. Debieron pasar, aún casi 12 años».

La periodista y el caudillo de los blancos vivieron un largo extrañamiento de la patria. Regresaron, y en aquel inicio de un agitado 1986, ambos se reencontraron en esta larga entrevista en la que Ferreira reveló aspectos ignorados de su infancia, sus peripecias como estudiante, empresario rural, político; lo que pasó antes del golpe, el largo exilio, el regreso, la cárcel, y su esperanza de que en 1989 llegaría al gobierno con una propuesta progresista. Al año siguiente de su retorno enfermó, y murió en marzo de 1988.

«Cuénteme un poco de su relación con Luis Alberto de Herrera» (el primer jefe civil del Partido Nacional del siglo XX,), inquirió Gilio, y para su sorpresa, Ferreira le respondió: «Yo no conocí a Herrera. Nunca en mi vida lo vi. Ni de cerca ni de lejos(…) yo venía de otra vertiente. El murió en el ´59, a los cuatro o cinco meses de la victoria blanca. Y allí lo vi, por primera vez». «Quiere decir que lo vio ya muerto»?, repreguntó. «Claro, cuando lo llevaron (a velar) al Palacio Legislativo». Y agregó: «Yo empecé a descubrir (después), que lo que nos separaba de Herrera era sobre todo lo episódico, anecdótico (y) lo importante de Herrera es su mensaje de afirmación nacional (y) su rechazo obsesivo por la intervención imperial (al oponerse a la instalación de bases norteamericanas en nuestra patria)», .

A partir de la aparición de este reportaje, se supo públicamente que Herrera y Ferreira, los dos grandes caudillos que tuvo el Partido Nacional en el pasado siglo, ni siquiera se cruzaron la palabra. Ferreira, diputado por Montevideo desde 1954 (al renunciar Washington Beltrán a su banca), había pertenecido al Partido Nacional Independiente, opuesto al herrerismo. Recién en 1958, todos los blancos votan juntos, bajo un mismo lema, y Ferreira resulta reelecto diputado, pero por Colonia. El ciclo pachequista y la dictadura, lograron vencer las diferencias en este partido y hoy todos invocan tanto a Herrera como a Ferreira, con distintos énfasis.

En esa entrevista, el líder de los blancos afirmó que «la historia habría tomado otro derrotero si (en diciembre de 1967) no hubiera muerto (el presidente, Oscar) Gestido; si (Jorge) Pacheco (su vicepresidente), no hubiera llegado al poder».

En relación a las vísperas del golpe, en junio de 1973, subrayó: «Debo decirle algo bastante curioso: a nosotros, la dictadura nos sorprendió (…) nosotros (los uruguayos) creíamos que éramos distintos y mejores. Mirábamos a los argentinos y brasileños por arriba del hombro, por sus caídas y recaídas en las dictaduras». Y recordó que en la mañana del golpe llegó Zelmar Michelini a su casa «con el pelo todo alborotado», y tras evaluar los hechos, «llegamos a la conclusión de que el golpe era inevitable».

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